Pereza. Ese es el sentimiento que lentamente se apodera de
mí cada vez que, al comenzar el día, la, esa actualidad una y mil veces
repetida, se va filtrando en mi vida sin sorprenderme, sin ofrecerme la más
mínima esperanza de que algo o alguien vaya a ser capaz de cambiar el mórbido
panorama que nos atrapa.
No me extraña que los primeros hombres se inventasen dioses
para explicar esa rutina inamovible que se sucedía un día tras otro y que,
salvo guerra o catástrofe, marcaba su destino desde la cuna a la tumba. Algunos
de nosotros, desgraciadamente no todos, los que gustamos de etiquetarnos como
"el hombre moderno", hemos aprendido a buscar explicación a las cosas
y, de ese modo, esos dioses que todo lo gobiernan y lo explican han dejado de
importarnos, aunque poco o nada ha cambiado en nuestras vidas, porque,
desgraciadamente y casi al tiempo hemos descubierto que el papel de aquellos
dioses no era el otro que el de esconder o decorar lo que no era sino el
dominio de unos pocos sobre los demás.
Hoy los dioses se llaman mercado, seguridad y, a veces,
democracia. Tres palabras que en esencia encerrarían objetivos deseable, pero
que, en la práctica son como esas bridas de nylon, sutiles, casi invisibles que
han sustituido a los grilletes, con mayor eficacia si cabe. Hoy los dioses se
han ido de nuestras vidas, pero han dejado en su lugar esa otra religión de
sacerdotes invisibles e implacables que no sólo quitan y dan, sino que
pretenden hacernos creer que lo hacen en nuestro nombre y por nuestro bien.
Hoy me he despertado y me he desayunado con los sondeos
sobre las elecciones catalanas. Unos sondeos que, salvo el previsible
hundimiento del PSC y apenas poco más, repetirían el actual arco parlamentario
catalán, después de una convocatoria, cara como todas, y de haber provocado un
terremoto que, a mi modo de ver, ha estado más en las onda y en la tinta de los
periódicos que en el día a día de los ciudadanos.
También ha entrado en mi desayuno informativo el arranque de
la comisión de investigación sobre la calamitosa gestión de un recinto
municipal, como lo es el Madrid Arena, que debería determinar las
responsabilidades municipales en la tragedia que costó la vida a cuatro
jóvenes. Me gustaría pensar otra cosa, pero estoy convencido de que, al final y
pese a lo evidente, todo quedará en nada.
Eso, junto al futuro de los amenazados de desahucio, la
lucha de los trabajadores y usuarios de la sanidad madrileña contra su
privatización inmisericorde, algún que otro susto de la odiosa prima de riesgo
y esa guerra cien veces repetida en Gaza y cien veces irresuelta porque ni a
unos ni a otros les interesa la paz, porque, mientras el problema sea la
guerra, todo lo demás, el bienestar, la justicia, la salud o la felicidad,
pasan a un segundo plano... Todo eso se repetirá un día sí y otro también como
en aquel "Como todos los días" de mi llorado Hilario Camacho, sin que
nade de eso cambie en sí mismo ni, mucho menos, cambie nuestras vidas.
Por eso, esta mañana, cuando me ha despertado la radio y
cuando, después, he abierto el ordenador, he pensado ¡¡Qué pereza!!
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