Anda el patio alborotado porque a Pedro Sánchez le ha dado
por poner fecha de caducidad a los tubos de escape en nuestras vidas. Todo el
mundo tiene su opinión y, curiosamente, quienes más "las pían" son
los partidos de la derecha, los conservadores, pero de lo suyo no de lo nuestro
y los sindicatos, a quienes parece importarles poco la explotación de los
individuos, especialmente la de los jóvenes a quienes a masacrado la crisis,
pero no la de las grandes fábricas de automóviles, en las que, no lo olvidemos
está su caladero de votos y, por tanto, su poder y su riqueza.
Que el aire de nuestras ciudades es cada vez más
irrespirable y que parece imposible educar a los ciudadanos en la cultura del
transporte público y el desplazamiento a pie o mediante vehículos no
contaminantes, que cumplan las reglas y respeten al resto de ciudadanos, eso
sí, resulta evidente, así que no se me ocurre otra salida, si es que queremos
dejar a nuestros hijos y nietos un mundo en el que podamos respirar sin
máscaras ni mascarillas, que la de "atarse los machos" y pisar el
freno para parar esta locura en la que malvivimos.
Evidentemente los puestos de trabajo que se perderían en la
industria automovilística son importantes, pero también lo fueron los que se
perdieron en nuestro campo con la progresiva o no tan progresiva introducción
de la maquinaria agrícola o toda la gente que han mandado al paro los sucesivos
avances tecnológicos de los que hoy por hoy disfrutamos con mayor o menor
entusiasmo. El dilema sería fácil de resolver si nos planteamos qué elegir
entre las conferencias telefónicas con horas de demora o los WhatsApp tan
habituales en nuestras vidas. Más aún si la elección hay que hacerla entre
ciudades con un aire respirable y menos ruidosas o lo que hoy nos toca padecer,
que, amén del ruido y los olores de la contaminación, nos regala cánceres,
irritación de las mucosas y toda una gama de enfermedades respiratorias y
nerviosas.
Quizá porque desde hace ya unos cuantos años me he visto
obligado a prescindir del coche, sé que las más de las veces es un lujo
superfluo que, además, esclaviza a quien lo tiene, un lujo que acaba por
condicionar nuestra vida y que se lleva una parte importante de nuestros
ingresos, en su compra, en el combustible, en los aceites y el mantenimiento, en
las revisiones, el garaje y los impuestos y, sobre todo en el tiempo que se
pierde en atascos y a la búsqueda de un aparcamiento.
Quizá se nos olvidó de que lo de "un coche para cada
familia" fue un invento del nazismo, aquel Volkswagen (coche de la gente)
del que se valió Hitler para crear puestos de trabajo en fabricarlos y en la
construcción de autopistas para que circulasen, en una loca cerrera de
endeudamiento que, sin remedio, acabó en la Segunda Guerra Mundial.
No perdamos esto de vista; las más de las veces la industria
del automóvil es un falaz instrumento de chantaje y de dominación que pone a
los estados en manos de las multinacionales del sector, las que piden ayudas
para instalarse en un país, cualquiera, y lo abandonan luego para buscar nuevas
ayudas y mercados en otro. De eso sabemos mucho los españoles desde que la Ford
se instaló en Almussafes para construir coches destinados a algo más que el mercado
español.
Desde aquel momento todo ha sido un tira y afloja desleal,
en el que los trabajadores han sido rehenes de ese chantaje y, con ellos, sus
vecinos y todos nosotros. Ahora, los fabricantes ponen el grito en el cielo y
aseguran que veintidós años no bastan para cambiar los diésel y os de gasolina
o gas por otros modelos que funcionen con la energía suministrada por baterías,
sin ruido, sin humos ni olores, y yo me inclino a pensar que mienten, que para
ellos es más cómodo y barato seguir por la misma senda, trucando de vez en
cuando sus motores, para superar en el banco de pruebas, y sólo en él, las
duras restricciones anticontaminación.
¿Son de fiar? Creo que no, creo que son tan poco fiables
como los partidos que, uno tras otro, han "vendido" con sus reformas
laborales a los trabajadores que ahora dicen defender y que siempre han
despreciado la innovación y no han invertido un euro en desarrollar esa
tecnología "limpia" que, a partir de ahora y como siempre,
tendremos que comprar a otros fabricantes de fuera o esperar a que estos
se apiaden de nosotros y comiencen a instalar en nuestro país las plantas donde
fabricarlos.
No os preocupéis. Al final nos resignaremos, dejaremos
de ver el coche como una prolongación de nuestro cuerpo, un bálsamo con el que
curarnos de los traumas y de las insatisfacciones del día a día. Quizá, cuando
pisar el acelerador no vaya acompañado de un rugido y una nube de humo,
caigamos en la cuenta de que el coche es sólo un medio de transporte, no un
disfraz. Estoy seguro de que ese día llegará y pronto. Mientras tanto, como
diría el “machirulo” del reguetón ¡Toma gasolina!
1 comentario:
Buen artículo ...
Saludos
Mark de Zabaleta
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