jueves, 22 de noviembre de 2018

DINAMITEROS


Son una nueva raza, son, por lo general, jóvenes, dominadores de las redes, tuiteros de dedo fácil, acostumbrados a resumir la vida en ciento cuarenta caracteres, en frases sin pasado ni futuro, muy vistosas, impactantes y capaces de desatar una galerna, silenciando bares con la tele encendida, para, a continuación, remover el fondo de las conversaciones, sacando lo peor de cada uno.
No son irresponsables, pese a lo que piensan muchos. Hacen lo que hacen perfectamente conscientes de las consecuencias y son, precisamente, las consecuencias lo que buscan. Son los dinamiteros de la política, los que se encargan de volar los puentes, de echar abajo aquello que, quizá demasiado tarde, cuando es evidente la metedura de pata, se considera erróneo. Van armados de su teléfono móvil y de toda la adrenalina que son capaces de soportar y, a cada minuto, se lanza a las redes sin red, en busca del terremoto y el consiguiente tsunami que, saben, provocará su ingenio.
El último ejemplo, quizá el paradigma, es Gabriel Rufián, el diputado de Esquerra que sube al AVE todas las semanas con el firme propósito de abrir los telediarios y, cuando se tercia, hacerse el amo de todos esos programas de la mañana, mezcla perfecta de la polémica política y los más morbosos sucesos, todo bajo la lupa y la opinión de contertulios perfectamente previsibles, capaces de hacer saltar de su sillón a quien los ve y escucha.
Está claro que saben de su poder y lo aprovechan. Viven atentos a lo que se escribe en las redes y están dispuestos, en el más puro estilo Trump, a incendiarlas desviando la atención de las mismas de lo que debería ser lo importante a lo que es, simplemente, escandaloso y a sacar partido de la reacción que han provocado. Critico a quienes lo hacen, pero, desgraciadamente y salvo que cambiemos, de ellos es el futuro, porque, hoy por hoy, no creo que nadie se atreva a apear de las listas de Esquerra para el Congreso a un diputado como Rufián, que, día sí y día también, lleva los focos de las televisiones de “España" a la causa del "procés". Lo sabe y lo cultiva. Se viste la capa de superhéroe independentista y recoge insultos aquí y flores allá, que las dos cosas sirven para engrandecer su figura.
Como tampoco creo que haya nadie capaz en el PP de apear de las suyas a Rafael Hernando, "afiliado por Almería", más, viendo el triste resultado de la cursi y aburrida Dolors Montserrat, juguete todos los miércoles en manos de la vicepresidenta Calvo. Son, a los miopes ojos de los medios, la sal de la política, porque simplifican mucho su trabajo, dándoles la foto y el titular.
Sin embargo, cumplen otra función que hay que buscar afinando el enfoque más allá de los destellos y el ruido, la de dinamitar cualquier acuerdo, cualquier atisbo de diálogo, cualquier vía de solución para los graves conflictos abiertos. Esa es la especialidad de Pablo Casado que, de ser un Rufián  en las filas del PP, por una triple carambola del destino ha llegado a la presidencia del PP para seguir en las suyas, manejando las redes y la información, más pendiente, también, de las redes que del pasado y del futuro, capaz, no me lo quito de la cabeza, de fabricar, sólo o en compañía, el tuit que, en manos de su portavoz en el Senado, Ignacio Coisidó, y convenientemente filtrado, se convirtió en la carga que voló por los aires el acuerdo Catalá-Delgado para renovar el Consejo General del Poder Judicial.
Lo digo, porque Casado no ha mostrad el más mínimo interés en encontrar al verdadero autor del tuit, seguramente porque lo sabe de sobra, y, en lugar de castigar a su torpe portavoz, dio por dinamitado el acuerdo al que habían llegado exministro y ministra.
En fin, que creo que ese era precisamente el fin perseguido por el tuit y las filtraciones: volar por los aires un pacto mal entendido y muy criticado en el PP. Del mismo modo creo que Rufián, que podría llegar a ser el "Casado" de ERC, vino el miércoles a Madrid a dinamitar el "buen rollo" que parecía haberse instalado entre su partido y el PSOE. Estaba todo estudiado. Vino a Madrid a provocar a su enemigo mortal, Ciudadanos, y usó a Borrell como excusa. Provocó también a la presidenta Pastor y tardó apenas unos segundos en conseguir que ésta le sacase la tercera "tarjeta" expulsándole del Pleno, dando lugar a un espectáculo monumental, del que mitad cristo crucificado, mitad torrero en tarde de triunfo, salió héroe o mártir, a hombros de su grupo.
Los dinamiteros cumplieron su cometido y hoy, más allá de los insultos y el bufido que pareció escupitajo, la convivencia es más difícil y los medios tienen la carnaza con la que llenar pautas y escaletas.

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