Ayer, por esas ironías que a veces nos plantea el destino,
coincidieron en el tiempo dos debates parlamentarios, los dos cruciales, uno en
el viejo parlamento británico y otro en el no tan viejo paramento andaluz, el
primero en Londres y el segundo en la ciudad donde crecen las naranjas con las
que, cuenta la leyenda, hacen la mermelada para la reina Isabel.
Los dos debates, el del plan para el Brexit, pactado a
regañadientes por Theresa May y el del proceso de investidura que llevará por
primera vez a la derecha a la presidencia de Andalucía, tienen poco en común,
salvo que ambos son la consecuencia de la falta de interés de los políticos por
los ciudadanos. Y es que, en uno y otro caso, los políticos han hecho la Política
con mayúsculas que esos ciudadanos esperan que hagan, anteponiendo los
intereses de quienes votan a sus indisimuladas ambiciones de poder.
No hay que olvidar que el referéndum en el que los
británicos votaron sorpresivamente a favor de la salida del Reino Unido de una
Unión Europea en la que nunca quiso integrarse del todo no fue otra cosa que
una huida hacia delante del conservador David Cameron, quien, no encontrando
otro modo de "distraer" a quienes, desde dentro y fuera de su
partido, pedían su cabeza, convocó alocadamente una consulta en la que los
ciudadanos británicos votaron, no menos alocadamente, la salda de su país de la
Unión, espoleados por mentiras y medias verdades que acabaron por despertar al
viejo león del imperio, que, entre rugidos y bostezos, decidió levantar un muro
de resentimiento sobre el canal.
Aquí, en España, en Andalucía. jubo un tiempo en que Susana
Díaz, más que agobiada por la vieja corrupción que iba a sentar a sus
antecesores en el banquillo y espoleada por las viejas glorias del PSOE, poco
acostumbradas a escuchar a la calle, se empeñó en dinamitar el liderazgo del
díscolo Pedro Sánchez, poco o nada dispuesto a dejarse llevar por los jarrones
chinos del partido.
Calculó mal, despreció a las bases de su partido y creyó que
los viejos líderes seguirían teniendo la razón por haberla tenido, y emprendió
indisimuladamente la batalla por Ferraz, creyendo que, de la mano de quienes
buscaban un acuerdo contra natura entre PP y PSOE que satisficiese a sus amos
del IBEX 35, llegaría a la secretaría general, primero, y a La Moncloa,
después.
Se equivocó, las bases recuperaron al secretario general que
nunca debió dejar de serlo y tuvo que regresar a Sam Telmo con el rabo entre
las piernas y más que herida en su sobrada soberbia, sin ser consciente de, a
los ojos de los andaluces, ya no sería la misma.
Las ambiciones desmedidas y la partida simultánea que
Cameron y Díaz trataron de jugar, ampliando el campo de batalla lejos de sus
cuarteles de invierno, desprotegidos ante las críticas y las mentiras
redobladas de sus rivales. Perdieron su estrella y los más oportunistas, se
cobraron la pieza con falsas promesas y cultivando los miedos de siempre.
Fue entonces cuando los datos falsos, las promesas
insostenibles, la mentira como arma política y el "sin complejos" se
apoderaron del campo, colocando a una, imposible hace sólo dos meses, alianza
de las tres derechas se hicieron con el gobierno de Andalucía, a saber por
cuánto tiempo, y el peor de los vacíos se hizo con los destinos del envejecido Reino
Unido. Y es que es eso lo que ocurre cuando no se hace política, cuando no se
hace política con decencia, cuando todo vale para acabar con el rival, cuando
las ambiciones personales, de Theresa May y Susana Díaz, se anteponen a
los intereses de ese pueblo, esa ciudadanía con la que tanto se llenan a boca.
Ha llegado una nueva era de glaciación a la civilización que presume de
democrática. Que no se instale definitivamente y nos mande, con su sálvese
quien pueda, a las cavernas depende de que esa verdadera política al verdadero
servicio de los ciudadanos reaparezca lo antes posible y sepamos reconocerla.
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