viernes, 23 de noviembre de 2018

JUSTICIA MACHISTA HASTA EL ESCARNIO



En mi saludo cotidiano a los amigos y no tan amigos de Facebook, recordaba hoy "El preso número nueve" aquella vieja canción mexicana recuperada por Joan Báez en los sesenta y que aquellos que tenemos ya "una edad" hemos cantado alguna que otra vez, en torno a unas litronas y a ese amigo o amiga que tocaba la guitarra, yo nunca fui capaz, una canción que por paradójico que parezca estaba en el repertorio de "la progresía" de entonces.
Hoy, después de tantos años, me espanta esa historia que nos habla de un preso, el número nueve, al que van a ajusticiar por haber matado a su mujer y al amigo con quien le era "infiel". El preso, con un pie en el cadalso defiende lo que hizo ante el cura ante el que no se arrepiente del crimen que va a pagar con la vida, porque sabe que "allá en el cielo, el juez supremo le juzgara" y asegura que, si vuelve a nacer, los vuelve a matar.
Escuchándosela a Joan Báez esta mañana me horrorizaba ante la frialdad con que la canción narra esta historia en la que las víctimas no tienen voz ni razones, en la que, por el contrario, el preso está seguro de ser perdonado allá en el cielo y, aunque no lo dice, de haber matado a la pareja atendiendo, si no a la justicia de los hombres, está condenado a muerte, si a la de dios. Menudo panorama. Menos mal que, mucho o poco, algo hemos cambiado y, al menos a mí, me horrorizan todas estas canciones que ensalzan a los supremacistas masculinos que consideran a las mujeres poco más que mascotas o ganado al que no se le reconocen sentimientos, si no son los comprometidos ante un cura en un altar.
Han pasado muchos años y ha sido mucho lo que hemos avanzado, aunque parece que curas y jueces y menos mal que no todos poco o nada se han movido desde los tiempos de la canción. Se ve que las togas y las sotanas pesan a la hora de caminar hacia adelante, porque escuchando o leyendo homilías y sentencias a uno le parece estar en otro siglo o en otro planeta. Un planeta y un siglo exclusivo para los hombres, en el que las mujeres van a llevar siempre las de perder.
No hay más que repasar algunas sentencias que hemos conocido esta semana. Sentencias en las que la mujer, por serlo, tiene que resistir hasta la muerte a la brutalidad de un hombre, sea marido o no, para acreditar que ha sido víctima de una violación, unas sentencias en las que, porque él desistió de seguir apretando el cuello de su víctima, al borde ya de la asfixia, y pese a haberla acuchillado, lo suyo sólo merece diez meses de prisión, porque no fue tentativa de homicidio, sino maltrato ocasional
Vivimos en un planeta y en un siglo en el que en un país presuntamente civilizado y presuntamente democrático, en función de dónde una mujer o un hombre sean víctimas de una violación tiene que acudir antes a comisaria a denunciar que a un  hospital  para ser atendida y ya sabemos el interés que ponen en algunas comisarías en atender las denuncias, un sindiós que se produce en Madrid, donde no respetar ese absurdo protocolo puede llevarla a que la denuncia nunca sea atendida.
No quiero ni imaginar que hubiese sido de la víctima de la despreciable "manada" de Pamplona si su violación grupal hubiese sucedido en Madrid y hubiese acudido a un hospital para ser atendida. Sólo no haber caído en las manos del juez Ricardo González, ponente de la sentencia de su caso, de otra en las que absolvió a un hombre acusado de abusar de su hija, menor de edad, porque, pese a los hechos demostrados, la niña no se mostró incómoda. Una joya de magistrado este Ricardo González, también ponente de la sentencia en la que se consideró maltratador ocasional a quien acuchilló y a punto estuvo de estrangular a su mujer delante de sus hijos.
No me cabe duda de que al “preso número nueve”, el de la canción, el magistrado Ricardo Gonzáles le hubiese absuelto, como no me cabe duda y no me cabe de que es a causa de prejuicios y rémoras nacidas de la religión, la católica en nuestro caso, de que la justicia española, en ocasiones, demasiadas ocasiones, es machista y lo es hasta el escarnio.

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