lunes, 20 de mayo de 2019

MALAS ARTES Y UNA METÁFORA



Estamos entrando en el final de la campaña electoral más larga de nuestra historia. Una campaña que, cabalgando de elección en elección, generales, autonómicas, europeas, generales repetidas, gallegas, vascas, catalanas y andaluza, otra vez generales y otra vez europeas, municipales y autonómicas, ha durado más de cinco años. Una campaña. este sube y baja electoral que ha vaciado de recursos a los partidos y de ideas a sus líderes e ideólogos.
Han sido cinco años a lo largo de los cuales han desaparecido partidos, han surgido otros, ha habido escisiones, alianzas, desmoronamientos de partidos que parecían eternamente sólidos y, cómo no, el travestismo ideológico de uno de ellos que, presumiendo de ser el centro, asomaron por la izquierda, tímida e interesada, eso sí, para, después de apuntalar gobiernos de izquierdas y de derechas, aceptar el plato envenenado de lentejas que le ofrecieron el PP y Vox, convirtiéndose en otro partido, uno de la derecha más montaraz, ansioso por tocar poder a costa de lo que sea, verdad y decencia incluidas.
Parece cada vez más claro que ese partido Ciudadanos, ha tocado techo y que lo sabe. Parece que no ha sido capaz de espigar los votos que ha ido perdiendo el PP a causa de esa bomba de tiempo que no quisieron creer que tenían bajo sus pies, la corrupción, que llevó al desalojo de Mariano Rajoy del gobierno, primero, y a su dimisión en el PP, después. Y no lo ha hecho, porque, mientras recoge los restos del naufragio popular, descuida los verdaderos votos centristas, los que le habían hecho crecer, que, en las últimas elecciones, fueron a la abstención, al PSOE o a partidos de derechas, nacionalistas incluso, menos montaraces que el discurso que últimamente exhibe.
Ante este "gripado" de sus expectativas electorales, los ideólogos de Ciudadanos se han echado al monte para chapotear en el más sucio de los barros electorales, insultando y mintiendo cuando creen que les beneficia y explotando las piezas de su arsenal que mejor resultado le han dado, aunque sólo sea en los telediarios y poco en las urnas. Por eso, Albert Rivera e Ignacio Aguado, con pelo ocupa en sus cabezas ambos, llamaron y siguen llamando "presidente ocupa" a Pedro Sánchez, incluso después de su victoria electoral, y "alcaldesa ocupa" a Manuela Carmena, a la que, después de cuatro años en el cargo difícilmente podrán relevar.
Insultan y mienten, porque decir verdades a medias es mentir y decir que Gabilondo vota no a las propuestas de ciudadano para extender la educación de cero a tres años o a la reducción de listas de espera es mentir, porque lo que hace es votar no a las propuestas de Ciudadanos que quieren hacerlo invirtiendo el dinero público que no llega a hospitales, centros de salud y escuelas, en las empresas privadas y las órdenes religiosas que hasta ahora se han quedado con la mejor porción del pastel.
Malas artes son también esas prácticas estériles y victimistas que tanto ha cultivado Ciudadanos en Cataluña o fuera de ella, en el Parlament de Catalunya, donde Arrmadas no ha hecho nada, más que sacar papelitos o banderas con su voz lastimera, o montando "mítines provocación" en Cataluña, en Waterloo, en Alsasua o, como ayer, en Lavapiés, con el único fin de azuzar en territorios que saben de antemano hostiles, para conseguir minutos de gloria en los telediarios.
A la vista de lo bien que les salió el escrache, tan innecesario como exagerado en las televisiones a la embarazada y por fin de nuevo madre Begoña Villacís, Ignacio Aguado, candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid, provoco el suyo el sábado en la plaza de Lavapiés.
Vaya por delante que no fue agradable lo de la pradera de San Isidro, pero también que no hubo agresión ni intento de tal, salvo los gritos y que el verdadero peligro fue ese en el que se puso una embarazada de nueve meses al pasear bajo el sol a cuarenta grados de temperatura en medio de una marea de gente, una verdadera temeridad que ningún obstetra recomendaría a sus pacientes. Pero, volviendo a Aguado y Lavapiés, cualquiera sabe que esa plaza es territorio hostil y que el problema de ese barrio no son los emigrantes, regulares o no, que, desde hace décadas, de aquí y de allá, viven en él, sino el capital extranjero de los fondos buitre que está desalojando a los "vecinos de toda la vida" y a los comercios de siempre, para cambiarlos por hordas de turistas de terraza o despedidas de solteros, provocando desahucios, a veces dramáticos, con niños y embarazadas de por medio, a sólo unos metros de donde Ignacio Aguado sólo veía delincuentes y manteros. Son las malas artes, que afloran cuando faltan los argumentos y, la verdad, no estuvo mal que los también vecinos de Lavapiés recibieran al intruso con rollos de papel de registradora. Toda una metáfora.

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