Hace unos días, mi hija, llena de razones para ser feliz y
mirar el futuro con optimismo, me expresó su preocupación ante ese futuro,
porque nunca, al menos ella no la había conocido, ha habido una mezcla de
maldad y estupidez como la que estamos viviendo y yo, que me paso el día
dándole vueltas a las cosas, no me he podido sacar esa idea de mi cabeza,
porque creo que tiene toda la razón.
Supongo que más de uno conoceréis esa conclusión expresada
por muchos de que es preferible un malvado, hijo de puta suele decirse, que un
tonto, porque el malvado, al menos, descansa, mientras que el tonto no. De ahí
la preocupación de mi hija y mi temor: estamos rodeados de seres malvados con
la estupidez suficiente para hacer daños, hacérselo a sí mismos, incluso,
incapaces, por su bíblica estupidez, de descansar.
Me estoy refiriendo a toda esa gente que lleva su voto a la
urna o lo deja en casa con el propósito de vengarse de aquellos a quienes cree
responsables de sus males, el paro, los desahucios, las pensiones de miseria,
sin pararse a pensar que, con su ciega decisión, está poniendo su futuro y el
de los suyos en manos de quienes utilizan su frustración y su descontento como
plataforma para sus ambiciones personales y los interesas de quienes están tras
ellos, que no son otros que quienes pusieron todos y cada uno de los mimbres
para construir el cesto de la crisis en la que todos, de un modo u otro, fuimos
cayendo y quedamos encerrados.
Aun así, sería demasiado fácil culpar únicamente a los
votantes que ciegos de ira han dado sus votos en las elecciones andaluzas a VOX
y están dispuestos a dárselo en las próximas locales, autonómicas y europeas.
Sería demasiado fácil, porque gran parte de la culpa es de quienes, desde esos
partidos, más o menos "normales" y por razones aparentemente
parecidas, aunque en ellas pese demasiado la ambición, partidos dirigidos por
gente sin sentido o sin escrúpulos que se dejan embaucar por quien ha
construido su ideario con los odios y los resentimientos de gente agresiva y
vociferante, gente que conoce de sobra su incompatibilidad con el sistema, un
sistema en el que se han emboscado sólo para medrar, conociendo de sobra la
orfandad del partido al que pertenecieron y de la inconsistencia de sus
líderes.
Lo que me temo es que, detrás de tanta inconsistencia,
maldad y estupidez, hay una mente perversa, la de quien llevó al imprevisible
Donald Trump a la Casa Blanca para desmontar las alarmas y las cautelas del
sistema y dejarnos en manos de la codicia de quienes fían a un dios,
cualquiera, el juicio de sus actos, porque saben que es sólo un dios inventado
para anular la conciencia y el juicio de los hombres.
Sin embargo, hay una maldad y una estupidez mayores que
estas de las que os hablo: la de los medios de comunicación, que, por un
suculento puñado de lectores, oyentes o espectadores son capaces de
interponerse entre nosotros y la realidad como esos espejos aberrantes de las
ferias, que exageran los defectos y ocultan las virtudes, negándonos la
oportunidad de elaborar un juicio claro sobre lo que pasa, lo que nos está
pasando y lo que mañana puede acabar pasándonos.
No me extraña que mi hija vea en un cielo que debería ser
claro, el de su futuro, nubarrones hechos de maldad y estupidez. No me extraña,
pero me consuela saber que, si bien no puede cambiarse el pasado, sí podemos trabajar
para que el futuro sea otro y vuelva a ser esperanzador.
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