Ayer, siguiendo la interesantísima declaración del coronel
de la Guardia Civil Diego Pérez de los Mozos, responsable del dispositivo de
las Fuerzas de Seguridad del Estado durante los días clave de septiembre y
octubre de 2017 en Cataluña, no dejé de acordarme de la primera vez que supe de
la existencia del mayor Josep Lluís Trapero, responsable de los Mossos d'
Esquadra, otro cuerpo de seguridad estatal, como la Guardia Civil o la Policía
Nacional, apenas unas semanas antes, cuando con una rapidez y una contundencia
inusitada, acabaron con los responsables de la masacre de las Ramblas de
Barcelona.
Le recuerdo junto al conseller, con sus papeles y su
carpeta, educado y tranquilo, dando su versión de lo ocurrido, aunque pasando
por alto algunos datos de lo que no había sido precisamente una brillante
investigación, ya que, pese a los indicios, no se actuó de manera preventiva y,
desgraciadamente, la masacre no se evitó. Recuerdo que él y sus hombres pasaron
en pocas horas, cuando comenzaron a conocerse esos detalles, de héroes a
villanos, al tiempo que surgieron dudas sobre la necesidad de la contundencia
con la que actuaron.
En pocas semanas, Trapero volvió a ser el centro de atención
pero por todo lo contrario, por su escasa diligencia a la hora de frenar
algunas acciones de los activistas en favor de la independencia, que, en
ocasiones parecían contar con carta blanca y con la connivencia de dicho cuerpo
de seguridad y, a uno, que tenía de los Mossos los antecedentes de alguna que
otra actuación violentísima en el Raval de Barcelona, con resultado de muerte,
también más de uno y más de dos casos de violencia contra detenidos dentro de
sus comisarías o la contundencia desmedida, con disparos de pelotas de goma
incluidos, con que se emplearon para desalojar a los acampados del 15-M de la
plaza de Cataluña, le costaba creer que fuesen esos los mismos Mossos
d'Esquadra que, en los días de los que se habla en el juicio a los dirigentes
del "procés", se convirtieron en hermanitas de la caridad, si no en
agentes de la organización del referéndum del primero de octubre.
Como se supone que entre los mozos no hay una disociación de
personalidad tan extendida, es lícito pensar que los diferentes
comportamientos, la diferente actitud ante situaciones parecidas, se deba a las
órdenes que reciben de sus mandos o a las consignas de quien está al frente de
la consejería de la que dependen.
El coronel Pérez de los Cobos no hizo otra cosa en las más
de cuatro horas en que estuvo declarando ante el tribunal que poner en duda la
lealtad del mayor Trapero, que, de ser cierta su tesis, trabajaba más para
facilitar y proteger la celebración de la consulta ilegal y prohibida que para
impedirla, como le había encomendado la autoridad judicial. El testimonio del
coronel me pareció coherente veraz, lo que me chocó es que, si todas esas
sensaciones sobre la dudosa actitud de Trapero eran ciertas, si las acciones de
los mozos, de sus contravigilancia a las fuerzas de la Guardia Civil y la
Policía, su más que evidente coordinación con los organizadores del referéndum,
su protección de las urnas que, por orden del juzgado, deberían haber
confiscado o los enrevesados protocolos establecidos para solicitar refuerzos,
destinados más bien a dar tiempo a actuar a quienes pretendían incumplir las
órdenes, no hubiesen derivado en su relevo o, en todo caso, en su detención y
procesamiento por orden del juez instructor del caso que se juzga.
Dio a
entender Pérez de los Cobos que Trapero decía una cosa y hacia otra y que
filtraba lo acordado en las reuniones de coordinación a quienes debería
combatir y, si lo que dice es cierto y lo parece, no entiendo que Trapero n
esté sentado en el banquillo de los acusados, porque su papel fue a todas luces
crucial en el éxito de quienes querían celebrar la consulta a toda costa.
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