Sé que es difícil creerme, pero os aseguro que cada
día hago esfuerzos para no traer a estas páginas al líder del PP, aunque
os aseguro que es él quien me lo pone difícil, porque un día sí día y otro
también se empeña en mostrarse como es: estridente, indocumentado y falso, más
parecido a un vendedor de mantas de esos que se acoplan a las excursiones del
Inserso que al hombre de estado responsable que nos mereceríamos los
ciudadanos.
Si cada intervención de Casado, de esas que su partido distribuye
a los medios, cada fin de semana se pasase por el filtro de la verdad, pocas o
ninguna sobrevivirían, pero hace tiempo, demasiado tiempo diría yo, que los
medios en que tanto llegamos a confiar ya no se ocupan de la verdad y parece
que se aplican con denuedo esa regla que corría, al menos en mis tiempos, por
las redacciones; la de no dejar que la realidad estropee una noticia o un buen
reportaje.
Está claro que, en tiempos en que la verdad se ha depreciado
hasta límites inimaginables, tiempos en que lo que prima es lo vistoso, no lo
importante, quienes carecen de escrúpulos y van sobrados de ambición se
preocupan poco o nada por la verdad. Para ellos el monte del oportunismo está
cubierto del orégano mentiroso con el que realzar la salsa de su éxito. No
importa lo que se diga porque hoy la verdad importa poco y los efectos de una
mentira se curan con los de la siguiente.
El pasado fin de semana, Pablo Casado regaló a los presentes
en su mitin malagueño una revisión de la historia de España y del mundo que
sería digna de un cuentacuentos chino, si no fuese porque a estos les preocupa
más la verdad que a quien pretende gobernar este país. Habló como quien cuenta
una proeza, un hito en la historia de la Humanidad, la masacre y el expolio que
fue sucesivamente la conquista y la evangelización de América y que ahora la
corrección política en boga obliga a llamar Hispanidad. Se ve que el niño
Casado creció entre los sermones y las charlas del colegio religioso en que
creció y las películas de Cifesa, "Alba de América", por ejemplo, con
que quienes tenían mucho que ocultar barnizaron la siniestra verdad de la
Historia.
Pero, si ridículo fue el cuento patriotero y grandilocuente
del presidente del Partido Popular, más aún lo fue la parafernalia del propio
mitin que, a falta de una Marta Sánchez que emborronase el himno, se sirvió del
agitar de banderas perfectamente coreografiado, el movimiento efectista de la
cámara y las casi lágrimas de Casado, más propias de Juana de Arco en la
hoguera o de una virgen de Murillo para convertir un acto de precampaña en una
misa patriótica.
Se ve que los asesores de imagen de Casado, él lo fue de
Aznar y Rajoy, saben que deslumbrando a la gente con banderas y ensordeciéndola
con himnos se le impide recibir los mensajes que le envía la realidad.
Hoy, masticadas las críticas al espectáculo del domingo,
Pablo Casado se prepara para presentarse en Bruselas para contar a las
autoridades comunitarias lo malos y lo peligrosos que son los socialistas y sus
aliados los "podemitas", olvidándose de que un ministro de Sánchez,
Josep Borrell, fue durante años presidente, un buen presidente, del Parlamento
Europeo. Acude a Bruselas para llenar de barro las cuentas que llevará el
gobierno ante la comisión europea, porque al patriota Casado le encantaría que
fuesen rechazados, que volviesen los hombres de negro a imponer recortes, antes
que conceder a su rival, uno de sus rivales, la victoria que supondría sacar
sus cuentas.
Casado, como casi todos los patriotas desde arriba, es un
patriota de sí mismo, alguien que, como los monstruos machistas, prefiere ver a
su "amada" España muerta antes que en brazos de otro. Mientras tanto,
su rival directo, Albert Rivera se frota las manos en silencio. La basta con
ver al locuaz y mete patas poniéndose en ridículo día sí, día también.
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