Por primera vez en mucho tiempo, los españoles,
especialmente los madrileños, estamos a punto de tocar el cielo otra vez. El
domingo hay que volver a votar. nunca, al menos que yo recuerde, se nos había
convocado a las urnas en habíamos sido llamado a las urnas por dos veces en
menos de un mes y tampoco nunca había tanto en juego: nada menos que un cambio
de rumbo, de escenario, que, tal y como ocurrió con la primera victoria
socialista en las urnas, apenas unos meses después del golpe de estado
frustrado del 23-F, Europa se vuelve hacia nosotros y nos ve más como que como
problema.
Lo cierto es que de vez en cuando, muy de vez en cuando,
aparecen personajes capaces de sacudir, con intención o con audacia, los
cimientos "inamovibles" de un país. Uno de esos personajes ha sido,
está siendo, Pedro Sánchez, uno de esos personajes, con estrella o con tesón,
capaces de pelear por lo suyo y por los suyos, dispuestos a cambiar las cosas,
a limar callos y enderezar juanetes, para que su partido, del que fue desplazado
con maniobras de dudosa limpieza, se levante para caminar como en aquellos
años, ya va para cuarenta, en que era capaz de ilusionar a la gente.
Lo escribo hoy que se cumple un año de la histórica
sentencia de la trama Gürtel, en la que el PP fue condenado como beneficiario
de comisiones desviados mediante facturas falsas y pagos en especie después de
un largo proceso en el que Mariano Rajoy hubo de sentarse en el banquillo,
camuflado, pero banquillo, de los acusados.
Tras la condena, que, por más que se empeñaron sus
dirigentes y sus medios amigos, había dejado seriamente dañada la imagen del
PP, Pedro Sánchez, por aquel entonces fuera del Congreso, que había dejado para
no facilitar la investidura de Rajoy, dio instrucciones al grupo socialista del
Congreso para presentar una moción de censura contra el presidente popular, en
la que se presentaba como alternativa y que finalmente ganó, forzando la salida
de Rajoy de la Moncloa, que también dejó la política activa, provocando a su
vez la debacle en el PP que, desde entonces, corre de un lado a otro, como
pollo sin cabeza, ajeno a su tradición relativamente centrista y privado de
figuras con la experiencia y el peso necesario para mantener a salvo el
liderazgo de la derecha española.
Pero, con ser relevantes, estos acontecimientos no fueron
exclusivos para llegar a donde hoy estamos. Tampoco hay que olvidar la
revolución que supuso en EL PAÍS la llegada de Soledad Gallego Díaz a la
dirección, después de años en que, bajo la supervisión de Juan Luis Cebrián, hoy
apartado de la toma de decisiones, la mayoría de sus lectores había dejado de
reconocerse en sus páginas. De todo aquello ha pasado un año, un año crucial en
el que muchas cosas han cambiado, un año en el que, aun tímidamente, pero en un
goteo constante, muchas cosas han cambiado. Un año en el que, en Andalucía,
quedo demostrado que la presidencia no es un trono que se hereda, sino que se
cana día adía y en cada elección, un año en el que vimos las orejas al lobo de
la extrema derecha, burdamente organizada alrededor de cuatro señoritos
montaraces en Vox, un año en el que la derecha rota y recosida con el
pestilente y podrido hilo de Vox, ha acabado por tirarse los trastos a la
cabeza, coincidiendo sólo en su odio a la igualdad y las libertades.
Mucho ha cambiado este país en un año, pero no hay que
confiarse. Nada hay seguro. Todo puede venirse abajo si no cumplimos con
nuestro compromiso y nuestra obligación de ejercer nuestro sacrosanto derecho
al voto. Todos los votos son necesarios en cada una de las urnas, para defender
lo que aún conservamos del estado de bienestar que el PP de Esperanza, Aguirre,
Camps, Rita Barberá y Blasco, han querido desmantelar, especialmente en Madrid
y Valencia. Cada voto es necesario, para que se reabran las camas cerradas en
los hospitales, para que ocurra otro tanto con las aulas de los colegios de
nuestros hijos y nietos, para que trabajar en la Sanidad o en la Enseñanza no
deje de ser un suplicio t vuelva a ser algo ilusionante. Hay que votar para que
los midas de las inmobiliarias no conviertan nuestras ciudades con sus barrios
y sus casas convertidas en lingotes de oro tan brillantes como muertos. Hay que
votar para que el bolsillo deje de ser lo único que rige nuestras vidas. Hay
que votar el domingo y no hay que olvidar nunca que todos los votos, también y
especialmente el tuyo, son necesarios.
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