Hasta ahora, Pablo Casado ha corrido, más que caminado,
hacia adelante con esa convicción, que tiene más de ceguera que de sabiduría,
de que tenía eso que los musulmanes llaman baraka, una especie de protección
del destino que le pondría a salvo de todo y de todos. Así, cuando, con toda la
razón, se vio envuelto en el turbio asunto de los másteres de la Rey Juan
Carlos, con la imposibilidad de justificar con pruebas haber cursado el mismo
máster que le costó la presidencia del gobierno de la Comunidad de Madrid a
Cristina Cifuentes o por la inusual diligencia con que aprobó en dos
convocatorias toda una carrera de Derecho, Casado tuvo el aplomo de no salir de
su versión o su silencio según convenía en cada momento y esa estrategia acabó
funcionándole, claro está que protegido, además de por su baraka, por el escudo
del aforamiento que puso su caso en manos de los jueces del Supremo, donde de
sobra sabemos que ejercen magistrados capaces de "amarla" en favor de
los poderosos y sin el más mínimo escrúpulo, como acaba de demostrar el
magistrado Díaz Picazo al dejar en suspenso la sentencia de las hipotecas.
Salvado por los pelos del escollo de los másteres, se lanzó
sin salvavidas a la piscina de las primarias en las que su partido debía elegir
al sucesor de Rajoy, que acababa de dar su particular "espantá", tras
la victoriosa moción de censura de Sánchez, dejando un vacío que Casado vio
como única salida para su carrera. Y le fue relativamente bien, porque, de tres
candidatos, Soraya, Cospedal y él, quedó el segundo, sólo con la muy odiada
Sáenz de Santamaría por encima, lo que le vino muy bien a la ex secretaria del
partido, María Dolores de Cospedal, para vender caro su apoyo al joven e
intrépido Casado, para derrotar en la segunda vuelta y ·trabajarse un retiro
dorado en Bruselas, el gran cementerio de elefantes de la política, como cabeza
de lista en las próximas elecciones europeas.
Con lo que no contaban Casado ni, mucho menos Cospedal, es
con el efecto Villarejo, que con todos se reunía y a todos encadenaba con sus
grabaciones, y que, cegado por su negro futuro en prisión, acabaría
revolviéndose contra quienes, como Cospedal y su marido, habían gozado de su
amistad y confianza.
Cuando el siniestro comisario reveló los chuscos comentarios
de la fiscal Delgado hace diez años, Casado se soltó la lengua y se frotó las
manos pensando que la de la hoy ministra de Justicia sería la tercera cabeza
del gobierno socialista que colgaría en su sala de trofeos, pero se equivocó de
medio a medios, porque Delgado resistió y, por ende, el gobierno de Sánchez
también. Aguantó y, lo que es más importante, no cedió a las presiones de
Villarejo, que sigue en prisión y sin sacar rédito alguno a sus miserables
revelaciones. Así que, viendo que el muro socialista resistió sus embates, los
dirige ahora contra el partido de la calle Génova, en el que gozaba, entre
otras con la amistad de la secretaria general de entonces, hasta el punto de
ser recibido en su despacho, al que fue conducido por el marido que Cospedal,
algo más que un consorte, ahora lo confirmamos, en las oscuras tramas de la
corrupción popular.
Darse a conocer el miserable contenido de las grabaciones
del comisario, en las que se oye a Cospedal y su marido proponiendo al policía “trabajos
puntuales" en relación con las investigaciones del caso Gürtel, y secarse la
lengua del locuaz presidente del PP fue todo uno. Se secó como se secan las
fuentes cuando se desvían los ríos y se agotan los pozos. Se secó, con la
aspereza de la garganta de arena del genial Goyeneche y la amargura de tener
que callar ahogado por el eco de todo lo dicho hasta ahora contra quienes, como
su benefactora en la segunda vuelta del proceso electoral popular, se han
escuchado con años de retraso en las grabaciones de Villarejo.
Casado calla y sabe por lo que calla; porque lo desvelado de
aquel encuentro en el despacho de su aliada es algo más que una ristra de
chascarrillos bañados en alcohol y compañía. Lo de Cospedal es la prueba
evidente de que el PP, sus dirigentes, conocían de sobra la trama Gürtel y de
que estaban haciendo todo lo posible para torpedear la investigación judicial
que, finalmente, acabó con la carrera, entre otras del presidente Rajoy. Casado
lleva cuatro días en silencio y es posible que hoy, en Huelva y porque no le
queda otro remedio, responda por fin a todos los interrogantes que le planteen
sobre las cintas y el futuro de Cospedal, que metió, la muy torpe, al zorro en
su gallinero.
1 comentario:
Excelente artículo ...
Saludos
Mark de Zabaleta
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