Creo que soy poco o nada sospechoso de tener a Artur Mas
entre mis héroes. Sin embargo, siento algo próximo al vómito ante cada nueva
entrega del libelo por entregas que anda publicando estos días EL MUNDO, en plena
campaña electoral catalana, contra el posible ganador de las mismas.
Ya está bien el todo vale en periodismo. Es verdad que la
profesión está pasando por momentos muy malos y que su desprestigio crece a
pasos agigantados, porque, más allá de las evidentes dificultades económicas
por las que atraviesa, otro crédito, el que debería tener entre sus lectores,
lo pierde día a día a borbotones. Ya está bien de publicar verdades a medias,
datos indemostrables o mentiras sin más. Y está bien, porque el deterioro de la
verdad es tal que, desde hace tiempo, nuestros políticos, en el gobierno o en
la oposición, torean con ella día tras día, sin que nadie parezca tener
intención de ponerles coto.
Ni a la primera ni a la segunda entrega de ese serial tuvo a
bien el Ministerio del Interior aclararnos si lo que publica EL MUNDO es cierto
ni, mucho menos, si el famoso borrador -ya no es preciso dar carácter oficial a
un documento para publicarlo, basta con que sea un borrador, además anónimo-
salió de sus alcantarillas. Es más, tampoco nadie en Interior se dio prisa en
abrir una investigación sobre la insidiosa filtración.
No fue hasta ayer que el recto ministro Fernández Díaz -el
que sin rubor da por buena la misma cifra de manifestantes, 35.000, para llenar
la plaza de Neptuno en septiembre y para cubrir esa misma plaza y todo el Paseo
del Prado, Recoletos y Castellana hasta más allá de Colón, dos meses después-
dijo no saber de dónde había salido el borrador, quién lo había elaborado o
quién lo había filtrado. Tampoco fue capaz de dar por buena, o mala, su
existencia. Pero se apresuró, jesuíticamente, a dar por buenos algunos de los
datos recogidos en ese borrador, resultado del refrito de hasta cuatro
documentos puestos en manos del juez. Un borrador en el que se acusa a Artur Más, a su padre y a Jordi Pujol de manejar cuenstas en Suiza y Liechtenstein, relacionadas con la trama de corrupción en torno al Palau de la Musica.
Lo más eficaz para ver la luz en este asunto, una vez
perdida la fe en que quien tiene obligación de aclararlo lo haga, es aplicar el
"quid pro quo", qué obtiene alguien a cambio de qué. Desde luego, el
mayor beneficiario del asunto es el diario EL MUNDO que vuelve a la primera
línea, con un nuevo serial, tras una etapa gris en la que el ruido de sus
colegas de la derecha venía comiendo el terreno. Está claro, pues, que el mundo
gana en ventas y "prestigio". Pero también ganaría Interior que, pese
a la imagen de no saber lo que tiene en casa -el hecho de que la Policía no sea
tonta no quiere decir que no haga pasar por tal- que está dando obtiene el
beneficio de asustar, poner nervioso y arrugar al más que probable nuevo
presidente catalán, ante el tira y afloja en que se va a convertir la consulta
soberanista en la próxima legislatura. Algo que ya vivimos con Pujol, a
propósito de la nunca rematada investigación sobre Banca Catalana.
Y por ganar -en el terreno electoral, únicamente- también
gana CiU que vuelve a cargar la cruz del martirio, tan rentable, especialmente
cuando uno se hace pasar por toda Cataluña y hace creer al electorado que
cualquier ataque contra su persona lo es contra la nación entera.
En fin. No hay duda de que algo huele a podrido en el
palacete de Castellana donde tiene Interior su sede, pero también en la Plaza
de Sant Jaume de Barcelona y, cómo no, en algunas mesas y despacho de la
redacción de EL MUNDO. Y, mientras, todos los demás, nosotros con cara de
tontos, por no decir de gilipollas, y que tardaremos en confirmar, o no, las dudas que desde hace tiempo tenemos sobre la honorabilidad del Honorable.
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luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
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