Como muchos españoles e mi generación, los que padecimos la
opresión de quienes se habían apropiado de nuestro país y nuestra bandera y no
teníamos, a cambio, otra con la que identificarnos, nunca me he sentido
implicado por nacionalismos de ningún tipo, aunque os aseguro que los respeto y
muy especialmente en todo lo que tienen de expresión de sentimientos y hechos
culturales.
Sin embargo y pese a no sentirme inmiscuido en disputas
nacionalistas, me desagradan aquellos que esconden bajo las banderas intereses
bastardos, los que agitan los símbolos para ocultar sus fracasos, y aquellos
que buscan banderas en los desvanes para oponerlas a los de los primeros. Y
eso, porque, si no me inclino por los unos, mucho menos por este nacionalismo
excluyente e imperialista que tan hábilmente ha manejado la dimitida presidenta
madrileña.
Quien, como yo, por propio interés o por razones profesionales,
lleve años asomado a la actualidad política, debe saber ya de sobra que el
nacionalismo o, mejor dicho, los nacionalistas, como en la Ítaca de Kavafis, no
buscan la meta, sino el propio viaje. Luego, cuanto más les alejemos de ella,
más sentido damos a su existencia y más fuerza les suministramos. Dicho de otro
modo, el nacionalismo es como el agua que baja de las montañas que, cuando
llega al valle, se remansa. Ahora bien, si levantamos presas en su camino o
cegamos los puentes bajo los que corre, el agua se represará, cobrará fuerza y
acabará reventando la presa, el puente y lo que se le ponga por delante.
Hay que ser tolerantes con los sentimientos de la gente y
hay que ser, al mismo tiempo, implacable con quienes tratan de manipularlos.
Hoy Rajoy y Más tienen una oportunidad única para detenerse ante el abismo,
reflexionar y buscar una manera de descender al valle común en el que hemos
vivido y debemos seguir viviendo.
Aún así, me temo que no lo harán. Y no lo harán, porque a
uno y otro les interesa prender ese bosque para que el fuego implacable del
descontento contra los recortes y el desmantelamiento del Estado de Bienestar
que avanza implacable en Cataluña y el resto de España no les queme. Creen que
quemando de manera controlada los parques que circundan sus palacios de poder,
las llamas no les alcanzarán. Pero cuidado, a veces los grandes fuegos nacen
cuando se pierde el control de estos otros fuegos terapéuticos.
Personalmente creo que a la gran mayoría de los catalanes y
de los españoles, lo que les preocupa es encontrar trabajo o conservar el que
tienen, llegar a fin de mes, pagar la hipoteca y sacar adelante a sus hijos.
Todo lo demás es accesorio y, enredándonos en ello, estaremos haciendo el mayor
de los favores a quienes nos quieren hacer pagar el desastre que provocaron o,
al menos, consintieron.
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