Ganar unas elecciones, creedme, es relativamente fácil.
Basta con tocar la tecla adecuada en el momento y el sitio adecuado. Las han
ganado personajes a os que jamás creeríamos capaces de hacerlo. Lo difícil, lo
importante, es administrar el poder o la falta de él que los ciudadanos ponen
en manos de los elegidos.
Saber qué es poco y qué es mucho tras unas elecciones no es
tan fácil. El mismo número de diputados es mucho o poco dependiendo de de dónde
se venga o a dónde se pretende ir. Por eso, el mérito está más en administrar
que en ganar y, por desgracia, abundan los que no saben hacerlo y se queman en
la hoguera de su ansiedad.
Tras las elecciones que acabamos de celebrar en España,
parece que la izquierda tiende a reagruparse y a recurrir al voto útil,
mientras que la derecha, porque en este país lo que hay desde hace más de un
siglo es sólo izquierda y derecha, lleva meses ocupada en digerir el audaz
golpe de mano de Sánchez que llevó al descabalgamiento del aparentemente
incombustible Rajoy, que, con su fea "espantá", ha dejado a la
derecha sumida en un caos, en una lucha por hacerse con la hegemonía y con el
favor de los sectores más conservadores de la sociedad.
El viaje va a ser, si no largo, sí complicado, porque a
quienes han estado décadas en el poder les va a resultar difícil resignarse a
no tenerlo. Si a esto añadimos la inconsistencia del líder del PP, que sigue
siendo el principal partido de la derecha, entenderemos el desconcierto de
quienes todavía no saben qué hacer con Vox, porque quieren conservar el poder,
pero temen las consecuencias que tendría en el futuro el "compadreo"
con la ultraderecha.
A Ciudadanos, acostumbrado a caminar sobre el alambre,
inclinándose a izquierda o derecha según le convenía, sosteniendo gobiernos del
PP o del PSOE, mientras hacía gala de ese código anticorrupción que, como el
estandarte de un conquistador, estaría imponiendo a quienes apoyó, le va a
resultar muy difícil lidiar el toro de Vox, más por el coste que a largo plazo
le va a ocasionar en votos, que por los escrúpulos de sus dirigentes ante el
contacto, que, de momento, parecen ser bien pocos.
Unos y otros, a la izquierda y a la derecha, deben tener muy
claro qué es lo que tienen, qué es lo que quieren y qué están dispuestos a
arriesgar para conseguir sus objetivos. Lo debería pensar Rivera, por ejemplo,
al frente de un partido que, desde que pudo ser decisivo, tras las últimas
elecciones que ganó Rajoy, no ha hecho otra cosa que arrimar el ascua de sus
escaños en el Congreso a la sardina del PP, la derecha económica e ideológica,
abandonando ese centro que dice representar.
Así, Rivera no apoyó los intentos de Pedro Sánchez de formar
gobierno entonces, ese gobierno que el desaparecido Rubalcaba, quién te ha
visto y quién te vio, calificó de gobierno Frankenstein, y que, a la hora de
apoyar la moción de censura contra Rajoy y su partido, condenado por
corrupción, miro para otro lado.
Ahora, Rivera, encantado con la posibilidad de gobernar
Madrid y otras comunidades de la mano del PP, repite la jugada y pone a los
barones socialistas que necesitan sus votos para alcanzar o mantener el poder,
que traiciones a su partido, cultivando su habilidad para
"transfugarizar" la política, como queriendo repetir la jugada que le
permitió llenar de renegados, socialistas o populares, sus listas, algo que
parece más una excusa que una posibilidad.
En el otro lado, Pablo Iglesias sigue jugando al mus con
"la chica" de sus votos a la baja y ya se sabe lo que se dice de ese
juego, "jugador de chica, perdedor de mus". Todo ello, sin asumir en
primera persona del singular el terrible fracaso al que ha llevado a su
partido, dilapidando en apenas seis años el entusiasmo cosechado de las filas
15-M, llevando a Podemos de la gloria a la peor de las miserias. Iglesias
debería ser consciente de que el poder y la política no son exactamente lo
mismo. Debería saber que los ciudadanos el dan con sus votos el poder para
conseguir lo mejor para la sociedad y que, casi siempre, lo mejor es lo
menos malo, no siempre lo absoluto. Si el profesor de Políticas fuese la mitad
de grande de lo que cree, ya habría dimitido, porque el resultado del domingo
es la suma de todos sus errores. Así que ya está tardando en seguir el camino
que acaba de emprender la cúpula de Podemos en Castila La Mancha, dimitiendo en
pleno por su fracaso el 26-M.
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