Después de haberse pasado años disimulando, apuntalando
mayorías aquí y allá, apoyando gobiernos del PP y del PSOE, el partido que se
creó en torno a Albert Rivera buscando recoger sensibilidades, a mi juicio
demasiado sensibles, en torno a una presunta "opresión" catalanista a
quienes en Cataluña no se identificaban con el catalanismo que veían extremo,
se está quitando la máscara centrista que ya no cree necesitar, si no
tratando de reeditar el pacto que expulsó a Susana Díaz de la presidencia de
Andalucía y dio a Vox en el marchamo de lo aceptablemente democrático, sí
cavando fosos a la izquierda, al tiempo que no parece descartar el apoyo de la
formación ultraderechista para conquistar gobiernos que sólo serían posibles
con su ayuda.
Ciudadanos padece la misma enfermedad que su líder, Albert
Rivera, y esa enfermedad es la de una ansiedad desmedida, ansiedad, no
confundir con la ambición, que, en su justa medida, resulta más que
imprescindible en política, una ansiedad que le lleva a quemar etapas y a perder
las formas y los principios también, cuando se cree en la proximidad del
poder, a punto de llegar a la meta y hacerse con algún gobierno como
trofeo.
Le pasó en Andalucía, donde, digan lo que digan, se están
doblegando a las exigencias de los ultras, por ejemplo, entregando, a Vox datos
sobre los trabajadores encargados de la atención a las mujeres maltratadas,
datos que, sin revelar identidades, porque otra cosa sería delito, han servido
para que el partido de Abascal reafirme falsamente sus mensajes contra las
mujeres y todo aquel que trabaja para su igualdad y su seguridad.
En esta campaña, especialmente en Madrid, con el gobierno de
la comunidad y el ayuntamiento de la capital como trofeos a la vista,
Ciudadanos se está desatando y, a la vista de las últimas encuestas, ha sacado
ya del arsenal el arma más eficaz de la derecha, la de la bajada de los
impuestos, dirigida a la línea de flotación de la ideología, la fluctuante
línea que separa a la izquierda de la derecha, el centro, como deberíais saber,
no existe, una línea que no es otra que el egoísmo, capaz de cegar al más
solidario del ciudadano, deslumbrándole con la visión de unos pocos euros más
en su cartera.
Es un truco tan viejo como el de los trileros. Es más, es el
mismo truco y no siempre funciona.
Por eso y por esa ansiedad de que os hablo, Ciudadanos, que
ya no quiere ser la muleta e que se apoye un gobierno socialista y que se cree
con fuerzas para superar al fracasado PP y encabezar un gobierno de la derecha,
está minando su flanco izquierdo, para tratar de convencer a sus posibles
votantes de que su confianza en ellos, si es que finalmente se la dan, no va a
servir para que Ángel Gabilondo se haga con el gobierno de Madrid después de
décadas en manos de la derecha. Ignacio Aguado con más claridad y
Begoña Villacís con ambigüedad y a regañadientes, anuncian un veto a los
socialistas, una garantía para sus votantes venidos de la derecha que creo que
hay que leer en todas sus consecuencias, entre las que está, no puede ser de otro
modo, la de tener, tanto en la comunidad como en el Ayuntamiento de Madrid, a
los ultraderechistas de Vox, clasistas, racistas, intolerantes, antifeministas
y autoritarios, como socios imprescindibles para sus gobiernos. Por eso creo
imprescindible recordar una y otra vez que votar a Ciudadanos, especialmente
para el gobierno de la Comunidad, equivale a votar a Vox con todas sus consecuencias.
Puede que a estas alturas se nos haya olvidado ya lo que ocurrió en Andalucía y
el arrepentimiento por aquella carambola siniestra demostrado en las generales
por el electorado andaluz. Hay que tenerlo claro, votar a cualquiera de las
derechas es votar a un gobierno de todas ellas, a un "trifachito", en el que
también estaría, imponiendo sus exigencias, Vox.
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