Pedro Sánchez, claro vencedor de las pasadas elecciones y
único con capacidad de formar gobierno con los escaños de que dispone en el
Congreso y, más aún, con los que no tienen el resto de partidos, especialmente
en la fracasada derecha, se dispone desde hoy a intercambiar intenciones con
los tres partidos que le siguen en número de diputados y, para ello, ha
convocado, entre hoy y mañana, a sus líderes en la Moncloa, en una jugada que,
aunque ajustada al más exquisito protocolo, lleva implícito un claro mensaje,
el de que el actual y más que posible futuro inquilino del palacio es él.
A Pablo Iglesias, cuyos sueños y aspiraciones, o lo que
quiera que sean, van muy por delante de la realidad, no parece haberle gustado
el orden y el formato de la convocatoria, entre otras cosas, porque no le gusta
figurar como postre del menú de estas conversaciones, más protocolarias que
otra cosa, que esta tarde se inicias, con la visita de Casado. Y no le gusta
hasta el punto de que circula el rumor de que de que estaría dispuesto a
rechazar la invitación.
Parece haberse olvidado, la memoria, si es flaca, flaca
alivia el peso de la culpa, de que, desde que, en marzo de 2016, preso de la
ansiedad por transformar sus escaños en poder y de la frustración, por otra
parte lógica , por no haber cosechado en las urnas lo que las encuestas le
prometían, ha vuelto a caer en el error de creerse imprescindible y hacerlo
valer, cuando cualquiera con un lápiz y un papel y un poco de cultura política
puede demostrarle que no es como dice, porque las posibilidades de gobernar en
solitario con apoyos externos, como pretende el PSOE, son infinitamente mayores
hoy de lo que lo fueron entonces.
Por qué, entonces, tantas prisas en alguien que presume de
ciencia política y la enseña en la facultad del ramo. Quizá porque los cuarenta
y dos escaños que Unidas Podemos obtuvo el domingo 28 son bastantes menos de
los que tuvo en las dos convocatorias pasadas y alguien podría reprochárselo en
su partido y porque la única manera de hacer olvidar el batacazo sería obtener
un buen resultado en la triple convocatoria del día 26, algo que él cree
posible pintando al PSOE cercano a la patronal y a las derechas y vistiéndole
de intransigencia para con los planteamientos progresistas que él cree defender
en exclusiva.
Debería pensar que la ciudadanía ha sido consultada, que la
participación ha sido muy alta y que, si quienes han votado no han dado a
Unidas Podemos la mayoría de los votos en las urnas y que si ni siquiera han
dado a la izquierda la mayoría absoluta para gobernar y, en ella, a Unidas
Podemos la cualidad de ser imprescindibles, es porque espera otra cosa, quizá
que, como pretende Sánchez, se apoye en unos o en otros para gobernar, según y
cómo.
Debería pensar también Iglesias en los más recientes ejemplos
de fuerzas que han asumido, desde el poder que da ser minoría complementaria,
el papel de determinar los gobiernos que apoyan. Hablo, claro está, de la CUP
em Cataluña, que ha llevado al desastre de la proclamación de una República
Catalana fugaz por imposible y al deterioro de la calidad democrática y el
bienestar de un territorio que no hace tanto lo era todo en España. También, el
desastre para los derechos ciudadanos y el retroceso que en sólo tres meses ha
sufrido Andalucía, por el apoyo de Vox aceptado por el PP y Ciudadanos,
acuciados por la prisa de tumbar al PSOE y a Susana Díaz.
Unidas Podemos, Pablo Iglesias en concreto, tiene que optar
entre forzar ese gobierno tan progresista como débil que pretende o un gobierno
que consolide y recupere los derechos deteriorados o perdidos en manos de Rajoy
t que, además, conquiste otros. Tiene que saber si quiere ser la CUP nacional,
el Vox de la Izquierda o si quiere volver al sueño que fue Podemos, que la
ansiedad por conquistar el poder, dentro y fuera del partido, está asfixiando.
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