Él, Pablo, ha vuelto este fin de semana, y ha vuelto rodeado
de sus cada vez menos fieles en cantidad, pero a la vez cada vez más fieles en
intensidad. Subió al estrado montado al pie de los escaleras y ascensores del
Reina Sofía, como una estrella del rock en las formas, con carrerita y todo,
que, en su interior, encerrase las almas de los comandantes que tanto le
inspiraron, al menos en el pasado.
Él, Pablo, volvió de su retiro paternal cargado de
adrenalina, enfadado como hacía tempo no le veíamos, disparando a extremo
diestro y tibio siniestro, es su opinión, culpando a los demás de todos o casi
todos sus males y diluyendo su culpa en el colectivo de su organización. Sólo
la asumió en primera persona del singular, para señalar a sus monstruos
preferidos, su inseparable amigo en otros tiempos y la alcaldesa "roba
niños" Manuela Carmena.
Se ve que Iglesias ha aprovechado las largas semanas de
baja, además de para cuidar de sus niños, para "cargar las pilas" y
cargarse de argumentos, para leer espero que fundamentalmente, más que para ver
series como ese "Juego de tronos" que parece haberle alejado de la
realidad. Se ve que se ha cargado de energía y que, también, ha tenido tiempo
de analizar, aunque a su manera, todo lo que ha pasado en los últimos meses.
Se mostró muy crítico y bastante enfadado con el espectáculo
dado por su partido a cuenta de esas luchas intestinas que han, no ya
desgastado sino roto ese partido que fundó con amigos que ya no están, porque
dejó demasiado claro que lo creyó exclusivamente suyo. Les regaño en esa
primera persona del plural, casi mayestático, por la vergüenza ajena dada,
olvidando que dos no riñen si uno no quiere y que él siempre quiso y con todo
aquel que osase salirse del carril.
A Pablo Iglesias le gustan los incondicionales. No se fía,
no ya de las disidencias. sino de cualquier opinión que ponga en cuestión la
suya. Le gusta escuchar a su paso esos "Te queremos" o "Gracias,
Pablo", con que el sábado le regalaron los oídos al pie del museo.
No le gusta demasiado el pensamiento alternativo o
independiente y, quizás por eso, ahora está tan solo. Es demasiado grande la
nómina de quienes ya no están a su lado: Luis Alegre, Rita Maestre, Carolina
Bescansa, Pablo Bustinduy, Ramón Espinar y un largo etcétera que culmina con su
amigo del alma, Íñigo Errejón.
Tampoco parece figurar ya entre sus amistades la alcaldesa
de Madrid; Manuela Carmena, a la que parece haber señalado como culpable de su
desgracia. Lo hizo en el capítulo, chiquitito como sus pequeños, de sus fallos,
capítulo en el que se culpó de no haber sabido ver la marcha de Errejón, al
que, veladamente o no tan veladamente, acusa de traición. Quizá fue por la
alianza de su compañero de siempre con Carmena por lo que se revolvió contra
ella, a la que acusó de una cierta soberbia, no sé yo con qué fundamento, al
revelar una supuesta conversación de la alcaldesa, la palabra de uno contra la
del otro, en la que Carmena le dijo que la gente votó para el ayuntamiento de
Madrid a "Ahora Carmena" más que a "Ahora Madrid",
No sé si esa conversación existió en los términos en los que
miserablemente la reveló, Iglesias. Las conversaciones privadas, cuando son
entre dos, no se hacen públicas y menos aún en contra del otro interlocutor. En
cualquier caso y por si le sirve a Iglesias, le aclaro de que, en caso de que
la charla se produjese así, yo le daría la razón a Manuela, porque yo sí le di
mi voto a ella, por encima de la lista que le acompañaba y anduve luciendo esos
días una camiseta que rezaba "Manuela mola mazo".
Sin embargo, ahí no acabó la cosa, porque Iglesias volvió a
la carga contra Carmena, retándola a revelar para quién va a ser su voto en las
próximas generales, un reto que debería darle vergüenza a alguien que se
proclama demócrata y debería saber de sobra que el voto es secreto.
Se ve que a Iglesias le estorba todo aquel al que no controla, pero tiene suerte Pablo Iglesias de que Carmena es, ante todo,
elegante y de que quién no se rebajó a perder los nervios con Esperanza
Aguirre, tampoco los va a perder con quien parece culparla de sus males y haberla
señalado como enemigo.
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