Qué diríais de un país en el que, en Madrid concretamente,
se cobra tres euros con ochenta céntimos cada día a los padres de los alumnos
que no pueden pagar los casi cinco que cuesta el menú escolar, para que sus
hijos puedan utilizar el comedor del centro y sus instalaciones para consumir
la comida que traen de casa, mientras, en el Senado, a los empleados y a sus
señorías un menú les cuesta apenas tres euros con cincuenta. Lo más probable es
que pensaseis que sus dirigentes se han vuelto locos. Pero eso implicaría ser
demasiado piadosos con quienes, en realidad, se han propuesto que la mitad de
esos alumnos, o quién sabe si más, nunca lleguen a la Universidad y se
conviertan cuanto antes en mano de obra barata para las multinacionales de la
industria o la distribución.
Cómo se explica, si no, que un senador que cobra un
importante salario, además de dietas y otras regalías o un empleado de la
cámara alta, tan inútil por otra parte, paguen por su comida menos de lo que
debe pagar un padre para que sus hijos puedan utilizar una mesa y un microondas,
si es que lo usan, a sabiendas de que estos padres recurren al tupper porque no
pueden hacer frente al menú.
Mis padres y yo mismo no podríamos hoy dar a mis hermanos y
a mí y a mi propia hija los estudios que, afortunadamente, todos nosotros
tenemos. Lo mismo ocurriría, estoy seguro, si consulto a mis amigos y
conocidos.
Y esto ocurre coincidiendo en el tiempo con una subida
inusitada de las tasas académicas en las universidades, con el cierre del grifo
de las becas para transporte, libros y comedor y al tiempo que el bufón que
tenemos por ministro se propone retorcer la ley para que sea legal, en contra
del criterio del Tribunal Supremo, subvencionar a los colegios sectarios y
ultraconservadores que separan a los niños de las niñas, quizá con la aviesa
intención de inculcarles desde la infancia la errónea percepción de que no
deben tener los mismos derechos y la esperanza infundada de que descienda entre
ellos la sana costumbre, con la debida información, de la masturbación y el juego
sexual.
Este ministro, intrépido como sólo lo puede ser un
insensato, quiere reintroducir en la sociedad española "de tapadillo"
la figura del aprendiz, pero no ese aprendiz de taller o comercio de barrio
que, con el tiempo, acababa por tener un oficio y un maestro que, en muchas
ocasiones, se convertía en una especie de padre, con sus intereses y sus arbitrariedades,
claro, pero qué padre no los tiene. Por el contrario, lo que quiere Wert,, con
esa pista americana, llena de obstáculos en los que irán quedándose los más
débiles, los que tengan menos recursos, en que piensan convertir la enseñanza,
es crear fábricas de peones mal pagados, al margen de cualquier contagioso
contacto con la cultura, todos iguales y todos dóciles, como chinos, que
pueblen las fábricas de las multinacionales o las líneas de cajas y los
almacenes de las grandes superficies comerciales y que, a lo sumo, sólo
entiendan de fútbol, talk shows o series de moda.
Está claro de q Wert y al gobierno del que forma parte no le
interesa lo más mínimo el nivel cultural de este país. Está claro que lo único
que persiguen es hacer más rentable su población, a mayor gloria y beneficio de
todas esas empresas que, al final, apenas cotizan un 6% de toso esos beneficios
que obtienen de nuestra infelicidad.
Vivíamos en un paraíso, irreal quizá, hasta que un arcángel,
calvo, un poco fondón y bastante abufonado, nada que ver con San Miguel, armado
del BOE nos ha puesto de patitas en las tinieblas del erial en que quieren
convertir España.
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