No seré yo quien deje de reclamar libertad para el pueblo
venezolano. Tampoco estaré entre los que reclaman una intervención militar que
acabe con la innegable tiranía de ese zopenco gigantón que se permite
"hacer chistes" con enviar a sus hombres a acabar con el auto
proclamado presidente Guaidó, más, si quien la pide lo hace para acabar con la
inoperancia de la administración, la violencia en las calles, el hambre y la
pobreza en Venezuela, lo hace desde, desde el despacho oval que alguien tendrá
que limpiar y desinfectar cuando se vaya, mientras el mismo crea o agudiza esos
problemas en el país que malgobierna.
Debo confesaros que, desde hace muchos años, más de veinte,
me he interesado por ese país tan rico como desgraciado y por el desaparecido
Hugo Chaves, al que seguí desde su fracasada intentona de golpe de Estado, este
sí, hasta su muerte en loor de santidad para los suyos a causa de un cáncer. He
de deciros que recortaba, entonces no existían Google ni Wikipedia, cuanto caía
en mis manos sobre ese personaje "fascinante" tan parecido a tantos caudillos
fascistas que intentó y logró en cierto modo revertir el secular
desequilibrio económico padecido por su gente. Su labia, su demagogia
altisonante me embrujaban y como, además, la coyuntura económica, con precios
elevados para el petróleo, el monocultivo venezolano, permitían creer en el
sueño bolivariano, para la propia Venezuela y otros países sudamericanos y la
Cuba de Castro, que recibían la ayuda energética y económica que había dejado
de llegar de la desaparecida Unión Soviética.
Fueron tiempos dorados para Chaves y su gente, tan dorados
que emprendieron la consolidación de su "régimen" y la exportación de
su ideología. contratando el asesoramiento de politólogos de aquí y de allá
para ayudarles a elaborar sus leyes. Pero aquellos tiempos acabaron, la caída
del precio de su petróleo, y las sanciones económicas llevaron la miseria
a Venezuela, muy especialmente a las clases medias, que, ante la falta de
expectativas de cambio, se han visto empujadas a la emigración, a veces en
oleadas terriblemente preocupantes.
Nunca como antes en las calles de España se ha escuchado ese
acento que no es canario ni es cubano y lo es al mismo tiempo, nunca como antes
se ha visto una inmigración tan bien preparada recibiendo atención médica en
nuestros centros de salud, la lógica atención que aquí es parte de la normalidad
y en su tierra es un milagro. Nunca como antes los bares y restaurantes
venezolanos han aflorado aquí como lo están haciendo ahora, un bar o un
restaurante es un negocio fácil de montar y en él se han refugiado muchos venezolanos
que aún tienen esperanzas de regresar.
Que algo tiene que cambiar en Venezuela es evidente, que en
un país en el que falta la libertad falta todo, también. Por eso estamos
obligados, más como españoles, a poner de nuestra parte para que los
venezolanos puedan ser libre y felices. Pero hay que ayudarles pensando en
ellos, no en el beneficio que pueden, podemos, sacar, unos y otros, con ese
apoyo. Hay que sentar las bases para unas nuevas elecciones, esta vez libres y
democráticas que propicien un cambio o la confirmación de los chavistas en el
poder, pero esta vez con respeto a la constitución y las leyes por encima
de las que llevan años pasando.
Venezuela no necesita a los líderes que en España la
utilizan para su propio beneficio electoral, a un lado o a otro. Venezuela no
necesita ratas. Venezuela ya tiene a los capibaras, las mayores del mundo,
chapoteando en sus llanos inundados. Venezuela no necesita ratas que busquen en
ella los votos que no encuentran aquí.
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