miércoles, 14 de noviembre de 2018

INSTINTO SUICIDA

¿Qué les pasa? ¿Por qué se empeñan en matar nuestras ilusiones una vez y otra vez? Os aseguro que a veces pienso que trabajan para "el enemigo", que son los topos que minan los cimientos que sustentan las esperanzas de la izquierda, que son incapaces de eso que tanto proclaman, de hacer una piña para que, de una vez, la izquierda vuelva a gobernar con el poder y los contrapesos necesarios para que la socialdemocracia no se vaya por los cerros de la banca y las eléctricas. Es inútil, no quieren y, cuando no se quiere, difícilmente se puede.
Ayer, sentado con viejos compañeros, hoy amigos, delante de unas cervezas, afloró, como no podía ser de otro modo, la crisis de Podemos en el ayuntamiento de Madrid, un asunto en el que, como traté de explicar ayer, me siento espectador y afectado como votante. Pero uno de esos amigos conocía a la perfección los hilos con que está tejida, no ya la formación, sino la unión de personas y partidos que llevó a Manuela Carmena al ayuntamiento madrileño y que hoy lo gobierna.
Os aseguro que me perdí en ese mapa lleno de rencores, de envidias y, por qué negárselo, de buenas intenciones. Está claro que Podemos no es un partido "a la antigua" y, sin embargo, tiene muchos de sus defectos, los peores. Y eso, amigos, es malo, muy malo, porque los votantes, mucho más los que nos consideramos de izquierdas y votamos a los partidos de la izquierda o que creemos que lo son tenemos la piel muy fina, quizá demasiado, y ante la menor decepción nos frustramos y damos la espalda al sueño, algo de lo que quienes están al frente de esos partidos no parecen conscientes.
Unas veces es el PSOE, otras Podemos y sus socios, pero el caso es que nunca son capaces de ir unidos y en armonía a unas elecciones. Siempre, en cuanto se habla de listas, sea para unas elecciones o para configurar las direcciones, elecciones, al fin y al cabo, se desatan todos los demonios y, entre ellos, el de la envidia y el de los celos los primeros, y, con ellos, todos los demás.
Y así nos va, arrastrándonos de frustración en frustración, sufriendo en nuestras carnes el daño, las consecuencias de tanta inquina, tanta envidia y, sí, digámoslo, de tanta inmadurez. Podéis, si queréis comprobar lo que os digo, hacer un ejercicio muy sencillo: buscad, es fácil hacerlo en las redes, fotos de los dirigentes de Podemos en las distintas etapas del partido, un partido que, os lo recuerdo, es aún muy joven. Si las miráis veréis que, como por arte de magia, algunos, muchos dirían yo, de quienes en un tiempo parecían mantener una amistad inquebrantable, hermanos casi, han ido desapareciendo, como por el Photoshop de máscara y pincel, desparecían de las fotos de los tiempos heroicos de la revolución de 1917 desaparecían en los libros de Historia rusos, una parte importante de los protagonistas de aquellos acontecimientos.
Afortunadamente, son otros los tiempos y ya no están de moda, que sepamos, el gulag y el asesinato, pero son muchas las formas de hacer desaparecer a un rival en política. Los partidos se cuidan mucho de permitir la diversidad en sus filas. Generalmente, los líderes no están preparados para soportarlo y, en cuanto ven peligrar su liderazgo o la de su guardia de corps, afilan el lápiz de expedientar y lo ponen a trabajar.
Podemos se enfrenta ahora a la comparecencia en las urnas sin máscara, con las siglas puras y duras, y siente el vértigo del fracaso o, cuando menos, de un cierto rechazo por la sociedad real, la que, al final, vota. Y, en ocasiones como ésta, Podemos acabar sacando siempre el peor de sus instintos, el suicida, ese purismo tan poco práctico que le lleva, al menos a su líder, a elegir aferrarse al poder sobre unos pocos, antes que ser uno más en el poder. No, no es bueno para ellos ni para nosotros ese instinto suicida del que adolece, como un niño malcriado, Podemos.

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