Vivo, como el protagonista del anuncio de la Lotería Nacional, en un constante
y deprimente día de la marmota, atrapado en un aburrido panorama político, que
invita a todo, salvo a decir algo interesante que antes no se haya dicho. Esta
mañana, sin ir más lejos, me veo, nos vemos, al borde del abismo del Brexit
que, como tantas cosas, el efecto 2000, por ejemplo, al final no será tan fiero
como se pinta. No sé si al final tendré razón o, como en tantas otras cosas,
tendré que envainar mis argumentos y desdecirme.
Pero no es el Brexit, asunto para expertos, lo que, a mí,
superviviente de decenas de devaluaciones, con o sin Franco, pasajero en
fronteras en las que había que llevar el pasaporte en la boca y adorador del
pop inglés, lo que más me preocupa. Veréis como, al final, habrá una solución
que mantenga la niebla perpetua separando el continente de un país que, pese a
que en muchos asuntos está o al menos estaba en la vanguardia, en otros no ha
salido del siglo XIX y mantiene, eso es lo peor, la soberbia de quien ha sido
el gran imperio que exportaba dolor, comerciantes y soldados y exportaba las
riquezas que expoliaba, trabajadores a coste cero y una sociedad perfectamente
parcelada por clases, en la que la distinción y la riqueza de esa oligarquía y
esa aristocracia que llevan siglos revolcándose juntos en el poder, que
practica el apartheid interior levantando barreras, invisibles o no, entre
pobres y ricos.
Algo parecido a lo que ocurre en Andalucía, donde el
clasismo, especialmente en algunas zonas, es la imagen de marca y donde se vive
la paradoja, para esa clase alta orgullosa de serlo, de tener que verse
gobernados por gente que representa a la gente que desprecian. No hay más que
pararse a pensar en el desprecio con que tratan todo lo público, todo eso,
enseñanza y sanidad, por ejemplo, que acercan a los de abajo a la privilegiada
azotea en la que viven.
Sin embargo, no escarmientan. Pese a que, año tras año,
elección tras elección, se estrellan, con sus campañas llenas de chascarrillos
chungos y prejuicios, siguen permitiendo que sus compañeros de partido, el PP,
se permiten insultar, con el gesto torcido de quien está oliendo mierda y
perdón por la crudeza, a los hijos de sus votantes, a los que tildan de
atrasados por culpa de esos padres que siguen empeñados en votar a los
socialistas, desde hace casi, o sin casi, cuatro décadas. Eso o car categoría
de la anécdota, bochornosa, pero anécdota, de que un alto cargo, felizmente
detenido, inculpado y a punto de ser juzgado, se gastaba el dinero público en
un "puticlús".
No se dan cuenta de que insultar y menospreciar a los hijos
de aquellos cuyo voto necesita y persigue es el camino más corto para perderlo
definitivamente. De modo que, difícilmente, ese PP tan clasista, con o sin
Ciudadanos, podrá arrebatar el poder a quien hace munición del barro que con
tan poco tino le lanzan. Así que, para mi desgracia, espero una noche
electoral, la del lunes 3, tan aburrida como las anteriores, aunque los
resultados deparen unos meses emocionantes a la espera de formar gobierno.
Ya y por seguir con la marmota que rige los días, me queda
referirme a esa costumbre que tiene el partido de Iglesias de romper la baraja
cuando las cartas no le vienen bien dadas. Iglesias ha querido que su partido,
uno más de los que constituyeron la marca "Ahora Madrid", la que
llevó a Manuela Carmena a la alcaldía de Madrid, aunque yo creo que fue al
revés, que fue Carmena la que consiguió el ayuntamiento para la marca, Iglesias
ha querido, insisto, asegurarse para Podemos el sillón que hoy ocupa la
alcaldesa, un sillón al que ya ha puesto, aún sin tenerlo, el nombre y los
apellidos del general Julio Rodríguez, al que va presentando a distintas
elecciones, por distintas circunscripciones, como algunas madres pasean a los
niñas y niños por los castings.
Carmena, de carácter amable y complaciente, aunque mucho más
firme de los que piensan los que la creen la "abuelita Paz", esta vez
no se ha callado y no ha esperado casi a poner un pie en tierra a su regreso de
Rumanía, para decir que no tiene nada que ver ni que hablar con Pablo Iglesias,
que, hoy parece claro, ha estado segando la hierba bajo sus pies empujando
hacia abajo al equipo de Carmena de las listas y suspendiéndoles de militancia
por su lógica reacción de cerrar filas en torno a Manuela.
Ya veis, un día más que amanecemos con la marmota de la
política dándonos los buenos días. Un día más hablando de esa gente que se
aplaude y se abraza continuamente, aunque exista la teoría de que, cuando
abrazan, en realidad buscan un hueco en la espalda del rival en el que hundir
su daga.
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