En alguna ocasión, quien más y quien menos hemos sido
testigos del comportamiento anómalo y retador de los niños que, cansados de
tener que obedecer a sus mayores, un día deciden, las más de las veces sin ser
conscientes de lo que hacen, retarles imponiendo sus propios tiempos,
resistiéndose a obedecer o, en todo caso, remoloneando antes de obedecerles.
Ese comportamiento es tan viejo como la misma vida y es
común a todo tipo de cachorros que, entre juegos y veras, miden su capacidad de
resistencia ante sus mayores, provocándoles con sus evasivas y forzando la
situación a la búsqueda del límite en el que el que tiene el mando estalla, a
sabiendas de que, al final, tendrá que obedecer.
Lo que ocurre es que, mientras esto sucede, el niño se
convierte en protagonista e invierte esa cadena de mando que le aburre. Lo malo
es que, en más de una ocasión, mide mal y fuerza las cosas más allá de lo
razonable y acaba escapándose algún grito, cuando no un cachete. Lo sabe muy
bien quien tiene contacto con niños, porque más de una vez es testigo de estos
envites a la hora de comer, de vestirse o de hacer las tareas.
Lo más curioso es que de sobra saben los
"protagonistas" de estos "juegos" que, al fin y a la
postre, son estériles y que, salvo esos minutos, horas o días, de gloria, de
ser el centro, poco o nada es lo que consiguen. Quizá un berrinche, una colleja
o un sentimiento de culpa o abandono que antes del juego, del que ya no
recuerda el origen, no tenía.
Sé que comparar ese juego con el tira y afloja que estamos viviendo
a propósito de los lazos amarillos colgados en las fachadas de los edificios
públicos de la administración catalana puede ser un ejercicio demasiado simple,
pero no me resisto a comparar al president Torra, un niño grande, desobediente
y respondón, con los protagonistas de esos "juegos" infantiles de los
que os hablo.
En mi opinión, Torra, sólo o aconsejado, por no decir
impelido, por otros, se hace el interesante, tarda en obedecer las órdenes de
la autoridad que todos, catalanes incluidos, nos hemos dado, remoloneando y
haciéndose la víctima, lloriqueando, cada vez en voz más alta, con más
intensidad, para llamar la atención de sus vecinos y poner en evidencia a sus
padres, en este caso la justicia española, y de sus votantes que, como el niño
del berrinche, ya no ven otra cosa que el lazo o su ausencia y olvidan todos lo
demás, la cama, la comida, la ropa, el colegio, los juguetes, el cariño y todo
lo que ha recibido o puede recibir de sus padres.
Sin embargo, creo que lo de Torra responde a una estrategia
más perversa y que el fin de quienes están al frente de la Generalitat y
quienes les apoyan no es otro que el de vivir en un berrinche eterno, hoy por
esto, mañana por lo otro, en el que lo que menos importa son los verdaderos
motivos, porque lo que cuenta es el ruido ¿Infantilismo? Sí, infantilismo,
aunque perverso.
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