Llevamos demasiados años, por desgracia, confundiendo
política y marketing, demasiado tiempo en el que, para los partidos, lo más
importante no son los programas con que pretenden gobernar sino las caras que
quieren colocar en los carteles. Recuerdo aquellas primeras elecciones
generales en que tuve la suerte de votar y que, en ellas, la gente votó a las
ideas, entendiendo también como idea la de la "tranquilidad" que
transmitía la UCD, un partido formado por una masa gris de cargos e intelectuales
del tardofranquismo que parecían dispuestos a transformar lo que había sido una
dictadura, cruel y sanguinaria en tiempos, en una democracia homologable por
Europa.
Aquello salió ben, entre otras cosas, no seamos inocentes,
porque a Europa le interesaba que así fuese para que España se convirtiese en
ese mercado hacia el que expandirse, con sus mercancías y con sus modelos
políticos, en tiempos, no lo olvidemos en que el continente estaba dividido,
partido en dos y de las dos partes, el Este estaba vetado para una cosa y para
la otra.
En aquellos primeros años, la televisión era sólo una, las
tertulias se reducían a una, "La Clave", y la prensa estaba en manos
de periodistas, la mayoría de ellos solventes, menos en general mejor pagados y
menos ambiciosos, con menos prisa, que ahora.
Eran tiempos, en parte a causa de lo anterior, en que se
escuchaba a la gente y, naturalmente, también a los candidatos. Tiempos en que
los mítines no se resumían en un chascarrillo o una frase encendida, la que
señalan los equipos de prensa de cada partido, en los telediarios. Eran tiempos
en los que la gente escuchaba y los políticos se hacían escuchar por lo que
decían, no por lo cómo gritaban. Pero las televisiones privadas llegaron,
partidarias, como dice un amigo, del "yo, donde pago, cago" y más que
dispuestas a trivializar y frivolizar los mensajes, a base de "mama
chichos", primero, y de esos miserables "realistas", en los que
la crispación y la mentira eran moneda común, convirtiéndose, en un excelente
laboratorio desde el que han acabado llevando a la televisión y a la política
al lugar donde están ahora.
Si a esto le sumamos el daño terrible que la corrupción ha
hecho a la imagen de los partidos, a todos o a casi todos, pero especialmente
al Partido Popular, nos encontramos con toda una generación de políticos
estigmatizados por su implicación o por su silencio ante esa lacra, toda una
generación que dio lugar a que, por la derecha y por la izquierda, apareciesen
nuevos partidos, aparentemente creados desde abajo, que, tras unas cuantas
peripecias, no todas edificantes, que han abierto "el mercado", a la
vez que han dificultado la formación de gobierno, pero también han permitido
sorpresas como la de la moción de censura que ayudó, la verdadera causa estuvo
en la corrupción y su indolencia a la hora de gobernar, a acabar con la carrera
política de Rajoy y, de paso, con el PP.
Es evidente que el PP necesitaba renovarse después de la
debacle, necesitaba cambiar de rostros y de discurso, para resurgir como
partido de gobierno, más si VOX y en menor medida Ciudadanos, le andaban
mordiendo los tobillos. Sin embargo y curiosamente, eligió para la tarea a un
personaje en dificultades, de dudosa preparación, con un más que sospechoso
currículo académico, que sólo había trabajado en el propio partido y que había
sido apadrinado por Aznar y Esperanza Aguirre, padrinos también, de quienes
convirtieron la corrupción en algo sistemático en el partido.
Pues bien, este personaje, Pablo Casado, de tan débiles
antecedentes, que se ha rodeado de fieles de parecido perfil, Teodoro García,
Isabel Díaz Ayuso, Andrea Levy y parecidos, ha optado por buscar a sus
candidatos en el cambalache de las tertulias televisivas, tratando de tapar
huecos con esas caras de famoso que a todo el mundo les "suenan",
pero que, como los vistosos objetos que uno encuentra en los cambalaches, luego
no sabe por qué ni para qué los compro.
Con le estrategia del PP, pero también de Ciudadanos o de la
ultraderechista VOX, acabaremos con un congreso-estantería, un congreso-cambalache,
en el que colocarán, toreros, contertulios, humoristas, marquesas,
predicadores, vendedores de refrescos y generales. Un cambalache tan vistoso
como, ojalá me equivoque, inútil.
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