Estamos entrando en el final de la campaña electoral más
larga de nuestra historia. Una campaña que, cabalgando de elección en elección,
generales, autonómicas, europeas, generales repetidas, gallegas, vascas,
catalanas y andaluza, otra vez generales y otra vez europeas, municipales y
autonómicas, ha durado más de cinco años. Una campaña. este sube y baja
electoral que ha vaciado de recursos a los partidos y de ideas a sus líderes e
ideólogos.
Han sido cinco años a lo largo de los cuales han
desaparecido partidos, han surgido otros, ha habido escisiones, alianzas,
desmoronamientos de partidos que parecían eternamente sólidos y, cómo no, el
travestismo ideológico de uno de ellos que, presumiendo de ser el centro,
asomaron por la izquierda, tímida e interesada, eso sí, para, después de
apuntalar gobiernos de izquierdas y de derechas, aceptar el plato envenenado de
lentejas que le ofrecieron el PP y Vox, convirtiéndose en otro partido, uno de
la derecha más montaraz, ansioso por tocar poder a costa de lo que sea, verdad
y decencia incluidas.
Parece cada vez más claro que ese partido Ciudadanos, ha
tocado techo y que lo sabe. Parece que no ha sido capaz de espigar los votos
que ha ido perdiendo el PP a causa de esa bomba de tiempo que no quisieron
creer que tenían bajo sus pies, la corrupción, que llevó al desalojo de Mariano
Rajoy del gobierno, primero, y a su dimisión en el PP, después. Y no lo ha
hecho, porque, mientras recoge los restos del naufragio popular, descuida los
verdaderos votos centristas, los que le habían hecho crecer, que, en las
últimas elecciones, fueron a la abstención, al PSOE o a partidos de derechas,
nacionalistas incluso, menos montaraces que el discurso que últimamente exhibe.
Ante este "gripado" de sus expectativas
electorales, los ideólogos de Ciudadanos se han echado al monte para chapotear
en el más sucio de los barros electorales, insultando y mintiendo cuando creen
que les beneficia y explotando las piezas de su arsenal que mejor resultado le
han dado, aunque sólo sea en los telediarios y poco en las urnas. Por eso,
Albert Rivera e Ignacio Aguado, con pelo ocupa en sus cabezas ambos, llamaron y
siguen llamando "presidente ocupa" a Pedro Sánchez, incluso después
de su victoria electoral, y "alcaldesa ocupa" a Manuela Carmena, a la
que, después de cuatro años en el cargo difícilmente podrán relevar.
Insultan y mienten, porque decir verdades a medias es mentir
y decir que Gabilondo vota no a las propuestas de ciudadano para extender la
educación de cero a tres años o a la reducción de listas de espera es mentir,
porque lo que hace es votar no a las propuestas de Ciudadanos que quieren
hacerlo invirtiendo el dinero público que no llega a hospitales, centros de
salud y escuelas, en las empresas privadas y las órdenes religiosas que hasta
ahora se han quedado con la mejor porción del pastel.
Malas artes son también esas prácticas estériles y
victimistas que tanto ha cultivado Ciudadanos en Cataluña o fuera de ella, en
el Parlament de Catalunya, donde Arrmadas no ha hecho nada, más que sacar
papelitos o banderas con su voz lastimera, o montando "mítines
provocación" en Cataluña, en Waterloo, en Alsasua o, como ayer, en
Lavapiés, con el único fin de azuzar en territorios que saben de antemano
hostiles, para conseguir minutos de gloria en los telediarios.
A la vista de lo bien que les salió el escrache, tan
innecesario como exagerado en las televisiones a la embarazada y por fin de
nuevo madre Begoña Villacís, Ignacio Aguado, candidato a la presidencia de la
Comunidad de Madrid, provoco el suyo el sábado en la plaza de Lavapiés.
Vaya por delante que no fue agradable lo de la pradera de
San Isidro, pero también que no hubo agresión ni intento de tal, salvo los
gritos y que el verdadero peligro fue ese en el que se puso una embarazada de
nueve meses al pasear bajo el sol a cuarenta grados de temperatura en medio de
una marea de gente, una verdadera temeridad que ningún obstetra recomendaría a
sus pacientes. Pero, volviendo a Aguado y Lavapiés, cualquiera sabe que esa
plaza es territorio hostil y que el problema de ese barrio no son los emigrantes,
regulares o no, que, desde hace décadas, de aquí y de allá, viven en él, sino el capital extranjero de los fondos
buitre que está desalojando a los "vecinos de toda la vida" y a los
comercios de siempre, para cambiarlos por hordas de turistas de terraza o
despedidas de solteros, provocando desahucios, a veces dramáticos, con niños y
embarazadas de por medio, a sólo unos metros de donde Ignacio Aguado sólo veía
delincuentes y manteros. Son las malas artes, que afloran cuando faltan los
argumentos y, la verdad, no estuvo mal que los también vecinos de Lavapiés
recibieran al intruso con rollos de papel de registradora. Toda una metáfora.
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