Siempre me he preguntado por qué quienes nos decimos
"de izquierdas", habría que ver cuánto hay de verdad en ese
autoetiquetado, somos tan intransigentes con nuestros representantes y no, no
es que crea que no debemos serlo, sino que me gustaría que lo fuésemos igual
con los de los otros, que no diésemos por sentado, como el reflejo asesino en
el escorpión, que la corrupción o la inmoralidad son la condición de la gente
de derechas y, por tanto, no se las reprochamos.
Digo esto, porque, a la vista de lo escrito y de lo dicho en
los últimos días sobre el serial montado con la grabación de la sobremesa de
esa comida de hace nueve años en la que participaron la hoy ministra de
Justicia y el entonces juez Baltasar Garzón, grabación robada, editada y ayer
supimos que también difundida por el entonces condecorado comisario Villarejo,
no parece que quienes nos colocamos esa etiqueta estemos dispuestos, no sólo a
tratar de entender las circunstancias en que se produjo aquello, sino que ni
siquiera nos paramos a tomar en consideración satos tan trascendentes como
quién, cómo, cuándo y para qué grabó y ahora difunde esas conversaciones con
las que pretenden privarnos de una ministra que, por ejemplo, está dotando de
medios a los juzgados especializados en violencia de género.
Es posible que lo anterior sea consecuencia de que confiamos
cándida si no estúpidamente en que los medios que las llevan cada día a sus
portadas y tertulias se han parado a valorar esas circunstancias de las que os
hablo, algo con lo que, desgraciadamente, cuentan Villarejo y otros tipejos
como él. En otros tiempos no era así, al menos siempre, y recuerdo, por
ejemplo, aquella primera transgresión que supuso la difusión de la grabación
obtenida tan accidental como ilegalmente de una conversación del teléfono móvil
de Txiki Benegas, en la que se refería a Felipe González como
"dios".
Aquello se emitió tuvo unas ciertas consecuencias en la
credibilidad del PSOE y Augusto Delkader, que autorizó y animó la emisión, se
colgó una medalla.
También tuve en mis manos uno de esos sobres en los que
llegaron a tantas y tantas redacciones las imágenes, también robadas, de Pedro
J. Ramírez en una situación tan ridícula como comprometida con una prostituta
guineana. Tuve en mis manos ese sobre y fui incapaz de abrirlo, mucho menos de
verlo, mientras en la redacción había corrillos para verlo. Naturalmente supe
de qué iba y sé que con el tiempo ha estado disponible si no lo está aún en las
redes. Os aseguro que, si no lo vi, más allá de que considerase que se trataba
de algo privado, es porque la grabación y distribución d aquello tenía un
desagradable tufo a alcantarilla policial, en momentos en que Ramírez mantenía
su particular guerra con la cúpula de Interior.
Esa es, a mi juicio, la clave: conocer el origen de esas
informaciones, sus circunstancias y por qué y contra quién se difunden. Algo
que desgraciadamente parece que hemos dejado de hacer, algo de lo que la prensa
ha dimitido y de lo que, desgraciadamente, todos somos víctimas complacientes
que, sin darnos cuenta, vamos devorando poco a poco aquello que necesitamos
para subsistir, porque, es curioso, cuando la diana se coloca sobre "los
nuestros", si por "los nuestros" entendemos aquellos que, mejor
o peor, nos representan.
Sin ir más lejos, con los ministros de Sánchez hemos sido
mucho más exigentes, casi suicidamente exigentes, que con Pablo Casado, que
también se reunió con Villarejo cuando Villarejo ya era el Villarejo que todos
conocemos, que no ha podido demostrar la existencia de los trabajos con que se
hizo con el máster posiblemente regalado por el instituto que recibió 60.000
euros de la consejería de Esperanza Aguirre para la que trabajaba., que es el
heredero político del Aznar más montaraz, casado con la alcaldesa que vendió a
precio de saldo a fondos buitres miles de viviendas sociales de todos los
madrileños.
No. No ponemos el mismo empeño y en el mejor de los casos,
como hace el siempre tortuoso Pablo Iglesias, damos de comer a los presos
recodando que el listón de la decencia lo fijó el propio Pedro Sánchez, nos
dejamos llevar por el efectismo de algunas informaciones amplificadas por quien
se las da de progresista y ampara y da cancha a personajes como Marhuenda o
Inda, nos dejamos llevar por ese puritanismo suicida de la izquierda que, a
veces, no es más una excusa para dar rienda suelta a esa vergonzante tendencia
nuestra a pensar con la cartera.
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