sábado, 17 de noviembre de 2012

LOS PETAIN DEL SIGLO XXI

 
 

Sé que evocar aquellos años, y más cuando está Alemania de por medio, es meterse en un lodazal del que difícilmente se sale sin barro en los zapatos, pero uno acaba por hartarse de oír hablar lo que se puede y lo que no se puede hacer, de lo que nos viene "impuesto" por Berlín o Bruselas o de los sacrificios que nos imponen, pero no se imponen, nuestros gobernantes, mucho más de unos que de otros, claro.

Partamos primero de que en aquellos tiempos, en apenas veinte años hubo dos, las crisis económicas se resolvían haciendo guerras, a ser posible mundiales, que, no sólo decoraban a esos jóvenes con los que hoy no sabemos qué hacer y, de paso, generaba una destrucción tal -Irak es un ejemplo- que, al final, el paisaje desolado en que queda el vencido se convierte en el gran negocio del vencedor. Y, aunque en un arrebato de optimismo quiero creer que hoy no serían posibles guerras como aquellas, quien juega con fuego, y son muchos los que juegan, acaba por quemarse.

Pero volvamos al principio y volvamos al personaje que da título a esta entrada y que hoy parece repetirse hasta la saciedad en los países que padecemos las dentelladas de la crisis, aquel mariscal Pétain, héroe de la cruel batalla de Verdún y manso cordero, como presidente de la república, frente a un Hitler victorioso en París, hasta el punto de forzar una reforma de la constitución francesa y así obtener la potestad para firmar un armisticio con el invasor. Pétain pasó, no entonces sino tras la liberación y para la Historia, de ser el héroe de Verdún a ser el traidor que entrego Francia a Hitler, atada de pies y manos.

También aquí se nos hizo ver que debíamos reformar la constitución para convertirla en un collar de castigo al limitar la capacidad de endeudamiento del país y asumiendo que, para España, el pago de la deuda y sus intereses es prioritario frente a la atención a sus propios ciudadanos. Recuerdo que fueron muy pocos quienes se opusieron a aquel trágala, Rubalcaba lo hizo tímidamente, y recuerdo que los medios de comunicación no se esforzaron mucho, si es que alguno lo hizo, en mostrarnos las consecuencias de aquello ni, mucho menos, en dar voz suficiente a quienes reclamaban someter la reforma a referéndum.

Todo se nos ha dado como inevitable: la limitación del déficit, los recortes, algunos verdaderamente sangrantes, los despidos, de internos y empleados públicos, la paralización de las obras públicas, las subidas de tasas, el deterioro del transporte púbico al tiempo que se encarecen los billetes. Todo, todo, como si fuese inevitable. Una economía casi de guerra que tiene al país acojonado, sin dinero para gastar ni apenas ganas de hacerlo. Una forma de gobernar contra los intereses del pueblo con la vaga promesa de que, con el sacrificio, todo será mejor en el futuro.

También como en la Francia de Pétain se fuerza a los trabajadores -no hace falta apuntarles con un fusil- a alimentar la economía y la industria alemana, mientras la nuestra languidece y se marchita por el estrangulamiento del crédito.

A nosotros, a los portugueses, a los griegos y en menor medida a los italianos se nos impone el copago, se nos congelan los sueldos y las pensiones, mientras en Alemania, a meses de unas elecciones, se levantan todos esos "castigos" gracias a que financiar su deuda, gracias a la sangría de la nuestra, ahora les sale casi gratis.

Sé que lo que digo puede resultar poco correcto a los ojos de algunos. Sé que culpar a Alemania, a los alemanes, de nuestra desgracia puede ser injusto, pero es que nadie allí parece darse cuenta de lo que nos están haciendo. Y yo, que siempre he pensado que los alemanes fueron también víctimas de la Alemania de Hitler, estoy esperando a esas elecciones para recuperar la confianza en la izquierda alemana o para perderla definitivamente.

Curiosamente, el inspirador del del 15-M y del movimiento de los indignados que ha recorrido el mundo fue un viejo resistente francés que lucho contra el nazismo y sus comparsas del gobierno de Vichy. Al final, lo consiguieron y los franceses, todos, de memoria flaca, prefirieron no torturarse con la culpa de haber colaborado con los nazis. Por eso, creo que la única forma de superar esto es a través de la resistencia y de la desobediencia civil. En cuanto a nuestros Pétain de andar por casa, espero que primero el pueblo y después la Historia le supongan en su sitio.
 
 
 
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