Ayer, en medio de la resaca, después de la ronda de
encuentros de Pedro Sánchez con los líderes de los tres grandes partidos de la
oposición, nos sorprendimos con el anuncio de que el presidente aún en
funciones quiere al primer secretario del PSC, Miquel Iceta, presidiendo el
Senado, y, desde que se conoció la noticia, un terremoto ha recorrido tertulias
y partidos, desatados en la tarea de evaluar, para bien y para mal, la
personalidad del socialista catalán y las posibilidades que tiene Sánchez de
convertir en realidad sus deseos.
Estaba claro que iba a ser así, porque si hay alguien que no
deja indiferentes a los distintos actores de la política española, amigos y
enemigos, ese es el simpático y sincero Miquel Iceta, un hombre que, desde la
siempre incómoda posición, más en Cataluña, de la defensa del diálogo como
única vía de solución para el enconado conflicto que allí se vive, ha
conseguido reflotar a su partido, el PSC, en medio de las aguas revueltas, en
medio de las tormentas que soplan de uno y otro lado.
Cuando otros se empeñan en ponen o quitar lazos amarillos,
Iceta prefiere prender de su solapa una palabra que parece ya olvidada en
Cataluña, una palabra que parece haber perdido el sentido, pero que, en medio
de una guerra en la que nadie parece querer hacer prisioneros, parece cobrar
todo su sentido, logrando que quienes queremos a Cataluña y los catalanes no
perdamos la esperanza de que las aguas vuelvan a su cauce y caiga el muro de
mentiras y afrentas que desde uno y otro lado del Ebro tantos se han afanado en
levantar.
Iceta no es senador y tendría que ser el Parlament de
Cataluña quien aceptase sustituir al ex president Montilla, ese que tan poco
gustaba a Marta Ferrusola, por Iceta en el cupo de senadores designados por la
cámara catalana. Se trata de una jugada perfectamente posible que, sin embargo,
precisa de la "buena voluntad" de los grupos en el Parlament de
Catalunya, primero, y de, una vez que haya sido designado Iceta senador, tras
la renuncia ya aceptada del hoy senador Montilla, consiga los votos precios
para hacerse con la presidencia en el Senado.
Dicen que, con la propuesta de poner a Iceta en la
presidencia del Senado, la cuarta autoridad en el protocolo del Estado, lo que
pretende Sánchez es dejar clara si intención de no ceder a las presiones
de las tres derechas para sacar del cajón el denostado y tremendista artículo
155, que, a cambio de su apoyo, ya consiguió moderar en su anterior aplicación
por Rajoy, convirtiendo al político catalán en una especie de recordatorio, de
amuleto o espantapájaros si se quiere, contra los peores deseos del
intransigente nacionalismo español.
Y no sólo eso, Iceta, personaje mediático donde los haya
devolvería el interés de los medios sobre el Senado, cámara aburrida como
ninguna gracias a quienes la han presidido, especialmente en la última
legislatura, porque el popular Pío García Escudero, más allá de su aparición en el sumario de la trama Gürtel, no es, ni mucho menos, la
alegría de la huerta ni el personaje capaz de tomar iniciativas para revitalizarla.
Nos hemos quedado con la imagen de ese Miquel Iceta bailón o
del que imploró a Pedro Sánchez que le librase de Rajoy y ahora implora a
"Mariano" que vuelva para librarle del "fracasado". Pero
Iceta es también el político honesto que pidió a los votantes que le librasen
de la derecha, porque no quiere volver al armario del que hace ya tiempo salió,
porque fue de los primeros en hacerlo. Creo que Iceta es mucho más que su fácil
caricatura y estoy seguro de que, por difícil que parezca, pondrá a bailar al Senado
y lo que es aún mejor, tenderá los hilos sobre los que tejer la perdida
concordia en Cataluña.
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