Enfrascados como estamos, nunca mejor dicho, en la redoma de
la apabullante información, que nos impone, no sólo lo que debemos pensar,
sino, también, a qué debemos atender, en qué debemos ocupar la práctica
totalidad del tiempo que dedicamos a enterarnos de qué es lo que está pasando
en el país, en el mundo, en que vivimos.
Dicen que nos informa y dicen que al momento, nos llenan de
"últimas horas" que, si seguimos medios alternativos, sabemos que de
últimas no tienen nada, pero sirven para articular ese ritmo tan artificial
como hipnotizante, en el que se mezcla información con opinión, en el que se
fuerza la tensión con unos y se relaja con otros, los amigos, para sacar
adelante sus dos objetivos que no son otros que conseguir audiencia y, de paso,
manipularla y amoldarla a sus intereses que nunca, insisto, nunca coinciden con
los de la ciudadanía, más si se parte dela premisa comprobada de que, en este
país, los medios manipulan mucho y educan poco.
Os preguntaréis a qué viene toda esta perorata, más en momentos
en que la mayor autonomía de las que conforman España ha cambiado de manos
después de casi cuatro décadas mediante un pacto "contra natura" que
sienta el terrible precedente de convertir a la extrema derecha, repudiada en
toda Europa, en árbitro de ese cambio, con un acuerdo del que uno de los
beneficiarios, Ciudadanos, no es capaz de hacerse responsable.
Os preguntaréis también, porque paso por encima del terrible
escándalo que supone que un policía, el hediondo excomisario Villarejo, se
permitiese, en tiempos de Zapatero, espiar los teléfonos de cuatro mil
ciudadanos, entre ellos miembros del Gobierno, usando teléfonos del Gobierno, a
favor y por encargo de un banquero. Os lo preguntaréis y con razón. La
explicación está en que me sorprende y me indigna la ligereza con que se pasa
por encima de algunas noticias que nos afectan tanto o más que las otras sin
que nadie se pare a analizarlas con sosiego y que, para nuestra desgracia,
estarían el origen del resistible ascenso de VOX en Andalucía.
Me refiero a dos incidentes ocurridos en los últimos días,
incidentes en los que mujeres inmigrantes y negras, acompañadas de sus hijos,
en los que autobuses públicos atestados de viajeros han sido el escenario y en
los que la inflexibilidad del conductor, aplicando el reglamento a rajatabla,
ha sido el desencadenante.
El primero de esos incidentes tuvo lugar en Móstoles, en una
parada de un autobús interurbano, el último del día, del que fue
desalojada por la policía una mujer negra con su hija porque, pese a tener su
billete en regla, carecía de plazas para ambos. Sólo una mujer se ofreció a
dejar su plaza, un gesto inútil, porque el conductor se negó a que el pequeño,
que lloraba desconsoladamente ante el trato que se estaba dando a su madre,
compartiese con ella la plaza cedida generosamente por la pasajera.
El incidente acabó en comisaría con un intercambio de
denuncias y con un vídeo grabado y difundido por otro viajero que llegó a las
redes y de ellas a las televisiones.
Del otro incidente, ocurrido en un autobús municipal de
Vitoria, también fueron protagonistas una mujer negra, sus niños, un patinete y
la intransigencia del conductor, que, además de abroncarla por no haber plegado
el patinete, se refirió a ella con desprecio. A lo que la mujer, cansada quizá
de ser siempre la víctima y de padecer las exigencias que, admitámoslo, no
recaen de igual manera sobre los españoles blancos.
No quiero ni pensar qué habría hecho yo en su situación, por
ejemplo, en países en los que ser español y no excesivamente rico puede ser un
problema. Lo que sí sé, porque ya lo he hecho más de una vez, es sacar la cara
por inmigrantes maltratados, una de ellas en un autobús en el que el conductor
llamó a un viajero indio borracho, echándole al resto del pasaje encima.
En aquella ocasión, como en estas de las que hoy os hablo,
la mayoría de los viajeros guardaron un silencio cómplice con quienes estaban
siendo claramente injustos, incluso con ese energúmeno que, a la mujer de
Vitoria, le gritaba que era militar y que había matado a decenas como ella. Un
silencio clamoroso e hiriente que no es otra cosa que el racismo que dormita en
la gente que nos rodea y que un día nos sorprenderá votando a partidos como
VOX, porque el racismo, pese a su agresividad, no es más que cobardía, miedo al
otro, especialmente si es pobre y creemos que estaría más dispuesto a dejarse
explotar que nosotros, fundamentalmente, porque esos extranjeros, pese a las
mentiras de VOX, vienen aquí a ganarse la vida y carecen de ese colchón social
que nos protege a los demás,
Ese racismo del silencio, el de girar la cabeza ante la
injusticia y el abuso, ese racismo, es el peor de todos, es el racismo ciudadano,
el racismo en el que anida VOX.
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