Fue Alfonso Guerra, fundador de un grupo de teatro en su
juventud, quien inauguró en España el tiempo de la política sobreactuada, el de
los portavoces histriones chillones, prestos siempre para la broma o la
amenaza, prestidigitadores de la verdad o ilusionistas de la razón, gente dispuesta
en todo momento a hacerse con el escenario, con los focos, para acallar con sus
titulares, con sus acusaciones, cualquier intento de moderación, de discurso
tranquilo y realista.
Se trata de gente que miente y exagera con un cuajo que
asombra, distinto a los peligrosos oradores del primer tercio del pasado siglo,
a los que la tribuna y las milicias separaban de esa gente a la que pretendían
seducir, esa gente que se les entregaba ciegamente después de escuchar sus
mentiras, para ponerse en sus manos, creyendo en la salvación que les
prometían.
Ese tiempo, el de los Mussolini, Hitler, Stalin o José
Antonio, se acabó hace décadas. Ahora se lleva el espectáculo, la provocación y
las risas. Quienes asesoran a los monologuistas de la política, si es que hay
alguien capaz de asesorarles, saben de sobra que ese monstruo de mil cabezas en
que han devenido los medios no se alimenta de verdades ni razones sino de
titulares, titulares cuanto más estrambóticos, mejor, titulares tejidos con
mentiras, repetidos una y otra vez y en todas partes, para imponerlos como se
impone la moda.
Monologuistas los hay de muchos tipos, los hay con cargo
y los hay aparentemente autónomos y libres que, sin embargo, reman en la misma
dirección que quienes sí lo hacen. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a
Jorge Verstrynge, delfín que fue de Manuel Fraga, el que se sentaba a la mesa
de los consejos de ministros de Franco en los que se daba vía libre a la
ejecución de opositores, un tipo de la casta más casta, actuando casi como
ideólogo o "tonto útil" de Podemos, que ayer tildaba a Manuela
Carmena poco menos que de fascista y miserable, él que estaba refugiado en los
calzones de Fraga, mientras mataban a los compañeros de la alcaldesa en el
despacho de abogados de Atocha.
He comenzado con Verstrynge, que no improvisaba ante las
cámaras de la Sexta, que manejaba notas, porque me produjo una náusea inmensa y
un desprecio difícil de trasladar al papel, un vuelco de bilis difícil de
soportar, pero el muestrario es inmenso en uno y otro lado- Hay por ejemplo un
Echenique, miserable con su compañero Errejón, un Monedero que parece, so sé si
Monchito o Rockefeller, un muñeco de su amigo Pablo Iglesias, pero los hay
también en el PSOE y, como no en el PP o Ciudadanos, los otros que no cito, no
saben juntar las letras. Ha sido en el PP, fundamentalmente, donde esa raza de
monologuistas de la que os hablo ha hecho escuela. Hubo un Martínez Pujalte
capaz de acusar de las mayores infamias a sus rivales, mientras el cometía
fechorías privadas al amparo de su escaño, existió y existe un Rafael Hernando
faltón y pendenciero que recibió con cierta melancolía su cese como portavoz
para ser sustituido por la torpe Dolors Montserrat, la elegida de Pablo Casado,
y hay, sobre todo, un Teodoro García Egea, del que no se conocían más méritos
que su amistad con el nuevo presidente del PP y su habilidad para lanzar huesos
de aceituna, con vertido en el caniche de su jefe y amigo, ladrando a quien quiera
oírle lo cobarde que es Pedro Sánchez, diciendo que en cuanto puede huye de los
problemas a bordo del avión presidencial, ayudado por Hernando, que parece querer
recuperar protagonismo, bautizando a Sánchez como "marqués del
falcon", encelados como siempre con las relaciones de Venezuela y con
Maduro, que sale peor parado que Pinochet en las fotos que hace Guerra, cuestión
de "eficacia", un orador el zafio dictador venezolano, de esos de
hace un siglo, que se cree gracioso, porque tiene la cla siempre
disponible y porque cierra sin piedad los medios que no le gustan y que se
parece a los anteriores en que uno y otros practican hasta la saciedad y sin rubor
sus obscenos monólogos.
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