Para que no haya dudas, partamos de que ni entre mi familia
ni mis amigos hay taxistas o conductores de VTC. Quiero decir con ello que no
tengo intereses, ni siquiera sentimentales, en esta guerra que enfrenta en las
calles a conductores de coches de alquiler de uno y otro tipo, mientras los que
se hacen ricos, qué digo ricos, muy ricos, con su duro trabajo, permanecen en
sus despachos aquí, en San Francisco u Holanda.
A lo largo de mi vida y por mi profesión, primero, y mis
limitaciones, después, me he visto obligado a coger muchos taxis, en los que me
he encontrado de todo: taxistas estúpidos y simpáticos, oyentes de la COPE o
del mejor jazz. habladores y silenciosos, hombres y mujeres, gentes de
estampita y de rosario en el espejo y, también, una conductora musulmana con
pañuelo. Conductores de VTC no he visto, porque nunca los he usado. Me gusta
tener unas ciertas garantías y sé que, mejor o peor, el taxi está regulado,
pasa revisiones periódicas, tiene tarifas reguladas y estables, suele estar
limpio y, sobre todo, coche y conductor están perfectamente identificados.
Quizá por todo eso, mi corazón está de su parte. Quizá por
eso este mes de agosto hice la foto con que hoy ilustro esta entrada, la foto
de un anuncio gigantesco y arrogante que se cierne sobre quienes esperan a pie
de taxi la llegada de clientes, un anuncio detrás del que están, no pobres
conductores sino una potente empresa, la mayor en el sector del transporte
urbano. dispuesta a hacer una muesca más en su revólver, sumando Madrid y Barcelona,
otras ciudades no le interesan, a los trofeos que cuelgan del despacho de sus
directivos.
De ningún modo quisiera que los taxis, con sus tarifas
reguladas, todos ellos vehículos homologados desapareciesen de Madrid, mi
ciudad. De ningún modo quisiera que, después del calculado dumpin con el que, a
costa de sus conductores, los VTC revienten el mercado con su política de
precios bajos a costa de conductores explotados, con horarios y salarios de
esclavos, para, luego, cuando ya no queden taxis, imponer sus tarifas abusivas
como ya han hecho en otros países.
Estos días he escuchado que, cuando hay escasez de taxis y
mucha demanda, los precios se subastan y la carrera que antes podía costar
cinco euros se transforma en otra de quince o veinte. He oído que, mientras los
taxistas de Niza atendían a las víctimas del atentado de hace dos años y a sus
familiares, los VTC subieron de golpe sus tarifas un 70%. He oído también que
no todos los coches son los que nos muestran limpios y de gama alta, ni los
conductores van todos trajeados.
También he escuchado que los VTC se saltan los límites
territoriales que les impone su licencia y que tienen una espacial querencia
por Madrid o Barcelona y, claro, un coche negro es un coche negro aquí o en
Cataluña, mientras que los taxis son perfectamente identificables a varias
manzanas de distancia.
Evidentemente, conducir por una gran ciudad, de no ser por
el tráfico, es fácil, con un GPS lo puede hacer cualquiera y en cualquier
idioma, pero no es lo mismo dejarse llevar en un coche por alguien con
experiencia, que hacerlo por alguien que, muchas veces, no conoce la ciudad ni
el idioma.
Los directivos de Uber y Cabify son los nuevos piratas, son,
como muchos otros directivos de muchas empresas nacidas a la sombra de una
aplicación informática, gente dispuesta a llenar sus cuentas, ubicadas en
paraísos fiscales, por cierto, aprovechándose de gente que ha perdido su empleo
y que, por llevar un plato de lentejas a casa, está dispuesta a dejarse
pisotear sin pensar en que, como trabajador y en pleno siglo XXI, tiene
derechos.
Sé que, a corto plazo, resolver la necesidad de
desplazamiento con el móvil es tentador, al mismo Iñaki Gabilondo se lo parecía
ayer en su comentario diario, en el que, pese a reconocer los derechos de los
taxistas, debería adaptarse a los tiempos, como lo había hecho el periodismo.
Me duele tener que hacerlo, pero creo que el ejemplo de Iñaki es malo para su
tesis y muy bueno para la contraria. Efectivamente, Iñaki, el periodismo se ha
adaptado, dolorosamente, a los nuevos tiempos, dejando en el camino a
centenares, si no miles. de buenos profesionales, podando de sus ramas a una
generación casi completa de periodistas con criterio, experiencia,
desgraciadamente para ellos con sueldos altos y, por qué no, una cierta
rebeldía, gravosos para directores sin escrúpulos que buscan redacciones
jóvenes, baratas y maleables.
Efectivamente, Iñaki, hay que adaptarse a los nuevos
tiempos, pero el periodismo, desde que se ha adaptado, es menos combativo, más
precario, peor pagado y, sobre todo, peor, por no decir nefasto. El periodismo,
como el taxi, ha tenido que adaptarse a los nuevos tiempos, a eso que llaman
progreso, pero la esclavitud, Iñaki, no es progreso.
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