Que la verdad no es lo que más resplandece en el entorno del
PP quedó claro a las pocas horas de los atentados del 11-M en Madrid. Aquello,
así en caliente y con tantos muertos de por medio, no se lo pudieron pasar por
alto los ciudadanos, especialmente los más jóvenes, que, dos días después,
cerraron el paso con sus votos al candidato Rajoy. El resto es Historia.
Historia que, al principio, fue ilusionante y que, por errores propios y
conforme la crisis fue atenazando al país causo tal deterioro en el presidente
Zapatero que, al final, le sacó del gobierno por la puerta de atrás.
Como ocurre tantas veces, Rajoy, candidato del PP por
tercera vez, cosechó, no ya su victoria, sino la derrota de Zapatero por el
desmoronamiento del crédito que generó aquella victoria de 2004, no por
inesperada, menos deseada. Y, de ese modo, Rajoy se alzó el pasado 20 de marzo
con la mayoría absoluta, tan absoluta que le permitiría hacer, bueno o malo, lo
que quisiera en los cuatro años siguientes.
Y lo viene haciendo. Lo malo, quiero decir. Mariano Rajoy
tomó las riendas de este país en una situación que comenzaba a ser mala, muy
mala, y lo hizo después de haber adelantado al PSOE por la izquierda en el
Parlamento, en las tertulias y los debates, con su propia voz o por voces y
firmas interpuestas y alquiladas a golpe de talonario.
Ahora, diez meses después, de aquellas elecciones Rajoy ha
echado fuera de su topera el disfraz de cordero con que cubría su alma de lobo.
Ya no lo necesita porque ya nadie le cree. Ha rebajado hasta lo inimaginable el
sueldo de los españoles con trabajo, funcionarios o no, y ha creado las
condiciones ideales para que el empresariado sin escrúpulos chantajee a sus
trabajadores obligándole a renunciar a los pocos derechos que le ha dejado esa
reforma laboral que algún día echarán abajo los tribunales.
Y eso sin que, a cambio, la reforma haya creado un solo
puesto de trabajo que no se hubiese llegado a crear sin ella. Más bien al
contrario, la reforma a aumentado el número de despidos, más baratos y fáciles
con ella, y ha rebajado de tal manera la calidad y las garantías de los nuevos
contratos que, en la práctica, el trabajador apenas puede pensar en el futuro.
Ese sería sólo un aspecto de la labor de zapa de este
gobierno, el más salvajemente de derechas que ha pasado por este país desde la
dictadura. Resulta ya hasta cansino del desmantelamiento que está llevando a
cabo de la sanidad y la educación públicas. Aburre enumerar a todos y cada uno
de los colectivos -ancianos, estudiantes, inmigrantes, parados, mujeres,
funcionarios, etc.- agraviados por este gobierno mentiroso y cruel. Aburre
repasar las cuentas y comprobar que este país, no sólo está hoy mucho peor de
lo que estaba hace diez meses, sino que, además, tiene mucha menos esperanza y
es mucho más injusto.
Con ese caldo hirviendo en la olla social lo más probable es
que, si no se alivia la presión, la olla reviente con unas consecuencias que
soy incapaz de prever. Si Rajoy fuese decente, que no parece ser el caso, se quitaría
de en medio para que este país dejase de tener al frente al presidente más
desprestigiado dentro y fuera de nuestras fronteras que haya tenido nunca.
Da grima verle una y otra vez titubeante y huidizo ante
cualquier pregunta que no tenga que ver con el fútbol. Es penoso caer en la
cuenta de que ha tardado nueve meses -todo un embarazo- en aceptar sendas entrevistas
a fondo en las que, tampoco, ha dicho nada. Dijo al aceptar el gobierno que iba
a ser un presidente previsible y es todo lo contrario, es el personaje que
menos incógnitas ha despejado de toda la historia de la reciente democracia
española. Y, ya se sabe, que la incertidumbre es a la especulación, lo que la
humedad a los hongos,
Hace ya tiempo que los españoles estamos cansados de
soportar las consecuencias de la ineptitud de este señor y, lo advierto,
llamarle inepto es ahorrarle la acusación de malvado. Aunque, ya se sabe, lo
más peligroso que puede haber en un lugar delicado, y la presidencia del
Gobierno lo es, es un tonto.
Poroso lo mejor que puede ocurrir ahora es que las calles se
llenen de gente harta e indignada de perderlo todo, especialmente el futuro, a
causa del mal hacer de este inepto que, de no serlo, sería algo mucho más
malsonante, y la señora Brey no tiene la culpa.
Así que, si de verdad quiere a este país, que empiezo a
dudarlo, señor Rajoy, don Mariano, váyase, cuanto más lejos mejor. Disfrute de
su millón largo de euros en propiedades y déjenos olvidarle.
Yo ahora le dejo que tengo una cita con cientos de miles de
ciudadanos indignados en las calles de Madrid.
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