Desde que ayer Íñigo Errejón anunció su intención de
concurrir a las elecciones autonómicas junto a la alcaldesa de Madrid, Manuela
Carmena, en la plataforma más Madrid, todo el resentimiento que se esconde tras
las falsamente amables y tranquilizadoras palabras de su amigo Pablo Iglesias
ha salido a la luz como la lava de un volcán demasiado tiempo retenido. Nunca
creí que llegaría a escuchar ese falso deseo de suerte con el que el secretario
general de Podemos señalaba ayer la puerta de salida a su amigo y compañero de
tantos años ni de su fiel escudero, el secretario de organización y tocayo,
Pablo Echenique, algo tan miserable como insinuar que si Errejón no deja el
escaño en el Congreso es porque "de algo tiene que vivir hasta mayo".
Nunca lo creí, pero lo he tenido que escuchar y sin anestesia.
Siempre he desconfiado de quienes, entre el servilismo y la
discrepancia, se quedan con quienes se humillan ante "el jefe" y
hacen para él los trabajos sucios, tiendan las trampas y denuncian a los
compañeros. Quizá sea un reflejo condicionado por tantos años de ver y, en
ocasiones, sufrir ese servilismo miserable, el que lleva al "siervo",
consciente de sus limitaciones, a ocultar al "amo" que va desnudo
cuando presume orgullosos de su traje nuevo, hecho sólo de vanidad y soberbia,
pero el caso es que, entre Iglesias, con todos sus fieles alrededor, y la
brillantez de Errejón, siempre me quedaré con la brillante solvencia del sólo
en apariencia aniñado Errejón.
Del mismo modo, siempre me atrajo la luminosa claridad del
hoy "socio" de Manuela Carmena, más, si se compara con el
paternalista y sombrío discurso de Pablo Iglesias, siempre desde arriba, sonando
hueco, siempre escondiendo sus verdaderas intenciones, el discurso de quien,
desde hace demasiado tiempo ya, se ocupa más de su supervivencia dentro del
partido que de la de los ciudadanos a quienes, en principio ha venido a
defender. Y, si lo digo, es porque todos fuimos testigos hace no apenas tres
años de cómo, creyendo que, forzando unas nuevas elecciones, Podemos crecería
por encima del PSOE, frustró la posibilidad, más real entonces que nunca, de
dar a este país un gobierno liderado por la izquierda.
No sé qué pudo creer en aquel momento, pero, dinamitando
aquel difícil pero posible acuerdo, pero, con su actitud, no hizo otra cosa que
frustrar a quienes seguimos creyendo que este país se merece un gobierno que
trabaje para la gente, algo así como lo conseguido en Portugal por una gran
coalición liderada por la izquierda que aquí, con personajes como Iglesias al
frente de Podemos, hoy parece del todo imposible.
No sé si de sus tiempos de la universidad, lo cierto es que
Iglesias adolece de un gusto excesivo por el control y de una inclinación más
que hortera a las coreografías y las puestas en escena aparatosas y, a ser
posible con "coros y danzas", de las que también parece fan Juan su
inseparable Carlos Monedero.
Quiero creer que Errejón es de otra manera y que, en el
destierro al que le condenó su "amigo" Iglesias tras el último
Vistalegre habrá tenido tiempo de reflexionar sobre todo esto y que buscará la
mejor de las compañías posibles, dentro y fuera de Podemos, para esta nueva y
difícil aventura que, espero que, para bien de todos, acaba de emprender.
Pocas cosas hay más difíciles que enfrentarse a un amigo o a un hermano, pero hay veces en que no queda más remedio que hacerlo. Y es difícil porque se le conoce demasiado y se le quiere y se le odia como a nadie o a nada. Entiendo que Errejón ha asumido que, junto a Iglesias, tiene ya poco que hacer, porque ni siquiera estaba claro que, en las próximas elecciones autonómicas, fuese a obtener el apoyo del partido al que aún pertenece, controlado como lo está por un Pablo Iglesias celoso, desconfiado y temeroso de que los resultados del que fue su amigo pusiesen en las urnas su liderazgo en duda. Quizá por eso y sin complejos, Íñigo Errejón ha decidido dar este paso al frente. Bienvenido sea.
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