martes, 8 de enero de 2019

ESTUPIDEZ Y MALDAD


Hace unos días, mi hija, llena de razones para ser feliz y mirar el futuro con optimismo, me expresó su preocupación ante ese futuro, porque nunca, al menos ella no la había conocido, ha habido una mezcla de maldad y estupidez como la que estamos viviendo y yo, que me paso el día dándole vueltas a las cosas, no me he podido sacar esa idea de mi cabeza, porque creo que tiene toda la razón.
Supongo que más de uno conoceréis esa conclusión expresada por muchos de que es preferible un malvado, hijo de puta suele decirse, que un tonto, porque el malvado, al menos, descansa, mientras que el tonto no. De ahí la preocupación de mi hija y mi temor: estamos rodeados de seres malvados con la estupidez suficiente para hacer daños, hacérselo a sí mismos, incluso, incapaces, por su bíblica estupidez, de descansar.
Me estoy refiriendo a toda esa gente que lleva su voto a la urna o lo deja en casa con el propósito de vengarse de aquellos a quienes cree responsables de sus males, el paro, los desahucios, las pensiones de miseria, sin pararse a pensar que, con su ciega decisión, está poniendo su futuro y el de los suyos en manos de quienes utilizan su frustración y su descontento como plataforma para sus ambiciones personales y los interesas de quienes están tras ellos, que no son otros que quienes pusieron todos y cada uno de los mimbres para construir el cesto de la crisis en la que todos, de un modo u otro, fuimos cayendo y quedamos encerrados.
Aun así, sería demasiado fácil culpar únicamente a los votantes que ciegos de ira han dado sus votos en las elecciones andaluzas a VOX y están dispuestos a dárselo en las próximas locales, autonómicas y europeas. Sería demasiado fácil, porque gran parte de la culpa es de quienes, desde esos partidos, más o menos "normales" y por razones aparentemente parecidas, aunque en ellas pese demasiado la ambición, partidos dirigidos por gente sin sentido o sin escrúpulos que se dejan embaucar por quien ha construido su ideario con los odios y los resentimientos de gente agresiva y vociferante, gente que conoce de sobra su incompatibilidad con el sistema, un sistema en el que se han emboscado sólo para medrar, conociendo de sobra la orfandad del partido al que pertenecieron y de la inconsistencia de sus líderes.
Lo que me temo es que, detrás de tanta inconsistencia, maldad y estupidez, hay una mente perversa, la de quien llevó al imprevisible Donald Trump a la Casa Blanca para desmontar las alarmas y las cautelas del sistema y dejarnos en manos de la codicia de quienes fían a un dios, cualquiera, el juicio de sus actos, porque saben que es sólo un dios inventado para anular la conciencia y el juicio de los hombres.
Sin embargo, hay una maldad y una estupidez mayores que estas de las que os hablo: la de los medios de comunicación, que, por un suculento puñado de lectores, oyentes o espectadores son capaces de interponerse entre nosotros y la realidad como esos espejos aberrantes de las ferias, que exageran los defectos y ocultan las virtudes, negándonos la oportunidad de elaborar un juicio claro sobre lo que pasa, lo que nos está pasando y lo que mañana puede acabar pasándonos. 
No me extraña que mi hija vea en un cielo que debería ser claro, el de su futuro, nubarrones hechos de maldad y estupidez. No me extraña, pero me consuela saber que, si bien no puede cambiarse el pasado, sí podemos trabajar para que el futuro sea otro y vuelva a ser esperanzador.


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