Dicen que no hay peor ciego que e que no quiere ver y parece
que el todavía presidente del PP, Pablo Casado, se ha empeñado en ser el
campeón de la ceguera, cuando, como este fin de semana, parece empañarse en
tropezar una y mil veces, revolcándose en el error, sin dar su brazo a torcer, algo
que, lo entiendo, protegido desde siempre por personajes como Aznar o Esperanza
Aguirre, lo ha conseguido todo y lo ha conseguido sin esfuerzo. Cómo, si no, se
explica que se haya atrevido a insistir en una entrevista en que la campaña
electoral que ha costado a su partido más de la mitad de los escaños que tenía.
Seguro que, aunque llore en privado sus errores, no los va a
reconocer en público y, menos, en plena campaña, a las puertas de unas
elecciones en las que se juega mantener en lo posible los gobiernos que,
"solos o en compañía de otros" conservan en autonomías y municipios y
que, no hay que olvidar, garantiza centenares si no miles de "puestos de
trabajo", salarios y subvenciones para sus compañeros de partido o,
incluso, para el mismo partido.
No reconocerá lo errado de ese viraje a la extrema derecha
-en la derecha, el PP ha estado siempre- ni admitirá el desconcierto en sus
propios votantes, sorprendidos de escuchar de labios de los que creían la
derecha "civilizada" consignas que, hasta entonces y salvo
excepciones, sólo se oían en los mítines de Vox y sus satélites y se leían
en panfletos cargados de odio. No lo reconocerá, entre otras cosas, porque, en
ese viaje, ha tenido como compañero a un Ciudadanos enloquecido, ansioso por
superar en escaños al partido al que, ahora, espera sustituir al frente de la
oposición al más que probable gobierno de Sánchez.
Uno y otro partido, PP y Ciudadanos, se asustaron con lo ocurrido
en Andalucía, olvidando que lo ocurrido sólo fue consecuencia del cansancio y
la abstención de la izquierda y que el "amenazante" poder de Vox en
Andalucía sólo ha sido posible gracias a que ellos mismos, PP y Ciudadanos, se
lo han concedido a cambio de su abstención para desalojar a Susana Díaz y su
PSOE del palacio de San Telmo.
A mi modo de ver, Casado y Rivera se emborracharon con un
éxito pequeño y perfectamente reversible que ambos necesitaban desesperadamente
y que invitó "al baile" a un partido que muy probablemente jamás repetirá
esos resultados tan anómalos. Pero Casado se estrenaba como presidente en esas
elecciones y necesitaba volver con un trofeo a la calle Génova y creyó que
conseguir el gobierno para Bonilla, a costa de lo que fuese, bastaría, sin
darse cuentas que Vox, con sus exigencias, estaba parasitando su ideario y que,
además de asustar a los votantes de PP y Ciudadanos, habían despertado a la
izquierda dormida, que, ya en las generales del pasado día 28, despertó, dando
el triunfo, también en Andalucía, a la izquierda.
Sin embargo y siendo gravísimos, letales diría yo, estos
errores de estrategia por parte del más que bisoño líder del PP, lo son
aún más los cometidos en todos y cada uno de sus nombramientos, mal aconsejado,
probablemente por Aznar y Aguirre, personajes llenos de resentimiento hacia
Rajoy que, por si fuera poco, hace años que viven una realidad paralela,
mientras aflora en los tribunales y en la prensa la verdadera naturaleza de
todos esos años llenos de corrupción y despotismo.
¿Se puede juzgar de otra manera una época plagada de
gobierno cargada de irregularidades, en la que la principal función del Partido
Popular era la de ganar elecciones para administrar obras y servicios en favor
de quien le recompensara con óbolos que le permitiesen seguir ganando
elecciones, para seguir ganando elecciones, para seguir administrando... así,
hasta que le estalló la Gürtel en las manos y los ciudadanos, cansados de
recortes e injusticias, dejaron de creerles?
El nombramiento, para cargos y candidaturas de personajes
como Teodoro García en la secretaría, de Alfredo Prada, imputado por
corrupción, al frente de la lucha contra la corrupción en el PP o todos esos
candidatos bisoños e impresentables, en lugar de otros perfectamente
experimentados, como los inefables Adolfo Suárez para el Congreso o Isabel Díaz
Ayuso, chica para todo, para la Comunidad de Madrid, en lugar de un Ángel Garrido, con
experiencia en la Comunidad que ha presidido y curtido en "comerse los
marrones de Cristina Cifuentes, por poner sólo unos ejemplos da idea de la
borrachera de poder o la inutilidad de un líder a medio cocer que difícilmente
sobrevivirá a las consecuencias de las elecciones del próximo día 26.
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