Lo que los españoles estamos viviendo a propósito de la
momia de Franco es una pesadilla digna de la fecha en que estamos. En tres
semanas se cumple un año más de la muerte del dictador, cuarenta y tres ya. De
aquel día sólo recuerdo la alegría contenida, aún había que guardar las formas,
de quienes, de un modo u otro, deseábamos, si no la muerte del responsable de
tantas muertes, sí que se fuese de una vez para dejar paso a la vida, y de
sobra sabíamos que ni él ni su codiciosa familia iba a consentir su marcha en
vida, de modo que teníamos asociada su muerte a ese fin de la dictadura tan
deseado por quienes queríamos una España distinta.
Quién nos iba a decir entonces que hoy, cuarenta y tres años
después, cuando la mayor parte de sus amigos y enemigos ya no están o, al
menos, no deberían estar, seguiríamos enganchados en esta pesadilla de
qué hacer con sus huesos, su momia, según el nietísimo Francis, que del abuelo
quiere los honores y la riqueza derivada de la rapiña, porque, para estar en
este mundo, eligió la vida muelle de su padre, el marqués de Villaverde, que,
de su suegro, rapiñó hasta las fotos de la agonía.
La familia del dictador, controlada por la viuda y el
yernísimo, tardó en dejarle morir. Había que poner a salvo todo aquellos de lo
que disfrutaban por su relación de sangre con el sanguinario general y, ahora
que ya está muerto y enterrado, donde no le corresponde, por cierto. andan
"monitorzando" su memoria, como hizo el marqués con su cuerpo
prácticamente muerto en aquella camilla de La Paz, a la búsqueda de no sé qué
suerte de resurrección, dificultando con saña una salida digna y decorosa para sus
restos y para la dignidad de los españoles.
El anacronismo de tener la momia del dictador en un mausoleo
falsamente construido para los caídos de aquella guerra tan injusta que, no era
en realidad más que una especie de corte de vencedores y vencidos
enterrados junto al sátrapa, como aquel ejército de guerreros de terracota que
escoltaban al emperador Qin Shi Huang a un hipotético más allá, ese absurdo de
glorificar a un hombre que hizo sufrir tato y a tantos no puede mantenerse,
como tampoco puede mantenerse una tumba en un lugar de honor, bajo una
catedral, donde pueda ser honrado olvidando sus crímenes.
Ayer, cuando parecía que todo estaba resuelto, cuando
parecía que la iglesia católica había entrado en razón, un comunicado del
Vaticano echaba por tierra el alivio de tantos españoles, especialmente de
tantos madrileños que, de otro modo, si Franco en enterrado en la
catedral, se verían obligados a aguantar en determinadas fechas espectáculos de
otro siglo felizmente olvidados.
Pero la iglesia, como siempre, ante la disyuntiva de escoger
entre la vida y la muerte, ha optado por ponerse del lado del muerto y su
familia, obligando a quienes sólo quieren vivir con la cabeza alta y olvidar
todo aquello a soportar lo que ni argentinos ni italianos ni alemanes tienen
que soportar: un asesino venerado. Por extraño que parezca, cuarenta y tres
años después de su muerte y cuarenta después de una constitución que ya esta
vieja, gracias a la ambigüedad de la iglesia, aún seguimos a vueltas con
Franco.
e
2 comentarios:
Gran verdad ...
Saludos
Mark de Zabaleta
Terrible y cierto.
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