Los que tenemos unos cuantos años supimos de la existencia
de una mafia policial, aquella que se instaló, por ejemplo, en los primeros
ochenta en la brigada anti atracos de Madrid y tuvo mucho que ver, por ejemplo,
con la desaparición y segura muerte de "El Nani", un atracador de
poca monta que tuvo la desgracia de trabajar para ellos y acabar sabiendo
demasiado. Yo, por ejemplo, cada vez que paso frente al caserón que hace
esquina entre la calle Atocha y Concepción Jerónima, en la plaza de Jacinto Benavente,
recuerdo el trágico atraco a un taller de joyería, frustrad porque ¡oh
casualidad! la policía estaba esperando a los atracadores al pie de la
escalera, donde acabó con todos los atracadores menos uno, que, de nuevo ¡oh
casualidad! escapó con el botín hasta que, poco después, murió en un tiroteo
con la policía, sin que del botín volviese a saberse nada.
Supimos de otra mafia que extorsionaba a propietarios de whiskerías
y locales nocturnos y lo hacía obligándoles a insertar publicidad, carísima,
por cierto, en una revista profesional, a sabiendas de que quien contrataba un
anuncio iba a gozar de un mejor trato, protección lo llaman la mafia siciliana
que cobra el pizzo, por parte de la policía. También supimos de un tal Amedo,
subcomisario en Bilbao, que colaboró con el ministerio que entonces presidía
Barrionuevo, en la creación de los GAL, lo más negro y turbio de la democracia
española, porque hubo sangre y sangre inocente, que en vano se trató de
justificar con una presunta lucha contra ETA. Aquello, gracias a una parte de
la prensa y al juez Garzón, acabó con Barrionuevo, su secretario de Estado de
Seguridad, Rafael Vera, en la cárcel.
Escribo todo esto, porque, aunque la mayor parte de los
policías son fieles servidores públicos que se comportan con profesionalidad y
decencia, no me cabe duda de ello, hay una parte, minúscula, de ellos que
aprovechan su posición para colocarse por encima de los demás y, a veces, sacar
partido a sus privilegios sin control. Lo malo, lo peor, es cuando, a cambio
del acceso a fondos reservados y de la impunidad que les proporcionan quienes
les amparan, cometen excesos execrables al servicio de sus
"padrinos", saltándose, si es preciso, la ley y, lo que es peor,
inventando realidades que vender a la opinión pública.
Siempre encontramos en estos personajes un rasgo común, su
gusto por la buena vida y, a ser posible, a costa de los fondos reservados y
las dietas. Lo encontramos en Amedo, amante de la noche y del buen comer y el
buen beber y lo encontramos en Villarejo, el siniestro comisario,
superviviente, de unos cuantos gobiernos de la democracia, que hizo del tráfico
y la invención de toda información que pudiera ser usada por sus superiores o,
a veces se confunden, sus clientes. Lo hizo desde siempre, sus archivos, que él
creyó un seguro de buena vida, así lo demuestran, pero echó el resto en los
años de Rubalcaba y, sobre todo, Jorge Fernández Díaz.
Con este ministro, tan beato como tramposo, supimos de la
existencia de una presunta "policía patriótica", encargada de recopilar
información si no de inventarla para filtrarla a determinados medios de
comunicación, estableciendo así el pérfido bucle con el que hemos convivid
tantos años:
un periódico "descubre" algo que, después, los
partidos llevan a los tribunales o al Congreso, dando lugar a verdaderos
seriales que, cuando se resuelven, con el archivo o no de la causa, ya han
hecho el daño para e que fueron lanzados y no hay manera de limpiar el buen
nombre de los afectados.
Sin embargo, no es ese el único método seguido por la
policía secreta de Fernández Díaz, Villarejo y sus compinches. También la
administran para chantajear a sus víctimas o la reservan, para hacer daño
cuando convenga a quien convenga o para, como hace Villarejo, tratar de
chantajear al Estado mismo y salvar así su maloliente culo.
La comparecencia ayer de Pablo Iglesias en la Audiencia
Nacional, para participar como perjudicado en el sumario abierto contra
Villarejo por las actividades criminales de esa policía patriótica así lo
demuestra. Gracias a un móvil robado a una asistente de Iglesias en Bruselas,
se intentó chantajear al líder de podemos con la información y las fotografías
privadas que aparecieron en ese móvil, todo un tesoro para un chantajista que
fue puesto en manos del mal llamado periodista Eduardo Inda, para publicarlo en
esa alcantarilla que llaman OK Diario.
Un procedimiento empleado entonces contra Pablo Iglesias
para tratar de torpedear el intento de formar gobierno entre Iglesias y
Sánchez, que ya se había usado contra Pujol y otros dirigentes del nacionalismo
catalán, mezclando información cierta con otra fabricada para manchar a diestro
y siniestro a los adversarios de su ministro y patrón.
Es muy triste que haya policías corruptos y
mafiosos, dispuestos a obtener, fabricar y robar pruebas, utilizando el
material y los fondos que son de todos, para el beneficio de unos pocos tan
culpables, así espero que lo determinen los tribunales, como los mismos
policías desleales. Está claro que hay mafias en la policía y que, a veces, los
ministros son sus padrinos.
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