Ni una sola de las encuestas realizadas en los últimos meses
deja de señalar el enorme desafecto de la sociedad española hacia su clase
política. Lo más curioso es que a cada nuevo estudio publicado le sigue un rosario
de declaraciones de sorprendidos representantes del pueblo que no se explican
tal cosa. Supongo que, si lo hacen, es por su entrenada capacidad de
fingimiento o por puro sarcasmo sádico, porque de lo que estoy seguro es de que
no son gilipollas, sino más bien al contrario.
Qué se puede decir, si no, de una clase política, unos representantes
del pueblo que son los últimos en darse cuenta de lo que ocurre en el país y de
lo que les está pasando a los ciudadanos. Son los últimos en ver las
consecuencias de sus leyes, fueron los últimos en oler la tostada de la crisis
y, no contentos con ello, cuando se enteraron, ayudados por la prensa, nos
pusieron a veces una pinza, a veces una flor, en la nariz, para que no
pudiéramos olerla, dejándonos así indefensos frente a ella.
El paradigma de todo esto es que hayan consentido que
cuatrocientas mil familias hayan perdido su casa en España y, después de haber
rechazado, hasta cuatro veces en el caso del PSOE, considerar la posibilidad de
establecer la dación como pago, se apresuren ahora a buscar una solución para
todos aquellos que viven angustiados ante la posibilidad de verse en la misma
situación. Sin embargo, lo más sangrante de ese paradigma es que el problema lo
han visto antes colectivos como los de jueces y policías, habitualmente
tildados de carcas y retrógrados, que, desde hace semanas, vienen reclamando
una solución a esta tragedia que, cada día, se ve multiplicada cientos de veces
en España.
Qué puede esperar una sociedad como la nuestra de unos
políticos como estos que continúan negando el apoyo a las víctimas, mientras
engordan con nuestros impuestos el agujero sin fin en las cuentas de quienes
han causado el daño. Tengo la impresión de que lo que podemos esperar es más
bien poco. Tan poco, como que parece que no tienen la más mínima prisa, ni la
más mínima intención de meterle mano a una ley tan manifiestamente injusta como
la que regula los créditos hipotecarios en España y que, parecen dispuestos a
conformarse y a que nos conformemos con una moratoria que dé un respiro a quienes
viven bajo la espada de Damocles del desahucio, pero que mantenga intacta la
deuda que lo provoca.
Se miran demasiado unos a otros, se miran demasiado en el espejo
y se miran demasiado el ombligo. Tanto, que hace años que no ven otra cosa. Y,
mientras, la prensa nos cuenta lo que ellos les cuentan, orgullosos de su
ombligo, para que no suframos sabiendo lo que ellos deciden que no debemos
saber. Por ejemplo que todos nuestros padecimientos, causados por la mala
gestión de los bancos, españoles y alemanes, sólo tiene como fin enjugar sus
ruinosas inversiones en el ruinoso y podrido mercado hipotecario primero
norteamericano y después europeo.
Y en medio de todo esto, la desesperación y la ignorancia han
llevado y lleva a muchos votantes a comportarse como el escorpión que, rodeado
por el fuego, lanza su aguijón a diestro y siniestro, hasta alcanzarse ciego a
sí mismo. Yo, como no quiero ser negativo, me conformaría con tener un partido
fiable al que votar en las próximas elecciones. Un partido que llevase en su
programa la reforma de la Ley Electoral y la clara intención de meter en
cintura a la banca.
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1 comentario:
Te iba a decir que la hipocresía de los políticos es requisito sine qua non, pero sería injusto no reconocer que la hipocresía se ha instaurado en nuestras vidas y algunos, (políticos o el vecino o el profe de tu hijo o tu cuñado o tu amiga del alma que últimamente es menos del alma y más del omóplato, allí donde deja abandonado como sin querer un abrecartas de plata, jamás un cuchillo porque ella siempre ha sido deliciosamente estilosa) hacen de la hipocresía, decía, un arte en defensa de su modus vivendi. Y nos hacemos a ello y lo prevemos como si de una variable se tratara que nos obliga a incluirla en nuestros cálculos y corregir certeramente el resultado. Y tú, que vas por la vida sin dobleces, contando sin tapujos lo que piensas y lo que no, maldices al tirarte el café por encima por el espasmo producido ante la incredulidad de oír que alguien recrimina tu sinceridad con el latinajo “explicatio non petita acusatio manifesta” y mientras vacías el servilletero, piensas sinceramente, si no tenemos lo que nos merecemos.
Un abrazo.
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