Una vez más me enfrento a la página en blanco preguntándome
dónde están esa Cataluña que amo y añoro y esos catalanes que admiro. ¿Dónde
está la política en Cataluña, dónde los políticos? Sólo veo activismo y
activistas. Me pregunto cómo han dejado llegar al poder a un personaje tan
inconsistente como Joaquim Torra, un personaje que parece siempre recién
levantado de la siesta, un hombre de gestos y balbuceos, que, entre bostezos,
sin cambiar ese gesto de cariacontecido que siempre le acompaña, es capaz de decir
animaladas como la que dijo ayer cuando pidió a los activistas de los CDR,
casualmente las misma siglas que amparan a quienes vigilan y controlan
los vecindarios en Cuba, que no dejasen de apretar.
Y apretaron. Ya lo creo que apretaron, tanto que tuvieron
cercada durante horas la comisaría de Vía Layetana y a punto estuvieron, a
última hora de la noche, de tomar el Parlament que por fin abría sus puertas,
después de meses de inactividad, en los que se dejó fuera de la sede de la
representación de la ciudadanía, el diálogo y la confrontación de las ideas,
tan necesario ahora en Cataluña, que parece haber caído en manos de
incendiarios caprichosos y huérfanos de realidad que quieren, sin pararse a
pensar en el día después, sin pasar por caja, llevarse a casa todo lo que hay
en las estanterías y los escaparates del paraíso que les han asegurado que
sería pare ellos y gratis.
¿Dónde están ahora todos esos políticos que nos hicieron
creer en la mediación y la mesura? ¿Acaso eran sólo comerciantes que vendían su
apoyo y su aparente moderación a cambio de transferencias y partidas del
presupuesto? Quiero pensar que no. Quiero pensar que ahora estarán tan
sorprendidos y avergonzados como yo ¿A qué esperan para salir de su cómodo
letargo? ¿A que nada tenga remedio, a que esa generación de estudiantes siempre
prestos a la movilización, con las espaldas bien cubiertas por sus profesores,
descubran con dolor que no hay nada tras el escaparate?
La extraña mezcla de intereses que, de momento, ha hecho
posible el procés ha puesto en la misma olla a radicales de izquierdas,
asamblearios, prestos a la acción directa e inmediata, junto a meapilas
tradicionalistas, con raíces en el carlismo, y personajes que prosperan en
todos los caldos, dispuestos a quedarse con cualquier sustancia que flote en
ellos. El procés los ha mezclado y el mismo procés corre ahora peligro de
reventar hecho añicos.
Quizá porque soy de natural optimista y porque creo en la
sociedad en su conjunto, abrigo todavía la esperanza de que los catalanes, que
no son todos los que se manifiestan en las calles, bajo una u otra bandera, ni
los que fuerzan durante horas los cordones policiales en las pantallas de
televisión, ni los castellers a mayor gloria de los que mandan, ni quienes
diseñan las coreografías de manifestaciones y actos, los que reparten banderas y
pancartas, abrigo la esperanza de que los catalanes despierten de ese sueño
imposible que les aturde, atiendan a la realidad, dejen de lado las quimeras y,
sirviéndose de su fuerza demostrada acamen encajando con holgura en el mapa de la
realidad.
Ayer, el todavía president de la Generalitat, metió en el
mismo saco a los CDR que horas después pidieron su dimisión, a los trabucaires
del carlismo y la resistencia al francés y a la constitución del XIX.
Castellers y trabucaires habían quedado para el folclore y
las fiestas, o al menos eso parecía, los CDR, comités de defensa de una
república inexistente, a los que, como reconoce el propio Torra, está afiliada
gran parte de su familia afiliada, son como esos perros de presa que algunos
macarras pasean por la calle para atemorizar a sus vecinos, sin caer en la
cuenta de que el perro no es de la familia, de que lo suyo es morder ni de que, en el fragor de la pelea, cualquier
día la pierna o la garganta elegida puede ser la suya.
1 comentario:
Muy bien expuesto ...
Saludos
Mark de Zabaleta
Publicar un comentario