El otro día, mirando la foto de aquella plantilla
fundacional de EL PAÍS que había "colgado" Maruja Torres en Facebook,
recordé aquella pegunta que se le planteaba a Zavalita, protagonista de la
novela "Conversación en la Catedral" de Mario Vargas Llosa. "En
qué momento fue que se jodió el Perú" le preguntaban y "en qué
momento fue que se jodió España" es lo que me atreví a preguntarle a la
nostálgica Maruja que, ante la escabechina que están haciendo con su periódico,
pasaba de llorar de pena a hacerlo de rabia. Y Maruja no dudó en fijar ese
momento en el final de los ochenta y creo que tiene razón.
Fue en aquellos años cuando comenzó el baile de las
hipotecas, os acordáis, aquel baile en que, en contra de todo lo razonable los
bancos se quitaban unos a otros los clientes, a base de hacerse con sus
hipotecas para ofrecérselas, más baratas, si la renegociaban con ellos. Fueron
los tiempos en que los bancos, y también las cajas, pasaron de regalar
calendarios por navidad a "vendernos" vajillas, baterías de cocina,
relojes y, en el mejor de los casos, televisores, si le poníamos los cuernos a
nuestro viejo banco con ellos.
Estábamos felices, España estaba de moda y a los españoles
nos iba muy bien, por qué íbamos a renunciar a disfrutarlo. Además, conseguir
dinero era fácil, cada vez más fácil. España era Jauja, pero, imperceptible,
silenciosamente, se estaba jodiendo. Y por qué se estaba jodiendo. Se estaba
jodiendo porque fue en aquellos años, cuando la mentira pasó a ser moneda de
cambio. Pusieron la zanahoria de los pisos mejores, las vacaciones y los
coches, mientras escondían bajo la mesa el palo de la letra pequeña, de los
embargos y los desahucios.
Evidentemente nos faltó prudencia y nos faltó realismo,
porque, y ahora, mientras nos lamemos las heridas, lo vemos claro, nadie hace
nada por nada ni por nadie. Nadie puede mejorarte la hipoteca sin llevarse nada
a cambio. Ni siquiera el empleado que lleva años atendiéndote, primero en la
ventanilla, que por sí denota distancia, y ahora tras esa mesa tramposa que,
para tu mal, puede llevarte a creer que estáis en el mismo lado, y nada más
lejos de la realidad.
Pero, si nosotros fuimos ilusos e imprudentes y ellos unos
canallas, peores han sido aquellos que borrachos de soberbia, poder y falso
sentido de la responsabilidad han olvidado que el cuero y las maderas nobles
que envuelven su escaño no están allí para su disfrute, ni para que nos miren
por encima del hombro. El cuero, la madera, la megafonía, los carísimos
sistemas de votación, sus caros teléfonos, sus tabletas, sus sueldos y sus
dietas, están a su disposición para que les sea más fácil y menos penoso
cumplir con lo que les ha llevado allí, que no es otra cosa que el compromiso
de hacer nuestra vida más fácil y más justa.
Pero lo han olvidado. Fue quizá por esas fechas cuando lo
olvidaron. Fue cuando se dieron cuenta de que, como los bancos, podían quedarse
con nuestra cuenta, aunque, eso sí, sin entregarnos la vajilla o el televisor
prometidos. Fue entonces cuando se las apañaron para hacernos olvidar que existía
la clase obrera, fue entonces cuando nos hicieron a todos propietarios, cuando,
de la noche a la mañana, nos convirtieron en clase media. Fue cuando
pretendieron, y lo consiguieron, que aquello de obreros y patrones era pasado,
que ya todos éramos empresa. Fue cuando el capitalismo escondió las garras y se
vistió con pieles de cordero... Y lo peor de todo es que los partidos
políticos, nuestros representantes les ayudaron.
Fue por entonces, Zavalita, que se jodió España.
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