miércoles, 31 de octubre de 2018

A VUELTAS CON FRANCO


Lo que los españoles estamos viviendo a propósito de la momia de Franco es una pesadilla digna de la fecha en que estamos. En tres semanas se cumple un año más de la muerte del dictador, cuarenta y tres ya. De aquel día sólo recuerdo la alegría contenida, aún había que guardar las formas, de quienes, de un modo u otro, deseábamos, si no la muerte del responsable de tantas muertes, sí que se fuese de una vez para dejar paso a la vida, y de sobra sabíamos que ni él ni su codiciosa familia iba a consentir su marcha en vida, de modo que teníamos asociada su muerte a ese fin de la dictadura tan deseado por quienes queríamos una España distinta.
Quién nos iba a decir entonces que hoy, cuarenta y tres años después, cuando la mayor parte de sus amigos y enemigos ya no están o, al menos, no deberían estar, seguiríamos enganchados en esta  pesadilla de qué hacer con sus huesos, su momia, según el nietísimo Francis, que del abuelo quiere los honores y la riqueza derivada de la rapiña, porque, para estar en este mundo, eligió la vida muelle de su padre, el marqués de Villaverde, que, de su suegro, rapiñó hasta las fotos de la agonía.
La familia del dictador, controlada por la viuda y el yernísimo, tardó en dejarle morir. Había que poner a salvo todo aquellos de lo que disfrutaban por su relación de sangre con el sanguinario general y, ahora que ya está muerto y enterrado, donde no le corresponde, por cierto. andan "monitorzando" su memoria, como hizo el marqués con su cuerpo prácticamente muerto en aquella camilla de La Paz, a la búsqueda de no sé qué suerte de resurrección, dificultando con saña una salida digna y decorosa para sus restos y para la dignidad de los españoles.
El anacronismo de tener la momia del dictador en un mausoleo falsamente construido para los caídos de aquella guerra tan injusta que, no era en realidad más que  una especie de corte de vencedores y vencidos enterrados junto al sátrapa, como aquel ejército de guerreros de terracota que escoltaban al emperador Qin Shi Huang a un hipotético más allá, ese absurdo de glorificar a un hombre que hizo sufrir tato y a tantos no puede mantenerse, como tampoco puede mantenerse una tumba en un lugar de honor, bajo una catedral, donde pueda ser honrado olvidando sus crímenes.
Ayer, cuando parecía que todo estaba resuelto, cuando parecía que la iglesia católica había entrado en razón, un comunicado del Vaticano echaba por tierra el alivio de tantos españoles, especialmente de tantos madrileños que, de otro modo, si Franco en enterrado en la catedral, se verían obligados a aguantar en determinadas fechas espectáculos de otro siglo felizmente olvidados.
Pero la iglesia, como siempre, ante la disyuntiva de escoger entre la vida y la muerte, ha optado por ponerse del lado del muerto y su familia, obligando a quienes sólo quieren vivir con la cabeza alta y olvidar todo aquello a soportar lo que ni argentinos ni italianos ni alemanes tienen que soportar: un asesino venerado. Por extraño que parezca, cuarenta y tres años después de su muerte y cuarenta después de una constitución que ya esta vieja, gracias a la ambigüedad de la iglesia, aún seguimos a vueltas con Franco.
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2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Gran verdad ...

Saludos
Mark de Zabaleta

Montsehv dijo...

Terrible y cierto.