A lo largo de estos últimos días he llegado a conclusión de
que con Pablo Iglesias se cumple a la perfección eso de que "no se puede
tener razón sólo por haberla tenido" ¿Cómo si no se explica el gesto de
soberbia supina de no comparecer ante el consejo de ayer en el que su partido
decidió qué hacer, al final la decisión fue la de esperar acontecimientos, con
la propuesta de Errejón, no al que sigue siendo su partido, sino a los
madrileños.
Se me dirá que Iglesias, mejor dicho, sus hijos, disfrutan
de la baja paternal que les corresponde y que existe el teléfono en todas sus
modalidades, incluida la videoconferencia, tan usada por Puigdemont desde
su fugitiva "baja" en Waterloo. De acuerdo, sin embargo,
creo que difícilmente se va a enfrentar Iglesias a un momento tan crucial como
el de ayer para su futuro político y el de su partido y resolver su
comparecencia como lo haría un jefe de gobierno llamado a declarar en un juicio
-lo de Rajoy en el juicio de la Gürtel fue una excepción obligada- me
parece cuando menos un gesto de soberbia, si no de cobardía.
Lo que está claro es que Iglesias, Montero y compañía andan
desconcertados desde que Íñigo Errejón decidió abandonar la obediencia del que
fue su partido, porque Iglesias no con tener que dar la batalla contra quienes,
compartiendo, si no todos, sí la mayoría de los objetivos, disienten
absolutamente de la estrategia para alcanzarlos de Iglesias.
La brecha quizás definitiva se abrió durante las
negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez ante la pasividad de Mariano
Rajoy, que declinó el ofrecimiento del rey para formar gobierno. Pablo
Iglesias, pudiendo, no quiso dar su apoyo claro a Pedro Sánchez y Podemos lo
pago en las urnas en la inmediata convocatoria electoral, perdiendo bastantes
votos y escaños.
Desde aquel momento, en las urnas y en las encuestas,
Podemos no ha hecho sino perder apoyos. Y es que no hay
nada peor para el electorado que la sensación de haber podido ayudar
a constituir un gobierno más o menos progresista y no haber querido hacerlo,
dejándolo en manos de la derecha de los recortes, la corrupción y el
austericidio.
Por eso no me extrañó la decisión de Errejón que, después de
hablarlo con la alcaldesa Carmena y de que ésta decidiese soltar el lastre
"pablista" que arrastraría de cara a las municipales, contestada por
Podemos con expedientes de expulsión para los concejales que habían decidido
seguir a Manuela en su aventura. Tampoco me extrañó tampoco que los contactos
entre la alcaldesa y el disidente fuesen discretos, ni el disgusto de la pareja
Iglesias Montero, que, desde su retiro de Galapagar no podían creer que nadie
diese el paso de salir de su disciplina y plantear una alterativa a sus
designios. De ahí, la ira de los primeros momentos, los insultos y ofensas a
Errejón de los fieles al credo pablista, que, con el paso de los días y la
verificación de las fuerzas que aún le seguían, dimisión de Ramón Espinar
incluida, se ha idos suavizando en las formas, aunque no en el fondo ni en eso
de creer que aún tienen las riendas de la izquierda ni, menos, de sus votantes.
Iglesias se tomó ayer un respiro, que aprovechó, para dar
con rabia nada contenida una sibilina, que no sutil, estopa a Errejón y
Carmena, porque el resultado del consejo, lo sabía, no iba a ser resolutivo
sobre la integración o no de Podemos en la plataforma del disidente. En fin,
una tarde perdida, salvo para el atrincherado de Galapagar.
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