¿Qué les pasa? ¿Por qué se empeñan en matar nuestras
ilusiones una vez y otra vez? Os aseguro que a veces pienso que trabajan para
"el enemigo", que son los topos que minan los cimientos que sustentan
las esperanzas de la izquierda, que son incapaces de eso que tanto proclaman,
de hacer una piña para que, de una vez, la izquierda vuelva a gobernar con el
poder y los contrapesos necesarios para que la socialdemocracia no se vaya por
los cerros de la banca y las eléctricas. Es inútil, no quieren y, cuando
no se quiere, difícilmente se puede.
Ayer, sentado con viejos compañeros, hoy amigos, delante de
unas cervezas, afloró, como no podía ser de otro modo, la crisis de Podemos en
el ayuntamiento de Madrid, un asunto en el que, como traté de explicar ayer, me
siento espectador y afectado como votante. Pero uno de esos amigos conocía a la
perfección los hilos con que está tejida, no ya la formación, sino la unión de
personas y partidos que llevó a Manuela Carmena al ayuntamiento madrileño y que
hoy lo gobierna.
Os aseguro que me perdí en ese mapa lleno de rencores, de
envidias y, por qué negárselo, de buenas intenciones. Está claro que Podemos no
es un partido "a la antigua" y, sin embargo, tiene muchos de sus
defectos, los peores. Y eso, amigos, es malo, muy malo, porque los votantes,
mucho más los que nos consideramos de izquierdas y votamos a los partidos de la
izquierda o que creemos que lo son tenemos la piel muy fina, quizá demasiado, y
ante la menor decepción nos frustramos y damos la espalda al sueño, algo de lo
que quienes están al frente de esos partidos no parecen conscientes.
Unas veces es el PSOE, otras Podemos y sus socios, pero el
caso es que nunca son capaces de ir unidos y en armonía a unas elecciones.
Siempre, en cuanto se habla de listas, sea para unas elecciones o para
configurar las direcciones, elecciones, al fin y al cabo, se desatan todos los
demonios y, entre ellos, el de la envidia y el de los celos los primeros, y,
con ellos, todos los demás.
Y así nos va, arrastrándonos de frustración en frustración,
sufriendo en nuestras carnes el daño, las consecuencias de tanta inquina, tanta
envidia y, sí, digámoslo, de tanta inmadurez. Podéis, si queréis comprobar lo
que os digo, hacer un ejercicio muy sencillo: buscad, es fácil hacerlo en las
redes, fotos de los dirigentes de Podemos en las distintas etapas del partido,
un partido que, os lo recuerdo, es aún muy joven. Si las miráis veréis que,
como por arte de magia, algunos, muchos dirían yo, de quienes en un tiempo
parecían mantener una amistad inquebrantable, hermanos casi, han ido
desapareciendo, como por el Photoshop de máscara y pincel, desparecían de las
fotos de los tiempos heroicos de la revolución de 1917 desaparecían en los
libros de Historia rusos, una parte importante de los protagonistas de aquellos
acontecimientos.
Afortunadamente, son otros los tiempos y ya no están de
moda, que sepamos, el gulag y el asesinato, pero son muchas las formas de hacer
desaparecer a un rival en política. Los partidos se cuidan mucho de permitir la
diversidad en sus filas. Generalmente, los líderes no están preparados para
soportarlo y, en cuanto ven peligrar su liderazgo o la de su guardia de corps,
afilan el lápiz de expedientar y lo ponen a trabajar.
Podemos se enfrenta ahora a la comparecencia en las urnas
sin máscara, con las siglas puras y duras, y siente el vértigo del fracaso o,
cuando menos, de un cierto rechazo por la sociedad real, la que, al final,
vota. Y, en ocasiones como ésta, Podemos acabar sacando siempre el peor de sus
instintos, el suicida, ese purismo tan poco práctico que le lleva, al menos a
su líder, a elegir aferrarse al poder sobre unos pocos, antes que ser uno más
en el poder. No, no es bueno para ellos ni para nosotros ese instinto suicida
del que adolece, como un niño malcriado, Podemos.
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