Alguien debería decirle a Inés Arrimadas, cara de niña,
modos de predicador tremendista, que en la política española hay vida más allá
de Puigdemont y que en algún momento tendría que remangarse para ponerse a trabajar
en algo más que ese victimismo que viene cultivando desde hace tanto tiempo y
que tan bien le ha venido, al igual que al independentismo, no así a los
ciudadanos que esperaban de ella y su partido algo más que esa continua
salmodia de las quejas y las acusaciones sin tregua, cargadas de tópicos y
vacías de cualquier iniciativa que no sea la perniciosa judicialización de todo
lo que a ella y a su partido les estorba.
Se ve que, de su marido, diputado convergente y abogado
asesor de empresas como Uber sólo se le ha pegado lo de "picar"
pleitos, porque de intentar comprender al nacionalismo o, simplemente, buscar
una salida a la parálisis crispada que vice Cataluña, nada de nada. Alguien
debiera decirle, también, que la campaña electoral de las generales concluyó
hace diez días, que ya tiene su escaño y que el objetivo de sobrepasar en
escaños al Partido Popular habrá de esperar, si no hay más trásfugas mediantes,
cuatro años en principio.
Por ello, sería bueno que la diputada por Barcelona bajase
el pistón de su agresividad hacia quienes no entienden Cataluña como ella o
como su mentor Albert Rivera y, de paso, contra Pedro Sánchez, el claro
vencedor de las pasadas elecciones, con el derecho, si no con la obligación, de
desplazarse en el tan manoseado falcon, lo único que parece importarles, a ella
y su partido, de todo lo que compete al presidente. Algo así como si a los españoles
de mi edad sólo nos hubiese quedado del dictador Franco que pescaba desde el
"Azor" y viajaba en Rolls, porque, volar, no volaba mucho, conociendo
el final de quienes tenía al lado o por encima -Sanjurjo, Mola, etc.- en la
conspiración que llevó al golpe de julio de 1936.
Arrimadas vive de la energía que toma del fantasma de Puigdemont
y parece vivir por y para él. No para los catalanes que la colmaron de votos en
las pasadas elecciones catalanas, sin que conseguir que Ciudadanos fuese el
partido más votado para entonces haya servido para nada, porque no puso esos
votos a trabajar, como pidió el PCE en 1979 a sus votantes, sino que prefirió
lloriquear, practicar turismo a la búsqueda del martirio y arrancando lazos
amarillos que, como las malas hierbas, brotaban con más fuerza, una vez
arrancados, reduciendo la política y los problemas de los ciudadanos: los
precios, el paro, la sanidad o la vivienda a un "quítame allá esos
lazos".
Dice y repite Arrimadas, como si no se hubiese enterado de
que sigue y con toda seguridad seguirá en La Moncloa, que Sánchez es un
presidente "fake" y creo que ya va siendo hora de que alguien le diga
que nadie más "fake" que ella y su partido, que, después de dar la
espalda a su electorado y de dejarle colgado, desperdiciando todos los votos
que le dieron en la aún vigente legislatura catalana, debería ser menos osada,
porque si hay alguien "fake" en la política española ese alguien es
ella, la ofendidita que, como la niña mimada de la canción, "lo tiene todo
y llora por nada".
Supongo que se me podrá acusar de machista por lo que he
escrito, pero cuando alguien, como hace Inés Arrimadas, explota la fragilidad y
el victimismo, como lo hace y se queja de que no la defiendan "las
feministas" se arriesga a provocar esta reacción en mí.
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