Ayer presentó Aznar su último libro, uno de esos libros que
no hace tanto tiempo, él, el hombre recto que nunca se equivoca y nunca pide
perdón, cobraba a través de una sociedad instrumental, por la que pasaban todos
sus ingresos, para no tener que pagar los mismos impuestos que pagan el resto
de los mortales. La novedad editorial, de cuyo nombre no quiero acordarme y que
no dentro de mucho aparecerá saldada en cualquier puesto de la cuesta de Moyano
o del Rastro, como lo hacen todos esos libros escritos por políticos que
aprovechan el momento, su momento, o esos otros libros de título imposible,
como ese "Pensamiento político de Franco", nada menos que en dos volúmenes que
un domingo me salió al encuentro entre best sellers y novelas rosa.
Como cualquier libro que presenta, la editorial buscó para
la ocasión una mesa de presentación lo suficientemente atractiva o, dicho de
otro modo, con morbo suficiente para convocar ante ella cámaras de
televisión, fotógrafos, periodistas y, cómo no, seguidores y amigos. Por ello
el elegido para la ocasión fue Pablo Casado, hijo putativo de Aznar en la presidencia
del PP, hijo postizo, los de verdad o son jóvenes o están a sus negocios,
expoliando con mamá las viviendas para pobres que tenía Madrid. Y la elección
fue acertada, porque otra cosa no, pero a la prensa y a la televisión, en
especial a la que emite diariamente y en directo lo que no es sino el
"Gran Hermano" de la política, les gustan estos actos, estos
"momentos para la historia", en los que se critica a los ausentes y
se cubre de flores y halagos a los presentes.
Con buen criterio y un punto de sarcasmo, el cronista que
cubrió el acto para EL MUNDO señala que, de haber ganado Soraya Sáenz de
Santamaría las primarias del PP, la presentación no hubiese corrido a cargo de
la exvicepresidenta sino a cargo de Albert Iglesias que, sin duda hubiese acudido
gustoso y soltándose los controles aeroportuarios que hubiese hecho falta, para
recibir los piropos del cada vez más tenebroso y feo expresidente Aznar. Él o
el líder de Vox que, como el Castilla para el Real Madrid, es el refugio y la
cantera del partido de la calle Génova, Santiago Abascal, que, quizá con su
Smith & Wesson en la pistolera, estaría y estará encantado de recibir las
caricias verbales y las peticiones de Aznar para que vuelva al PP del que, no
hace tanto, salió.
Mentiría si os dijese que seguí el acto, no ya desde el
lugar en que se celebró, sino desde mi sillón ante la tele. Tenía cosas más
importantes que hacer, fregar los "cacharros" o recoger la ropa
tendida, pero, a veces, a quienes escuchamos la radio a todas horas o
encendemos de vez en cuando la tele, el asunto me persiguió y pude ver, por
ejemplo, a un Pablo Casado de ojines chisporroteantes contar la fábula de una
constitución que no es la que yo conozco, que debe defenderse a toda costa y no
debe reformarse porque, dio a entender supongo que basándose en su cómoda
experiencia, tiene soluciones para todo.
Del mismo modo, el día en que sentí vergüenza ajena por
todos esos dirigentes socialistas, de aquí y de allá, que, junto a populares y
"ciudadanos", no estimaron conveniente suspender la venta de armas a
la sanguinaria monarquía de Arabia Saudí, el día que me sentí un poco más
decepcionado y un poco más empujado a elegir entre lo malo y lo peor, tuve que
escuchar a Aznar decir que el inconsistente Casado, el mentiroso Casado, tan falto
de formación y de escrúpulos, el gran actor Casado, siempre presto a
representar su papel de hombre del futuro, vestido con la cota de malla de los
cruzados medievales, rodeado de lo peor del pasado político más reciente, Jaime
Mayor Oreja y sus negocios familiares al, hechos calor del abandono de lo
público, Juan Manuel Soria y sus sociedades “offshore “o un Anson, en tiempos
azote de alcaldes, hoy momificado, es la gran esperanza para la derecha y para España ¿La gran
esperanza ese personaje? Nunca y, si me apuráis, ni siquiera para la derecha.
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