Quién me iba a decir que iba a ser un ministro de este gobierno, el de Exteriores, García Margallo, quien mejor iba argumentar por qué hay que ayudar a quienes están perdiendo sus casas por no poder pagarlas. Sin embargo, ha sido así, en medio de la cumbre Iberoamericana, en la ciudad tomada de Cádiz, donde los hasta ayer eran los parientes pobres de América se reúnen con los empobrecidos tíos de Europa.
Margallo que un segundo antes de declararse demócrata cristiano convencido ha citado "El Capital" de Marx a propósito de la lucha de clases, ha recordado que la regla fundamental del capitalismo, que a mi modo de ver no siempre se cumple, es el de que quien gana se lleva el beneficio y quien pierde echa la persiana y cierra. Y la ha recordado para decir que en el caso de los bancos se ha incumplido, porque, para que no echen el cierre, se les ha ayudado y se están cubriendo sus pérdidas y que, eso, da pie para tomar medidas extraordinarias como las que se deben tomar en torno a los desahucios, medidas que, en su opinión, deberían ir más allá de la escuálida moratoria aprobada ayer.
La cosa es evidente -para el que lo quiera ver, claro- han jugado en el casino que es hoy la economía y han perdido. Pero en contra de lo que nos están contando, lo que han perdido no es lo suyo, sino que lo que han perdido ha sido lo nuestro: casas, tiendas, talleres, coches, trabajos, porque su juego es a crédito y lo que se jugaban se lo habían pedido prestado a oros bancos que, a su vez, se lo jugaron y perdieron.
Quienes nos quieren embaucar -y son muchos- pretenden hacernos creer que los bancos defienden el dinero de sus depositarios. Y no es cierto. Ese no fue el dinero que nos prestaron y no por prudencia, sino porque no podían hacerlo. Por ello se lo pidieron a otros bancos, especialmente a los alemanes que, a la chita callando, nos vendían el coche, la lavadora, no sé cuántas cosas más y, además, el dinero que prestaban a nuestros bancos para que éstos nos "vendiesen" el crédito con que pagar todo eso, y las viviendas que, por lógica había que hacerlas aquí.
Cuando ese bucle perverso se rompió y todo se vino abajo, porque las cajas fuertes había estaban llenas de basura, la recta Alemania sale al rescate de sus bancos que se habían entrampados con préstamos a España y otros países del sur de Europa, España rescata a sus cajas y algún que otro banco, atiborrados de indigesto cemento, y lo hace con el dinero de los ciudadanos, todos, muchos de los cuales se han quedado colgados de la brocha cuando el andamiaje se ha venido abajo.
Y eso es lo peor. En los años que llevamos de crisis, nadie, salvo algunas ONG, algún partido y, sobre todo los "utópicos" del 15-M, se han preocupad por ellos y les han ayudado con su comida, con sus pequeñas ayudas económicas para llegar a fin de mes, con sus iniciativas legislativas, tumbadas una y otra vez por el resto de partidos, y con el entusiasmo de su juventud, su responsabilidad y su fe en una justicia social de la que el resto han decidido pasar.
Pero esto, como todo, tiene un límite y como Tanatos, querámoslo o no, sigue gobernando el mundo, han llegado las muertes, suicidios o no, consecuencia de tanta injusticia. Y las muertes, capaces de resquebrajar el mismísimo ayuntamiento de Madrid, son también capaces de sacudir al PP y al PSOE que hasta entonces habían hecho oídos sordos a la tragedia de los ciudadanos que estaban perdiendo todo, hasta la casa.
Han estado reunidos tres días frenéticos para sacar adelante, en medio de una huelga general, medidas urgentes para paliar los daños de una ley tan antigua como injusta. No han sido capaces de pactarlas, porque no es lo mismo mirar las cosas desde arriba que mirarlas desde abajo y, al final, el Gobierno aprobó ayer un decreto de moratoria de los desahucios, tan miserable que será la solución, y sólo por dos años, para muy pocos.
Lo que ha hecho el Gobierno, afortunadamente sin el PSOE como comparsa, ha sido parecido a salvar la vida de un enfermo en urgencias, estabilizándole y bajándole, síntomas tan molestos como suicidios, niños llorando en la calle, enfermos en sillas de ruedas o en sus camas, atados al oxígeno y los sueros, para, dentro de dos años, devolverlo a la dura realidad de su grave enfermedad y a la calle.
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