Recuerdo que en mis tiempos mozos hablábamos de los poderes
fácticos que por entonces y para quienes nos ahogábamos en el traje de la
dictadura eran la iglesia, la banca y el ejército. Sin embargo, la iglesia, y
estoy hablando de la católica, por supuesto, influida por el movimiento
posconciliar y por los sentimientos nacionalistas, Tarancón, eran los tiempos
Añoveros y el abad de Montserrat, pese a que era la misma que había llevado a
Franco bajo palio, comenzó a resituarse en la sociedad y lo hizo para bien,
cobijando a quienes se ·organizaban" contra la dictadura. De la banca, qué
deciros. Quizá que, como la mierda, siempre flota y que, como en el casino,
siempre gana y, si pierde, perdemos todos, porque lo pagamos todos. En cuanto
al ejército, los ejércitos, fueron el tiempo y los viajes al extranjero, los
idiomas, los que los fueron puliendo para la democracia, pese a que algunos de
sus miembros aún estuvieran dispuestos a darnos algún que otro sobresalto que,
al final, resultó ser una ducha de fría realidad que actúo como vacuna contra
nuevas veleidades golpistas.
Partidos políticos legalizados no teníamos, salvo la falange
impuesta, pero ya se encargarían ellos mismos de nacer crecer, confundirnos y enriquecerse.
Pero ¿y la Justicia? La justicia bien, gracias. Fueron muy pocos los jueces que
se atrevieron, no ya a alzar la voz, sino a decir o hacer algo distinto de lo
que se esperaba de ellos. Sería el tiempo quien se encargase de frustrar
cualquier sueño sobre la justicia y los jueces nacido al calor de la
democracia, dando la razón a quienes repiten resignados esa maldición, nacida
de la experiencia, que nos recuerda amenazante: "pleitos tengas y los
ganes".
Me recuerdo en la facultad de Veterinaria, uno tiene su
pasado, a punto de entrar en un examen de Anatomía para el que no me había
preparado, cuando en la cafetería se hizo un silencio extraño y, después,
comenzaron a correr los rumores, entonces no había radio ni televisión que
informasen con libertad, hasta que alguien dio sentido al revuelo, contando, de
una fuente fiable que, creo recordar, era un familiar de algún compañero que
trabajaba en Telefónica, haciéndonos saber que había volado el coche del
almirante Carrero, delfín de Franco.
Traigo a cuenta este episodio, porque, al mismo tiempo, se
juzgaba a los acusados del proceso 1001, la cúpula de la entonces clandestina
Comisiones Obreras, por lo que muchos, fiándonos poco o nada del tribunal que
los iba a juzgar, fuimos a los alrededores de lo que hoy es el Supremo, donde
tenía entonces su sede el TOP, con Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius y sus
compañeros encerrados en sus calabozos.
El tiempo paso, Camacho, Sartorius y sus compañeros
cumplieron sus panas hasta que se promulgó la ley de amnistía que, por arte de
"birli birloque" perdonó sus delitos a los luchadores contra Franco y
sus abusos y sus crímenes a quienes, jueces incluidos, sirvieron con saña al
franquismo.
Un arte de "birli birloque" que transformó un
tribunal especial, como el Tribunal de Orden Público, en otro no menos especial
como lo es la Audiencia Nacional, un arte de "birli birloque" que
hizo de los jueces franquistas jueces de la democracia, que no siempre
demócratas, y, como quien encala los muros de una casa vieja, dejó, sin purgas
ni renuncias, a la misma justicia que sirvió a Franco, lista para usar en
democracia.
Han pasado cuarenta años desde entonces, pero en el Palacio
de Justicia donde sigue teniendo su sede el Supremo, en los armarios donde se
cuelgan las togas siguen muchos de los fantasmas del pasado. Es como una maldición,
la maldición de las castas, que pesa sobre una institución en la que la cúpula
se parece poco o nada a sus bases, repartidas en cada uno de los juzgados
desperdigados por España, una maldición que impide que en el palacio de la
Plaza de la Villa de París entre al aire fresco que saque a los fantasmas de
sus armarios. Una maldición que se apoya en todos esos partidos, dispuestos a
repartirse el poder para influir en el gobierno de los jueces, con sanciones y nombramiento
poco claros, tan poco claros que permiten sentencias y decisiones como la que
mantiene en la calle a los salvajes de "la manada" o revuelca la
lógica y la ley en otras como la de las hipotecas.
El Estado está en crisis, no acaba de pasar el sarampión de
la decencia, y, ahora, lleno de pus, ha reventado el grano, el absceso, de la Justicia.
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