Como todos los niños, alguna vez mentí en mi infancia.
Mentir a esos años es una forma de poner tierra de por medio entre los hechos,
las responsabilidades y, también, el castigo. Del mismo modo, mentir sobre los
demás ayuda a parecer mejor, a hacerse merecedor de los premios y recompensas
que se otorgan a los buenos, a figurar en el "cuadro de honor",
aunque sea a costa de arrojar a algún que otro inocente, ese que va en el
camino de la efímera gloria nos estorba.
Recuerdo esa ambigua sensación del que miente para ocultar
la responsabilidad que lleva al castigo. una sensación de alivio mientras la
mentira se sostiene en el tiempo y nos permite fingir que nada ha pasado e,
incluso, opinar sobre los desconocidos autores de nuestra fechoría. Una
sensación que, de vez en cuando, se ve enturbiada por el sabor amargo de la
culpa, ese que, se sepa o no se sepa al fin la verdad, nos va a acompañar
siempre, emboscado en nuestro pensamiento, dispuesto a saltar sobre nosotros en
cualquier momento.
No sé si porque soy una víctima de la cultura judeocristiana
que ha hecho de la culpa y el perdón convenientemente administradas su razón de
ser, me he permitido como tantos otros, creerme a salvo mientras mis mentiras
seguían a flote. Y no sólo eso, también las he reforzado, desviando la atención
de ellas cuando ha sido posible, porque, al fin y al cabo, sólo yo sabía de la
falta o, si alguien más la conocía, por lo que fuese, no estaba interesado en
desmontarla, dejándonos solos ante los demás y, sobre todo, ante nuestra
responsabilidad.
Aquí es adonde quería yo llegar a colocarme, colocaros, ante
el triste papel de unos medios que antes dirigían periodistas y ahora controlan
bancos y fondos buitre, que imponen sus verdades y ocultan sus mentiras,
poniendo y quitando gobiernos, a condición de que consientan sus trapacerías,
medios que consienten en su casa la mentira sin réplica, medios que tienen a
sueldo bufones que están también a sueldo de aquellos a favor de los que
mienten, sin que pase nada, su que nadie desmonte sus burdas mentiras, sus
historias, sus explicaciones sesgadas de la realidad, los problemas exagerados,
cuando no inventados, racismo, inseguridad y un largo etcétera con los que
tratan de distraer nuestra atención, mientras meten mano a nuestra cartera y
nuestras huchas.
Pues bien, en ese ambiente se ha instalado el tripartito
andaluz, andaluz porque han sido andaluces quienes, con su voto o su astenia
democrática, han propiciado la llegada al parlamento de VOX. Y no es casual que
haya sido así, porque las mentiras, los datos exagerados e inventados con que
este partido mercenario que hace cinco años permitió que una organización
terrorista iraní, islamista y de izquierdas, le pagase la campaña para las
elecciones europeas a cambio de presionar en el Parlamento Europeo para sacarla
de la lista de organizaciones terroristas, hoy se presenta en Andalucía a
caballo, como adalid de una innecesaria y surrealista reconquista, exigiendo la
expulsión de más de cincuenta mil inmigrantes llegados del norte de África. Una
mentira compartida y consentida por sus socios, el PP y Ciudadanos, entre otras
cosas porque, en sus programas y en sus discursos, estaban presentes esas
cifras o esas intenciones.
Este fin de semana algunos medios, entre ellos eldiario.es,
han hecho suyo el esfuerzo casi heroico de algunos ciudadanos, empeñaos en
desmontar esas mentiras, del mismo modo que se extiende cada vez más el
pensamiento crítico que nos lleva a dejar de comulgar con ruedas de molino
envenenadas y nos alienta a discutir esas falsas verdades con las que a cada
momento nos apabullan.
De eso de trata, de avergonzar a los medios consentidores y
de combatirlos. Sólo así los partidos mentirosos, los que son capaces de
reivindicar como pasado glorioso a Esperanza Aguirre o Cristina Cifuentes, no
Ignacio González, con su olor a celda, aunque todo se andará, y proponer como
candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid a una pieza fundamental de
la trama Púnica, que llevo a Granados a Prisión.
De sobra saben que que se conozcan sus mentiras, sus
intereses comunes, su oscura financiación o las condenas que les impongan por
su pasado corrupto, es sólo cuestión de tiempo y, por eso, reclaman como locos
elecciones generales, para presentarse ante las urnas, antes de que el disfraz
que ahora les cubre, escondiendo sus mentiras y sus bizarras connivencias,
caiga y los veamos como lo que son realmente: defensores de los poderosos y sus
privilegios y enemigos de lo público y del Estado de Bienestar que iguala las
oportunidades y nos protege. Impedir que lo consigan es tarea de todos, cada
uno en su entorno y en su medida, porque ellos van a seguir mintiendo, porque
saben que, de tantas mentiras, algo queda y queda a su favor.
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