No sé de quien fue la idea, si del propio Pedro Sánchez o de
su ya legendario asesor, Iván Redondo, pero lo cierto es que la decisión de
llamar, no se sabía bien para qué, a tres de los cuatro partidos que siguen al
PSOE en número de escaños en el Congreso ha dado, si no el resultado previsto,
sí el mejor de los posibles, porque ellos solos, se han subido al cajón que les
corresponde para hacerse una foto, la foto, en la que el más favorecido es, sin
duda, el propio Sánchez que, sin una sola declaración, sin una palabra, ha
conseguido colocar a cada uno en su sitio.
El primero en llegar, para ocupar el escalón más alto, fue
el todavía noqueado Pablo Casado, incapaz aún de explicarse lo ocurrido, que
asumió sin rechistar el formato de esa mini ronda, aceptando, no sin
satisfacción, el papel de jefe de la oposición, ya veremos si leal, que Sánchez
le reconoció con la cesión de una sala distinta y más distinguida, para su
rueda de prensa
Casado, muy en el papel que a regañadientes le toca ahora
representar, se dedicó a subrayar lo obvio, que se colocaba en el lugar más
alto de cajón y que se ocupará de vigilar la acción de gobierno del que ya da
por investido, Pedro Sánchez. Y lo hizo de buenas maneras, sin los exabruptos
ni la dureza con las que, apenas hace una semana, se refería a su demonizado
rival.
En la mañana de ayer y con una noche de por medio, Pedro
Sánchez recibió en La Moncloa al que se pinta sin disimulo como su más duro
rival en el Congreso, Albert Rivera, pasado aún de vueltas por efecto de la
campaña, como esos ciclistas de velódromo que, sin frenos en su bici, necesitan
unas cuantas vueltas para parar y bajarse de la bici. Fueron él y su escudera,
Inés Arrimadas, los más duros en sus comentarios y en sus intenciones, como si
siguiesen en una campaña electoral que, creen, se les ha quedado corta para
pasar por encima de las ruinas del PP y hacerse de una vez con el liderazgo de
la oposición que creen merecer.
Aun así, pese a la dureza para con Sánchez y, sobre todo,
con un lastimoso Casado, inconsciente o no, Rivera asumió ese segundo escalón
del podio, no sin conminar a su anfitrión a aplicar el manoseado artículo 155,
para hacer cumplir a Torra y hacer que Torra haga cumplir la Constitución, un
absurdo en sí mismo, porque, si el 155 se aplica como el quisiera, Torra sería
destituido le quedaría poco por hacer cumplir desde la nada.
Es su viejo caballo de batalla. Ese y reducir los problemas
de España a uno solo, Cataluña, o ponerlo por delante de los demás, algo, que,
según el CIS de Tezanos, del que todos se reían, pero que, aun así, cuadró los
resultados, no está ahora entre las prioridades de los españoles. Le ofreció
para ello sus senadores, pese a que no parece que esté entre las intenciones de
Sánchez la de aplicar el 155 ni, mucho menos, seguir enconando la situación.
Rivera ofreció, trató de imponer me atrevo a decir, cuatro
pactos y, de entre esos cuatro pactos, hubo uno que yo no acabo d entender, el
antiterrorista, porque, desde mi cortedad de amante de la libertad, no soy
capaz de imaginar que nuevos derechos y libertades ciudadanas pueden
sacrificarse en el en aras de una seguridad imposible de alcanzar mientras haya
alguien dispuesto a morir matando para imponer sus objetivos.
Por último y tras la sobremesa, Sánchez recibió a un Pablo
Iglesias más sosegado que el que recibió la invitación unas horas antes, con
menos ansiedad, con menos humos, dispuesto a habar y a que se hable con otras
fuerzas políticas además de con la suya, discreto y misterioso, cabalgando
sobre el misterio y el suspense, sin líneas rojas, menos mal, después de una
conversación, la más larga de las tres, cerca de dos horas, de la que lo único
que reveló es que el acuerdo había sido el de ponerse de acuerdo y que ser
a su compañera Irene Montero la encargada de negociar con Adriana
Lastra la formación de la mesa del Congreso, una baza importante de la que
Podemos quedó excluida en la anterior legislatura, una parcela de poder con la
que se tiene la llave, que se lo digan al PP y a Ciudadanos, con la que
agilizar o bloquear determinadas iniciativas legislativas. Quién sabe si en esa
negociación está la clave de lo conseguido por Iglesias, el presente que colme
las aspiraciones de poder de Iglesias, sin poner en peligro un gobierno
progresista asumible por todos.
Por lo demás, este juego del podio emprendido por Sánchez nos ha ofrecido una fotografía más acertada, menos estridente, de nuestra clase política y nos ha permitido conocer la permeabilidad de unos y otros, la capacidad de
entendimiento entre las cuatro fuerzas políticas determinantes, que, si la
medimos en tempo otorga la victoria a Iglesias y deja en la cuneta a Rivera,
pero que también y quizá lo más importante, coloca en su sitio a Vox.
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