Hace tiempo que descubrí, no sin horror, que la política no
sirve a la noble causa de transformar la realidad en beneficio de la mayoría,
sino que su empeño suele ser el de maquillar esa misma realidad a mayor gloria
de unos pocos y de su patrimonio.
Ahora -y sé que es duro decirlo así- tenemos la muerte de
tres jóvenes sobre la mesa y me agobia la sensación de que, una vez más, me
están, nos están mareando, con perfiles de la tragedia que, en realidad no
buscan explicarla para evitar que vuelva a producirse, sino que buscan la
exculpación de los implicados.
Ayer, en un gesto muy efectista, la alcaldesa de Madrid, con
esa fuerza casi mesiánica que da a los católicos la trampa confundir responsabilidad
y culpa, una vez que se borró de la lista de los culpables, arrojó con la
espada de fuego de la prohibición las macro fiestas como la de la madrugada del
jueves del paraíso de las instalaciones municipales. Son malos y les castigo,
parece decir Botella. Y lo ha conseguido, El titular más generalizado contiene
esas dos palabras, Botella y prohíbe, y sabemos que, por desgracia, lo que
queda es el titular.
Cuando enseñaba periodismo, ponía mucho empeño en inculcar a
mis alumnos la idea de que esta profesión, tan depauperada hoy, consiste en
hacerse preguntas y tratar de hallar las respuestas. Por eso me duele tanto que
de un tiempo a esta parte se esté erradicando la pregunta de este ya triste
oficio.
Sinceramente creo que en este asunto nos estamos perdiendo
en detalles reglamentistas en cuanto al número de vigilantes o agentes de
seguridad que debieran estar dentro o en los accesos al recinto, en el número
de salidas de emergencia existentes y en si estaban abiertas o no. Parece que
redujesen el valor de la vida de nuestros hijos a unas cuantas líneas escritas
en un reglamento. Y no es eso.
Está claro, no sólo que el empresario Miguel Ángel Flores
engañaba al Ayuntamiento de Madrid en sus previsiones y en sus cuentas, sino
que, además, el Ayuntamiento se dejaba engañar y lo hacía a menudo. Está tan
claro como el hecho de que, desde un principio, la empresa municipal que
regenta el Madrid Arena hizo causa común con la empresa de Flores, empeñada en
que todo estaba en orden y en atribuir al lanzamiento de una bengala el origen
de todo, cuando hay un evidente desfase entre el lanzamiento de la bengala y el
tapón que originó la tragedia.
La realidad, lo importante es lo que están mostrando las
imágenes y el sonido registrado por las cámaras del recinto. Ese "¿Podéis
creer que somos 15.000?" del DJ Aoki debe martillear los oídos de quienes,
sin duda, vendieron más del doble de entradas de las que especificaban en la
solicitud de alquiler del recinto. Ayer, en un programa dedicado al asunto
dirigido por Rosa Villacastín, varios jóvenes explicaron como la venta de entradas
por encima del aforo es algo habitual y, de hecho, uno de los jóvenes presentes
que había comprado la suya a través de Internet aseguraba que el aforo se agotó
hace mes y medio -el pago electrónico deja huella- y que el resto, hablaban de
miles, se vendieron a través de eso que los jóvenes llaman relaciones públicas
y a mí me suenan a mafiosos especializados en trabajos sucios.
Los jóvenes hablaron de agobio, de dificultades, no sólo
para moverse, sino, incluso, para respirar.
Porque la tan elogiada retención de los asistentes una vez
producida la tragedia, para llevar a cabo una evacuación ordenada, se prolongó
hasta las seis de la mañana y llegó a generar pánico en parte de los
asistentes, debido al calor y al aire viciado.
Está claro que el ruido de la fiesta y la misma masa de
asistentes fueron las que impidieron que la avalancha -por cierto, según otro
de los jóvenes presentes en el programa, las avalanchas son frecuentes en este
tipo de actos- cobrase mayores proporciones y está claro, también, que, salvo
para las cinco jóvenes afectadas, hubo mucha suerte.
En resumen, basta mirar la fotografía de EFE con que ilustro
esta entrada para llegar a la conclusión de que cualquier atisbo de
organización o seguridad brillaron por su ausencia. En ella se ve como en ese
pasillo confluyen quienes entran, con quienes salen y con quienes arecen
esperar junto a la puerta de lo que podría ser el servicio de
"chicas". Tres flujos en sentido contrario sin nadie que los ordene
que, lógicamente, antes o después tenían que acabar en remolino y presa.
Mientras las empresas de seguridad estén entrenadas para
labores de orden público y se afanen más en proteger los intereses de la
empresa que en salvaguardar la seguridad de los asistentes, seguirán produciéndose
estas tragedias. No cabe duda de que el Madrid Arena no está diseñado para
fiestas como la que acabó en tragedia. Y está claro, la foto es la prueba, que
no había un plan de seguridad apropiado.
Y, eso, alguien tendrá que pagarlo, señora Botella.
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1 comentario:
No puedo estar más que de acuerdo con todo lo que has escrito... en este país hay la inaguantable habilidad de escurrir el bulto hasta niveles extremos, sea cual sea el tema a tratar. Una desgracia, que no hace que ir a más y que, con """representantes""" como la "Srta." Botella, poco o nada cesarán. D.E.P. y un fuerte abrazo a los familiares y amigos de las víctimas.
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