Una vez más nos asomamos al abismo que genera uno de los
agujeros negros de la esta imperfecta democracia que más o menos a
regañadientes nos hemos dado, un agujero que no es otro que el que genera el
sistema de elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial, el
órgano más contestado quizá de todo el sistema, precisamente, porque es el
órgano en cuyas manos se pone el gobierno de los jueces y ya se sabe que nadie
o casi nadie acude a los tribunales por gusto y nadie o casi nadie sale de ellos
plenamente feliz con sus fallos.
Es una elección trascendental la que probablemente se
resuelva esta tarde, porque quienes resulten elegidos se encargarán de elegir a
su vez a su presidente, que lo es además del Tribunal del Supremo y de los
presidentes de las diversas salas, así como de los de los tribunales
superiores de Justicia de cada comunidad autónoma. que, con su voto de calidad,
como acabamos de comprobar en nuestras carnes con la sentencia sobre el
impuesto de las hipotecas, pueden volcar y revolcar el sentido de los fallos
que pasan por sus manos.
En algún momento de nuestra democracia se decidió que en la
elección de ese órgano de gobierno de nuestra justicia que es el Consejo
General del Poder Judicial, tuviesen la última y única palabra los partidos
políticos, con un número de votos en la elección proporcional al número de
escaños que ocupan en el Congreso de los Diputados y el Senado, lo que ha
llevado a vestir a cada uno de los miembros del Consejo, a veces injustamente,
pero casi siempre con razón, con la camiseta del partido que le dio sus votos,
algo que acaba pesando y casi nunca para bien en sus decisiones.
En este país, sometido desde hace casi cuatro décadas al
bipartidismo y enfermo grave de corrupción, lo que más ha preocupado a esos
partidos ha sido cubrirse las espaldas con los muchos aforamientos que sirven
de parapeto a sus cargos inmersos en procesos judiciales que, invocando el
fuero, no sólo alargan los tiempos del procedimiento, sino que, además, se
ponen en manos de jueces que en algún momento de su carrera han recibido las
bendiciones de éste o aquel partido.
Todo lo dicho, unido a esa forma de cobardía que
eufemísticamente llamamos prudencia, lleva al triste espectáculo del
"intercambio de cromos" que se produce entre representantes de esos
partidos cada vez que se enfrentan a la elección del Consejo, Entramos entonces
en ese "los amigos de mis amigos son mis amigos" que, llevado al
límite, nos pone ante absurdas tales como que la guinda del pastel, el nombre
del presidente del Consejo, sea lo primero que se coloca en la tarta, antes
incluso del bizcocho o las capas de nata, merengue o chocolate con que se
levanta.
Eso es lo que parece que va a ocurrir en la elección del
próximo consejo, el que tomará el relevo del que, para nuestra desgracia y la
de la Justicia, presidirá unas semanas más Carlos Lesmes. Por lo que hemos
sabidos hasta ahora, PSOE y PP, para no hacerse daño en la refriega, ya han
decidido quién será el nuevo presidente, el hasta ahora presidente de la Sala de
lo Penal del Supremo y encargado por tanto de presidir el juicio a los
presuntos responsables de la irregularidades del "Procés", Manuel
Marchena, un conservador con fama de dialogante, al que apoyaría también el
PSOE a cambio de conseguir una mayoría progresista en la composición del
consejo, un pasteleo, vamos, que no hace otra cosa que perpetuar el tufillo a
componenda que emana siempre del órgano de debería velar por el buen
funcionamiento de la Justicia,
De esta salida tan poco honrosa lo único positivo sería que
el denostado Caros Lesmes, denostado por méritos propios, tendría los días
contados, y se evitaría por tanto la prórroga de su mandato, lo único que le
faltaba al sombrío panorama de la justicia española. De modo que una vez más
nos vemos de hoz y coz ante el espectáculo nada edificante del juego de las
togas que casi siempre aparenta ser una cosa y, al final, deja a más de uno
colgado de la brocha de su pacto y traicionado para los próximos cinco años.
1 comentario:
Muy buen artículo ...
Saludos
Mark de Zabaleta
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