Tienen los pueblos con raíces cristianas la costumbre de
elegir de entre el santoral un benefactor al que, si no nombran santo
patrón, sí dedican un día del año, generalmente relacionado con la vida y obra
del personaje en cuestión, para honrarle y agradecerle los favores de él
recibidos. Suelen resultar elegidos personajes que se han distinguido por
librar al pueblo que los elige de pestes, sequías, malas cosechas o asedios y
se les representa con alegorías a sus favores y milagros.
Por eso creo que el soberanismo catalán, tan dado a las
conmemoraciones que a veces pienso que lo único que hace su gobierno desde hace
meses es asistir a actos conmemorativos en fechas señaladas que, al paso que
van, acabará tiñendo de rojo todos los días del calendario, debería pensar
seriamente en celebrar los uno de octubre, éste y los que vengan, el día de San
Zoido, porque nadie como el torpe segundo ministro del Interior del nefasto
gobierno de Rajoy. Juan Ignacio Zoido, por haber puesto todo su empeño y todos
los medios de su ministerio, que son los de todos nosotros, a pesar de todos
nosotros, parea, al grito de ¡a por ellos!, conseguir en unos pocos días
dejarnos poco menos que como país de opereta y cargar de razones al tramposo
gobierno catalán, que tan necesitado estaba de ellas.
El ex alcalde de Sevilla, más dado a visitar los palcos de
los estadios, a las procesiones de Semana Santa y a cultivar e imponernos como
cargos públicos sus amistades, consiguió con sus desastrosas decisiones, una
detrás de otra, hacernos olvidar a unos y otros que el verdadero culpable de
todo había sido Rajoy, con sus campañas, con sus boicots a los productos
catalanes, con sus peticiones de firmas y con su judicialización del estatuto
que los catalanes se habían dado en libertad y con todas las garantías, en
tiempos de Zapatero, ese Rajoy que había descubierto que, con ETA próxima a su
fin, Cataluña era un buen argumento para minar al gobierno al que no pudo ganar
en las urnas ni en el Congreso.
Zoido consiguió hacernos olvidar todo eso con su
"crucero Piolín", con sus policía y guardias civiles alojados en
condiciones lamentables, con su no menos lamentable persecución de urnas y
papeletas y sobre todo con todo ese exceso de testosterona,
"porcojonismo" lo llaman, con que él y sus mandos tomaron casi todas
las decisiones aquellos días. Especialmente con aquella orden de desalojar por
la fuerza, a veces con serenidad, otras con excesiva violencia, a personas que,
a veces serenamente y otras con tanta o más violencia se encerraron en los colegios
para participar en un referéndum que, cargado de irregularidades, había nacido
muerto.
Las primeras cargas de la mañana, convenientemente
difundidas y televisadas en directo, lograron el efecto contrario al que
perseguían, porque, heridos en su dignidad, sacaron de sus casas para votar a
ciudadanos que no pensaban hacerlo, dando lugar a un perverso juego del gato y
el ratón, en el que el ratón se quedó con el queso de aquellas urnas-papelera,
que finalmente sí fueron puestas al alcance de quienes querían votar, eso sí,
sin la más mínima garantía ni, mucho menos, la supervisión de ninguna junta
electoral reconocible. disposición.
A partir de ahí, la máquina soberanista puso en marcha lo
mejor que tiene, su aparato de propaganda, ese que desprecia a los ciudadanos
de lo que llaman "Estado", difundiendo, con los correspondientes
sesgos y exageraciones, todo ese material que el ministro Zoido había puesto a
su alcance. Ese fue el problema: aquel ministro y quienes le apoyaban fueron
incapaces de proyectar en el tiempo y en el espacio lo que estaban haciendo en
Cataluña: el ridículo más cruel y espantoso. Afortunadamente, un año después,
es otro quien gobierna España, con una visión muy distinta de lo que hay que
hacer, con menos testosterona y más cerebro, dispuesto a engrasar la máquina de
las transferencias en Cataluña y toda España, deseoso de saldar las cuentas
pendientes, las que emborronó Rajoy con sus recortes, y capaz, si le dejan de
allanar el camino lleno de dificultades que hoy separa a la mitad de los
catalanes del resto de los ciudadanos, un camino sembrado ahora de piedras y
banderas agresivas a uno y otro lado que sólo el tiempo y la justicia, no me
refiero a los tribunales, volverán a hacer transitable.
Por todo ello creo que los independentistas catalanes, tan deseosos
de conmemorar fechas como la de hoy, deberían plantearse seriamente hacer de
San Zoido su santo patrón, representándole con escudo, casco, porra y un piolín en el hombro, y hacer del día primero de octubre su fecha de celebración.
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