Nunca ha sabido esta señora cuál era su papel en el mundo en
el que se movía. Cuando fue con su José Mari inquilina en el Palacio de La
Moncloa adquirió más protagonismo del que se espera de quien no es más que
esposa del jefe de gobierno y no primera dama. Tanto la gustaba lucir que
superó a todas sus "colegas", anteriores y posteriores, en eso de
figurar.
Cuando se quedó sin el papel de presunta primera dama
-presunta, porque nunca pudo probarse que lo fuera- se le hicieron los dedos
huéspedes hasta que consiguió ir en las listas de Gallardón y salir concejala
del Ayuntamiento. Estivo claro ya entonces que doña Ana era poco más que un
impuesto revolucionario o una penitencia que se cobraba al candidato por haber
aparentado tanto y tan bien aquello del verso suelto. Era poco más, las
feministas me lo perdonen y sé que a la vista de lo visto me lo perdonarán, que
un florero, muy bien colocado, pero florero, al que la ambición del fiscal en
excedencia sentó en el cómodo y carísimo sillón del flamante despacho del
Palacio de Cibeles.
Probablemente creería Doña Ana que eso de ser alcalde era
cortar cintas, pasear las aspiraciones olímpicas de Madrid por el mundo y poner
alguna que otra medalla de vez en cuando. Pensaría que otros se encargarían de
resolver los problemas, hacer los presupuestos y todo lo demás. A lo sumo
tendría que vestirse de elegante negro para mostrar las condolencias de los
madrileños en algún que otro pésame o funeral, en el que, como en las
procesiones, podría lucir la racial mantilla, vestigio de burka, perfectamente
asumido y protegido por protocolos que algunas asumen con gusto.
Pero en la ciudad alegre y confiada, el cortijo de las
"oportunidades de negocio", ocurrió lo que ocurre cuando todos y cada
uno de los actores de un drama cumplen su papel, porque es cada vez más
evidente que todos, Ayuntamiento y su empresa Madrid Espacios y Congresos, sus
amiguetes de Diviertt, las empresas de presunta seguridad y el ridículo esbozo
de servicio ´médico contratado, pusieron su granito de arena, y no va con
segundas porque la cosa no es para juegos de palabras, para que una noche de
fiesta en el Madrid Arena acabase convirtiéndose en una de las noches más
trágicas de la ciudad.
A partir de ahí, la alcaldesa, el florero sobre el sillón de
alcalde, paso del spa portugués al apresurado aturdimiento en el que, al parecer,
dio por bueno todo lo que los que la rodeaban, los que toman las decisiones,
aunque sea otro el que las firme, le iban diciendo. Y fue precisamente esa
entrega ciega a la increíble versión que le daban la que acabó por cambiarla de
florero a triste muñeco del "pim pam pum"
Tantas veces ha hablado de transparencia y con tanto énfasis
-el mismo de los niños que recitan sus poesías "de aquella manera" en
las fiestas de fin de curso- que, cuando la realidad ha comenzado a aflorar se
ha quedado colgada de la brocha, prisionera de sus palabras, sin darse cuenta
de que esto no es una "pillada" más en asuntos de corrupción, que
también lo es, sino que hay cuatro muertes, las de cuatro jóvenes llenas de
vida, causadas por tanto racaneo en materia de seguridad.
Doña Ana, qué apellido tan transparente, se ha comportado
frente a la prensa como ese tenista fuera de forma que, desfondado y agobiado,
recibe uno tras otros los pelotazos del rival en el fondo de la pista sin dignidad
ni claridad para esquivarlos ni, mucho menos, devolverlos.
Ha resultado penoso ver a la primera autoridad de Madrid
desdiciéndose una y otra vez de lo dicho, viéndose sorprendida por los
acontecimientos, "arropada" vergonzantemente por sus escuderos
sentados entre la prensa o, directamente, recibiendo las respuestas adecuadas a
traves del chat de su móvil.
Por eso ha decidido recluirse a la clausura del silencio,
dejando para otros con el verbo y las ideas más claras eso de enfrentarse a la
prensa y negando toda posibilidad a su comparecencia o la de cualquiera de los
responsables políticos del Ayuntamiento ante la comisión creada en el seno del
mismo para responder a las preguntas del resto de grupos municipales. Una
comisión que, por cierto, está muerta antes de arrancar sus tareas.
No sé cuánto aguantaría Doña Ana con la sonrisa helada, cortando
las cabezas de quienes han traicionado su confianza, pero más la de los
madrileños, pero está claro que está tocada y bien tocada y que algún que otro
carroñero sueña ya con hacerse con sus despojos para tomar venganza en Cibeles
de lo que no consigue en Génova. Lo que sí sé es que, mientras tanto, los que
vivimos, gozamos y padecemos en esta hermosa ciudad, pagamos, como siempre, los
platos rotos de unos y otros.
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