Son una nueva raza, son, por lo general, jóvenes,
dominadores de las redes, tuiteros de dedo fácil, acostumbrados a resumir la
vida en ciento cuarenta caracteres, en frases sin pasado ni futuro, muy
vistosas, impactantes y capaces de desatar una galerna, silenciando bares con
la tele encendida, para, a continuación, remover el fondo de las
conversaciones, sacando lo peor de cada uno.
No son irresponsables, pese a lo que piensan muchos. Hacen
lo que hacen perfectamente conscientes de las consecuencias y son,
precisamente, las consecuencias lo que buscan. Son los dinamiteros de la
política, los que se encargan de volar los puentes, de echar abajo aquello que,
quizá demasiado tarde, cuando es evidente la metedura de pata, se considera
erróneo. Van armados de su teléfono móvil y de toda la adrenalina que son
capaces de soportar y, a cada minuto, se lanza a las redes sin red, en busca
del terremoto y el consiguiente tsunami que, saben, provocará su ingenio.
El último ejemplo, quizá el paradigma, es Gabriel Rufián, el
diputado de Esquerra que sube al AVE todas las semanas con el firme propósito
de abrir los telediarios y, cuando se tercia, hacerse el amo de todos esos
programas de la mañana, mezcla perfecta de la polémica política y los más
morbosos sucesos, todo bajo la lupa y la opinión de contertulios perfectamente
previsibles, capaces de hacer saltar de su sillón a quien los ve y escucha.
Está claro que saben de su poder y lo aprovechan. Viven
atentos a lo que se escribe en las redes y están dispuestos, en el más puro
estilo Trump, a incendiarlas desviando la atención de las mismas de lo que
debería ser lo importante a lo que es, simplemente, escandaloso y a sacar
partido de la reacción que han provocado. Critico a quienes lo hacen, pero,
desgraciadamente y salvo que cambiemos, de ellos es el futuro, porque, hoy por
hoy, no creo que nadie se atreva a apear de las listas de Esquerra para el
Congreso a un diputado como Rufián, que, día sí y día también, lleva los focos
de las televisiones de “España" a la causa del "procés". Lo
sabe y lo cultiva. Se viste la capa de superhéroe independentista y recoge
insultos aquí y flores allá, que las dos cosas sirven para engrandecer su
figura.
Como tampoco creo que haya nadie capaz en el PP de apear de
las suyas a Rafael Hernando, "afiliado por Almería", más, viendo el
triste resultado de la cursi y aburrida Dolors Montserrat, juguete todos los
miércoles en manos de la vicepresidenta Calvo. Son, a los miopes ojos de los
medios, la sal de la política, porque simplifican mucho su trabajo, dándoles la
foto y el titular.
Sin embargo, cumplen otra función que hay que buscar
afinando el enfoque más allá de los destellos y el ruido, la de dinamitar
cualquier acuerdo, cualquier atisbo de diálogo, cualquier vía de solución para
los graves conflictos abiertos. Esa es la especialidad de Pablo Casado que, de
ser un Rufián en las filas del PP, por una triple carambola del destino
ha llegado a la presidencia del PP para seguir en las suyas, manejando las redes
y la información, más pendiente, también, de las redes que del pasado y del
futuro, capaz, no me lo quito de la cabeza, de fabricar, sólo o en compañía, el
tuit que, en manos de su portavoz en el Senado, Ignacio Coisidó, y
convenientemente filtrado, se convirtió en la carga que voló por los aires el
acuerdo Catalá-Delgado para renovar el Consejo General del Poder Judicial.
Lo digo, porque Casado no ha mostrad el más mínimo interés
en encontrar al verdadero autor del tuit, seguramente porque lo sabe de sobra,
y, en lugar de castigar a su torpe portavoz, dio por dinamitado el acuerdo al
que habían llegado exministro y ministra.
En fin, que creo que ese era precisamente el fin perseguido
por el tuit y las filtraciones: volar por los aires un pacto mal entendido y
muy criticado en el PP. Del mismo modo creo que Rufián, que podría llegar a ser
el "Casado" de ERC, vino el miércoles a Madrid a dinamitar el
"buen rollo" que parecía haberse instalado entre su partido y el
PSOE. Estaba todo estudiado. Vino a Madrid a provocar a su enemigo mortal,
Ciudadanos, y usó a Borrell como excusa. Provocó también a la presidenta Pastor
y tardó apenas unos segundos en conseguir que ésta le sacase la tercera
"tarjeta" expulsándole del Pleno, dando lugar a un espectáculo
monumental, del que mitad cristo crucificado, mitad torrero en tarde de
triunfo, salió héroe o mártir, a hombros de su grupo.
Los dinamiteros cumplieron su cometido y hoy, más allá de
los insultos y el bufido que pareció escupitajo, la convivencia es más difícil
y los medios tienen la carnaza con la que llenar pautas y escaletas.
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