sábado, 24 de noviembre de 2012

CONFORTABLE ESCLAVITUD

 
 
Lo sabía ya de Apple y lo sospechaba de las demás, pero ha sido hoy, leyendo la edición digital de EL PAÍS, cuando he confirmado que los europeos y particularmente los españoles somos, no un poco, sino bastante primos, porque todas esas marcas que se han instalado en nuestras vidas, como si de apéndices indispensables para nuestro ocio y nuestra vida laboral se tratase, nos la están dando con queso llevándose los beneficios de nuestra sumisión como clientes, a veces verdadera dependencia, dejándonos apenas unas migajas de esos beneficios en impuestos.
Se trata, intuyo, de una combinación perfecta entre deslocalización, ingeniería financiera y desagüe de beneficios en paraísos financieros lo que permite quienes nos pintan como héroes de nuestro tiempo se comporten en realidad como despóticos tiranos que ven crecer sus cuentas corrientes en tanto que lo que nos venden arruina cualquier competencia, minando el mercado laboral de los países que conquista.
Ya pueden Bill Gates o Mark Zuckerberg y podía Steve Jobs, o los padres de Yahoo, Google o el negocio de distribución que es Amazon ser generoso con sus obras de caridad y fundaciones, porque están rompiendo el equilibrio económico y social de muchos de los países que hoy nos vemos al borde del abismo económico.
En un país como España, en el que se embarga la vivienda a una familia por el impago de una deuda de apenas 6.000 euros, esas grandes compañías sólo habrían pagado veinticinco millones de euros en impuestos por sus beneficios de los tres últimos años, cifrados en miles de millones de euros. La sola comparación de estas cifras provoca sudores fríos, mientras la mala conciencia me corroe, porque, si uno comienza a hacer cuentas, se percata de que en gran parte contribuye a esos grandes beneficios de los gigantes tecnológicos. Quién puede, si no, decirse libre del pecado de manejar un iPod o un iPhone, trabajar en cualquiera de las versiones de Windows, tener amigos en Facebook, resolver dudas en Google, comprar música, películas o libros en iTunes, Amazon o Spotify o reenviar a los amigos ese video tan chulo a través de Yahoo. El sólo ejercicio de pensar en ello deprime.
Las cifras son abrumadoras y, extrapolándolas a otras actividades, ayudan a explicar por qué, de la noche a la mañana, se esfuma gran parte de la riqueza de tantos países. Y es así, porque quien atesora tanto beneficio con las ventas de aparatos fabricados en condiciones próximos a la esclavitud en países emergentes en todo menos en democracia, y por el cobro de los servicios que llevan asociados siga creciendo, quiere que ese tesoro siga creciendo actuando con él sobre los malditos mercados.
En fin, un dilema dramático, porque esto que os escribo y que "cuelgo" en blogspot.com y facebook, lo he leído en la edición digital de EL PAÍS que busqué a través de Google y lo he escrito en un PC con Windows 7, mientras escucho alguna de mis músicas favoritas a través de iTunes y estoy al tanto de los avisos que me llegan a través de mi iPhone.
Qué podemos hacer, renunciar a todas estas tecnologías que nos han traído hasta esta confortable esclavitud o tratar de cambiar el sistema que las convierte en injustas. Buena pregunta ¿verdad?
 
 
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