El Tribunal Supremo acaba de garantizar el derecho de los
ayuntamientos, del Ayuntamiento de Madrid en concreto, a hurgar en las basuras
de sus vecinos para comprobar que cumplan con la obligación de reciclar sus
residuos y, si no lo hacen, investigar la procedencia de esa basura con el fin
de multar al vecino en cuestión o a la comunidad a la que pertenezca. Un asunto
feo donde los haya este de andar olisqueando cáscaras de naranja, mondas de
patata, restos de comida y cualquier carta o documento que lleve a identificar
al culpable.
No deja de ser curioso que se conozca la sentencia horas
antes de que arranque la comisión municipal de investigación de la tragedia del
Madrid Arena, en la que el ayuntamiento que hoy preside Ana Botella, pero que
conformó a su imagen y semejanza Alberto Ruiz Gallardón, se ha encargado de
poner veto a cualquier intento de revisar los hechos y sus antecedentes, para
que podamos saber de una vez de quién es toda la basura enterrada en el
pabellón.
Es feo, muy feo, eso de andar olisqueando la basura de nadie.
Recuerdo que se dijo que, cuando el dictador Ceaucescu visitó al dictador
Franco, en el personal de la residencia que le fue asignada al rumano, se había
infiltrado a alguien con la misión de revisar sus "caquitas" para
poder diagnosticar de ese modo sus enfermedades. Misión tan delicada sin duda
como penosa para el espía que, al final, ni siquiera pasaría a la Historia,
porque, a diferencia del dictador gallego, murió fusilado quién sabe por quién
para que no compartiese sus oscuras relaciones, y no en manos de su yerno
ensartado en tubos y cables.
Admitida la práctica por el supremo habrá que buscar un
nombre para el equipo de funcionarios que se ocupe de esa actividad que
podríamos llamar coproespionaje. Un nombre y quizá un uniforme. Habrá que
determinar también si deben llevar a cabo su trabajo escoltados por la Policía
Municipal y asistidos por notarios que den fe del resultado de sus pesquisas o
por funcionarios judiciales que autoricen el registro. En cualquier caso va a
ser complicada y nada agradable su tarea.
Lo único deseable es que quienes husmeen nuestras bolsas
tengan la delicadeza de respetar las cartas de amor y las que revelen oscuros
secretos de familia. Eso por no hablar de los enfermos que dejamos en los
contenedores las huellas de nuestros males. También habrá que determinar qué
deben hacer, si en tiempos de penuria y desconfianza hacia los bancos como
estos, encuentran el calcetín de los ahorros, tirado por error a la basura
¿Debe aplicarse ese "para el que barre" que recoge la filosofía
popular?
Feo asunto éste. Feo asunto, sobre todo ahora que vemos cómo
cada vez pagamos más para que nos recojan las basuras y, sin embargo, lo hacen
más de vez en cuando y peor. Feo asunto porque todos sabemos que entre las
basuras no sólo crecen las ratas, algunas como conejos, sino la corrupción y
las mafias. Feo asunto, porque el ayuntamiento habla de una ciudad de papel que
nada tiene que ver con la realidad de los barrios en las que no hay
contenedores suficientes y, si los hay, los queman por puro gamberrismo y
porque no hay policía encargada de protegerlos como el bien público que son.
En mi calle, por ejemplo, con un mercado municipal ocupando
una de sus aceras, la basura se amontona alrededor de unos contenedores
insuficientes y, cuando se recoge, se exprime allí mismo para que el zumo de
frutas, verduras y quién sabe qué más riegue y perfume la calzada.
Dudo que encuentren funcionarios dispuestos a meter sus
manos en esos revoltijos y, si los hay, tendrán que pelearse con quienes, cada
vez, más buscan entre lo que tiramos algo que les permita comer ese día y, con
un poco de suerte, rescatar y reparar algún cacharro que tiramos porque lo
consideramos inservible o pasado de moda.
Me preocupa que alguien meta sus narices en mi bolsa de
basura. Me preocupa y me disgusta, porque prefiero que el ayuntamiento ponga
los medios para que reciclemos y eduque a pequeños y grandes en la cultura de
que, con un pequeño esfuerzo y los medios adecuados, reciclar es trabajar en
pro del bien común y del futuro de nuestros hijos.
Lo otro es el sueño de un oscuro caballero, Gallardón, que,
en lugar de poner las leyes al servicio de los ciudadanos, las pone a
perseguirles para exprimirles a base de multas y tasas con las que tapar sus
agujeros y pagar sus faraónicos proyectos.
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